Capaz de bromear y hacer el ganso, como si él y su banda fueran amigachos, empapuzados de ritmo y blues tabernario, a punto de salir de un prostíbulo para meterse en el de al lado y, acto seguido, atacar con la profunda y aterciopelada dulzura de un crooner con la lección de Sam Cooke muy bien aprendida, fluyéndole por el riego sanguíneo.
James Hunter es, en este sentido, un artista completo. Un entertainer que divierte, entristece y enamora con un sonido que, en febrero, nos vuelve a brindar por estas latitudes en una gira que incluye El Espacio de Santander (6/2), el Helldorado de Vitoria (7/2), el Marula barcelonés – en colaboración con el ciclo Curt Circuit -(8/2), la Sala X de Sevilla (10/2), el Stereo alicantino (11/2), el Loco Club valenciano (12/2), el Ochoymedio de Madrid (13/2, ¡con los Limboos teloneando!) y el Capitol compostelano (14/2).
Porque, miren, a sus 52 años lo de James Hunstman -alias Hunter- es pura soulfulness. Es sentimiento. Es lo que separa lo bueno de lo malo o, mejor dicho, lo excelente de lo bueno. Un atributo que no entiende de etiquetas roqueras ni popis (“neo”, “retro”…) porque, como un asesino bien entrenado, ataca directa y eficazmente a los órganos vitales. No te quieres dar cuenta y BANG, ahí estás, presa de uno de los mejores directos que podrás ver en tu vida, chasqueando los dedos, bailando, aplaudiendo y deseando que aquello jamás acabe, por dios.
Y, claro, la primera pregunta que te haces justo después, nada más recapacitar y habiéndote pellizcado el moflete para despertar, es de dónde le viene todo… eso. Toda esa fuerza, toda esa intensidad. “No has crecido en Chicago a finales de los años 40, sino en Essex en los 80, tío, así que dime: ¿Cómo coño lo haces? ¿Cómo empezó?”
En su página web dice que su primer input fue la colección de 78 RPMs de blues de la abuela, y le pregunto al respecto, en busca de la descripción de un momento particularmente catártico. De un antes-y-un-después. De ese instante que dura un segundo y un siglo, “franqueo de raya trazada en la arena”, cuando un determinado sonido se te mete dentro y sabes que, aunque flirtees con otros léxicos, jamás te abandonará, como una novia fiel, obcecada y posesiva.
Pero al respecto, James, no dice ni mu. Empieza ya hablando como músico y no como el fan que, se calle lo que se calle, obviamente es. “Mi hermano, Perry, es un muy buen músico y fue quien me enseñó los primeros acordes que jamás aprendí. Su estilo es muy diferente del mío ya que desde el principio orbitaba alrededor de lenguajes cercanos al folk. ¡Nuestro común denominador era Lightning Hopkins!”.
¿Y nunca habéis tocado juntos?
Una vez hicimos una jam session juntos en un club de folk. Era el momento en que yo estaba aprendiendo a tocar la harmónica y tenía que probar con alguien los resultados, así que pensé que mejor empezar por la familia.
Me interesa mucho conocer tu desarrollo musical. Dónde creciste, musicalmente, en tus años de adolescencia. Qué clubes, discos y bandas fueron determinantes para desarrollar tu criterio musical.
Mis años de adolescencia transcurrieron en Colchester, Essex, donde posiblemente habría un circuito de bandas en directo, pero yo no estaba metido ahí. Lo que sí había era una tienda de discos fabulosa llamada Parrot Records a la que yo acudía para comprar discos de punk, en parte porque me gustaban y en parte para impresionar a la chica de la caja registradora. Así seguí hasta que noté la existencia de una cubeta de discos de blues. Alrededor de ese blues que me capturó, conocí a unos músicos con los que formé un trío con el que rodamos por algunos pubs del pueblo.
Entre 1986 y 1989 lideras a Howlin’ Wilf (tú) and the Vee Jays, con los que sacaste varios discos. ¿Es ésta tu primera aventura musical seria? ¿Cómo fue?
Intensa. Grabé una maqueta que envié a Ted Carroll de la tienda de discos londinense ‘Rock On’, sita en Camden, y responsable del sello de reediciones Ace Records. No me dio contestación, pero al cabo de un año Tony y Dot, una pareja que tocaba respectivamente el bajo y la guitarra en The Hatchetmen, me contactaron a raíz de aquella maqueta para preguntarme si me gustaría tocar con ellos. Acepté y empezó una temporada en que los viernes, en cuanto plegaba de mi trabajo en la estación de Colchester, iba a casa, hacía la maleta, y me bajaba a Londres. Ahí, pasaba la tarde con Tony y Dot escuchando discos y buscando temas para inspirarnos, tras lo cual íbamos al Camden Market a tocar.Tras un tiempo así, empezamos a cosechar un séquito que nos llevó a ser llamados por locales y clubes de la zona para actuar y grabamos varios discos, algunos de los cuales para Ace Records.
En 1990 empiezas a trabajar con Van Morrison y acaba la etapa de Howlin’ Wilf…
Como Howlin’ Wilf & The Vee Jays lo habíamos dejado en 1989 y, al año, empezaba una nueva banda llamada Howlin’ Wilf and His Band, con un nombre similar pero una line-up que incluía saxo tenor y barítono. Empezamos a trabajar con Van Morrison después de conocerle en un concierto en el Kings Hotel de Newport. El mánager del hotel era a la vez amigo suyo y mío, y propició que nos encontráramos y ensayáramos algunos temas juntos. Poco después actuábamos juntos por primera vez en una emisión TV de la entrega de premios del Belfast Telegraph.
Además, hay una anécdota graciosa, ya que para ese concierto Van advirtió de que iba a actuar en frac y yo, en broma, le dije que ya puestos por qué no actuábamos todos en frac. Dicho y hecho. Van encargó fracs para todos y así salimos a escena juntos por primera, y seguramente última, vez: vestidos como pingüinos. Paralelamente a los bolos con Van, en 1992 cambié el nombre de la banda por el mío.
¡Y luego, en 1996, sacas tu primer álbum en solitario, “Believe What I Say”! ¿Qué destacas de ese momento?
Sí, ese fue el primer álbum editado con el nuevo nombre lo cual nos llevó a afrontar ingentes cantidades de bolos mal pagados en Alemania, donde grabamos un CD”.
¿Y qué pasa a partir de ahí, durante los siguientes 10 años, hasta que logras cruzar el charco?
La verdad es que no pasó gran cosa. Bolos y demás, pero sin una perspectiva clara hasta que, en 2003, un matrimonio de amigos afincados en Nueva York deciden apoyarme a fondo, se convierten en nuestros mánagers, nos encierran en un estudio de grabación en el Este de Londres y aterrorizan a varios sellos discográficos, instándoles a que editen lo que hemos grabado.
Finalmente, en 2006, una compañía compra las grabaciones y así salió ‘People Gonna Talk’, siendo publicado por primera vez en Estados Unidos”.
De ahí al éxito de “The Hard Way”, tu disco de mayor éxito, con miles de bolos, entrevistas, etc. ¿qué destacarías de ese momento áureo?
Destacaría que visité España por primera vez y que, tras 36 años desde la última vez que fui, volví a Australia lo cual me sirvió de perfecta excusa para ver a mi padre quien llevaba viviendo ahí bastante tiempo.
El siguiente paso es volver a cambiar el nombre a la banda, pasando a ser The James Hunter Six y cambiar de sello para aterrizar en el prestigioso label de Brooklyn, Daptone Records. ¿Por qué todos estos cambios?
Queríamos grabar con Daptone porque su concepto se adapta muy bien a nuestro sonido y sabíamos que iban a ser capaces de seguirnos allá adonde fuéramos musicalmente. Y no nos equivocamos. El resultado plasmado en el álbum ‘Six by Six’ es el mejor sonido que hemos logrado capturar en disco jamás. Y respecto al nombre, quise que quedara claro que no soy un solista brasas con un banjo, sino que somos una banda. Pensé varios nombres, pero ninguno me convencía, así que pensé simplemente en reflejar el número de músicos del grupo. Pensé que ahí está el Ramsey Lewis Trio, los Remo Four, Dave Clark Five y The John Barry Seven yme dio la sensación de que por ahí faltaba un hueco por llenar.
¿Y respecto a proyectos futuros?
I’m not telling you haha!.
Humpf!
Texto: Alberto Valle
Foto: Ruth Ward