El elegido y la diosa y los simples mortales.
Yo creo que a él se la suda. Solo hay que ver su sonrisa cuando camina sobre butacas que, quijotesco, percibe como mares. Se la suda el precio de la entrada de los simples mortales y el precio de la entrada de los simples mortales armados con cámaras de fotos. Está en medio de una multitud entregada. Coge una mano y la posa sobre su corazón y susurra Can you hear my heartbeat? La persona a la que pertenece esa mano entra en éxtasis. Él sonríe. Creo que piensa que es un regalo que nos permita observar cómo se transforma en Dios y luego elucubra sobre redención. Vuelve al escenario. Allí le esperan cuatro asesinos a sueldo con más clase de la que tendría un hijo entre Leonard Cohen y Ava Gardner. Se sienta al piano y canta Go son, go down to the water…levanta las manos como persiguiendo el humo que desprenden unas teclas en llamas. Pero no. El que arde es él. ÉL. El cabrón está en forma. Se siente el elegido. Se siente superior a nosotros. Siente, en fin, que por encima de él solo hay una diosa llamada MÚSICA. Consigue que bajemos la guardia. Entonces mira a los cuatro asesinos a sueldo y apoya una mano en el piano y genera un soniquete insoportable. From heeere tooo eteeernity, vomita con lágrimas de cocodrilo. Desata la tormenta y escucho a alguien a mi lado implorando al cielo que salgamos vivos de aquí. Vuelve a la calma y nos hipnotiza de nuevo. Desaparece. Le imagino en el camerino. Se ha despedido de todos. Resopla y, sin que nadie le vea, le da las gracias a su diosa.
Texto: Santini Rose
Foto: Salomé Sagüillo