Si de algo no se puede acusar a Víctor Coyote es de repetirse. Nunca se sabe por donde puede salir en unos discos que tampoco aparecen con demasiada regularidad, y si eso hace que su obra sea más estimulante, también consigue despistar al más pintado. Dejó a un lado el rockabilly oscuro de sus inicios para “inventar” el rock latino con el fundamental Mujer y sentimiento, o al menos adelantarse varios años a la hoy ya habitual mixtura de rock y ritmos calientes, y a continuación dio un nuevo bandazo hacia la electrónica que dejó perplejo a buena parte de su público. Su reaparición tras años de alejamiento del negocio musical nos lo mostró más cercano al pop guitarrero, y ahora, en De pueblo y río (Eureka), nos lleva de viaje desde el sur de Italia hasta el norte de Portugal, desde Brasil al sur de los USA, o desde Grecia a Venezuela, en trece clásicos populares interpretados a su inimitable estilo, rompiendo fronteras y con la maestría a la guitarra y la producción de Pablo Novoa. Cruzando a Roberto Carlos con Buddy Holly, y cambiando el Mississippi por el Miño de su infancia, Víctor Coyote nos entrega su mejor disco en años. Si tú, rutero sin prejuicios, le perdiste la pista en Mujer y sentimiento, éste es el momento de recuperarla.
Creo apreciar en el disco una intención de reivindicar músicas populares a las que nadie parece prestar atención en los círculos más enterados. No me gusta la palabra reivindicar, porque le da un tono solemne a la música que a mí no me gusta mucho. Tanto el mesianismo del rock’n’roll como el solemnismo del folk son un poco coñazo. Para muchos artistas del folk preservar un cierto tipo de música parece convertirse en una misión, y el rock a veces parece un asunto de fieles acólitos que no pueden salirse de su culto. Por otro lado, seguimos en un punto en el que ya estábamos en los 80, y si una canción venezolana la hace Pink Martini es de puta madre y si no una marulada, una demostración de falta de criterio que me causa bastante tristeza.
Parte del repertorio podría interpretarse como una vuelta a tus raíces en Tui y la “raia” con Portugal, «Havemos de ir a Viana», por ejemplo. Además las ilustraciones de la portada están basados en antiguas fotografías de Tui. «…Viana» no es de las canciones más conocidas de Amalia Rodrigues, pero sí que es verdad que dentro de la parte de la frontera gallega ha sido una especie de hit local, y eso se perseguía en el disco, trabajar con hits muy localizados en un espacio. «Mari, Mari» es una canción muy conocida en Nápoles y menos en el resto de Italia, lo mismo que «Egoísmo» es muy poco conocida fuera de Venezuela. He compaginado cosas que recordaba de mi infancia o de mi juventud, con otras que he encontrado en internet recientemente. Un par de canciones las he buscado expresamente para el disco.
¿Has comprobado ya como acogen Havemos de ir a Viana en la misma Viana? La verdad es que muy bien. En el teatro en el que presentamos el disco en Viana también había mucha gente de este lado de la frontera, pero la verdad es que se quedaron sorprendidos, porque en Portugal les pasa como a nosotros, se creen que lo suyo no le interesa a nadie. Fue bastante bien recibida, en parte porque el acercamiento no es literal, no es puro, y ese es su atractivo.
Has apostado por un minimalismo instrumental que favorece mucho el repertorio, y ayuda a alejar tus versiones de los originales. El que hubiera pocos instrumentos estaba claro desde el principio, aunque también es el signo de los tiempos. Estaba cansado de liar a gente para trabajar gratis en mis discos, y además había que hacer un disco barato. Por otro lado, encajaba perfectamente con las versiones que había escogido.
En los créditos del disco se especifican bastante algunos aspectos técnicos de la grabación, como el que esté grabado en un estudio analógico. ¿Fue una decisión artística hacerlo así? Sí está grabado sobre todo en analógico, en Córdoba, pero también en digital. Yo noy fetichista de ningún método de grabación antiguo, porque si lo fuera supondría que el método es más importante que mi trabajo, y yo creo que mi trabajo es más importante que el método. De todas formas, sí me parecía más acertado para esta grabación el sistema analógico.
El sonido es muy natural, no se percibe mucho retoque. No me gusta hablar de si los discos suenan bien o mal, la clave está en adecuar el sonido al material. Éste se grabó de una manera muy natural. Como hablamos antes, los arreglos son muy mínimos, lo que también ayuda a la naturalidad del sonido, y hemos exagerado algunos detalles, como algunas distorsiones y otros tratamientos de la voz que pueden recordar a cosas antiguas. En esa labor de producción Pablo Novoa ha hecho un gran trabajo.
¿Cómo fue su trabajo? Hemos trabajado muy bien juntos. El concepto era mío, y el arreglo musical, el ajuste fino, nunca mejor dicho, era cosa de Pablo. Yo tenía clara, a nivel teórico, la conversión de la canción griega en una ranchera, por ejemplo, pero fue Pablo el que lo tradujo a un arreglo concreto.
Otro de los puntos fuertes es tu interpretación vocal, muy dramática, muy metida en el tono de cada canción. Si las hubiera cantado un cantante más técnico, no tendrían el mismo atractivo. Por ponerte un ejemplo, mi cantante favorito de rancheras es Jose Alfredo Jiménez. Primero porque él las componía, y después porque las cantaba a su estilo, sin ninguna demostración vocal excesiva. A veces el estilo pesa demasiado y me sobra un poco. Vamos, que prefiero mil veces a José Alfredo que a Chavela Vargas, de la misma manera que cantantes de bolero demasiado teatrales y sobreactuados como Bola de Nieve u Olga Guillot no me gustan nada.
La interpretación de la canción de Roberto Carlos como si la hubiera escrito Buddy Holly es una sorpresa muy grata. Algunas etapas de Roberto Carlos me gustan mucho y otras nada. «Lady Laura» o «Un millón de amigos» no me interesan nada, pero esta etapa intermedia entre sus inicios en el beat y el rock’n’roll y el éxito de «El gato que está triste y azul», me gusta mucho.
Y al revés, conviertes una pieza del Johnny Burnette Trio en lo que tú llamas un rockanroll cumbia. (Risas) Sí, pero lo cierto es que ya suena tropical en su versión original. Es casi un calypso.
No se si estarás de acuerdo, pero creo que Los Coyotes cambiaron demasiado pronto de estilo tras Mujer y sentimiento. Había al menos otro disco más por hacer con aquella formación antes del cambio tan radical a las máquinas. Quizá De pueblo y río sea una especie de continuación treinta años después. Es verdad, hubiera sido más productivo tanto comercialmente como en el aspecto creativo. El cambio a Las calientes noches del barrio fue bastante bruto y radical, y además tenía sólo tres o cuatro canciones buenas, el resto era un poco insoportable. No digo que me arrepienta, al final no le he hecho daño a nadie, pero siempre he tenido, y creo que aún la tengo, una especial capacidad para cagarla. De pueblo y río tiene un repertorio menos festivo que Mujer y sentimiento, más de crooner, aunque sea crooner de pueblo, pero sí es verdad que puede conectar con él.
Mi duda es a quien le puede interesar un disco como este. No es moderno, no es rockero, y hasta está alejado en estilo de tus últimos discos. Por un lado, creo que es un disco bastante adulto, y por otro bastante moderno. No moderno en el sentido de los últimos discos de Raphael, que por mucho que lo intente sigue sonando rancio. El mío es clásico aunque con cierta osadía, un poco como el de Silvia Pérez Cruz. En donde no encajo de ninguna manera es en los sitios adonde va la gente de mi edad, donde suenan las canciones de los 80, porque ni yo toco las canciones de Los Coyotes ni Los Coyotes tuvieron tanta relevancia. Hay gente que me sigue de siempre y acepta mis cambios, y otra que se va incorporando con los años. Creo que al final encontrará su público.
Fantástica entrevista. Me ha encantado.