Me sorprende. Que la semana que viene estemos a punto de asistir a la primera gira española de Boo Boo Davis y ni la red ande llena de referencias ni los foros se encuentren en ebullición es algo que no entenderé nunca, por más que me lo expliquen. Llega el del Mississippi (afincado ahora en St.Louis) el 7 de mayo a la Sala Rocksound de Barcelona, el 8 a Madrid, el 9 a la Capitol de Santiago de Compostela y el 10 a La Cueva del Jazz en Zamora.
Nacido en 1943 en Drew, al borde del río de todos los ríos, Davis es de esos músicos precoces que con apenas cinco años parecían destinados a comerse el mundo pero que no publicaron su primer disco firmado con su nombre hasta prácticamente la vejez. Algo parecido a los casos de gente como Ted Hawkins o Robert Bradley. Acostumbrado a vivir entre campos de algodón, el bueno de Boo Boo dedicó su carrera a servir a otros. Compartiendo escenarios con gente como Albert King, de manera ocasional, fue músico residente con una banda familiar del Tabby’s Red Room durante 18 años.
En 2001 debuta como músico titular con el disco East St.Louis en el que pretende demostrar que mantiene su corazón sureño en 12 espléndidas composiciones propias que tendrán su continuación, un año después, con Can Man. Esas diez nuevas canciones confirman que Davis es un grande de su instrumento principal, la armónica, y lo sitúan definitivamente en el mapa del blues sureño. En 2004 llega The Snake, en el que Davis intenta acercarse a parámetros más soul mirándose en el espejo de Robert Cray, y el disco supone un pequeño fiasco para su carrera, del que se recuperará dos años después con Drew, Mississippi. Incluido por la revista MOJO en la lista de los 10 mejores discos de blues del año, Boo Boo recupera el terreno perdido y graba uno de los clásicos de su repertorio, la autobiográfica «Standing in the Cotton Field». Es el preámbulo a los que probablemente sean sus dos mejores discos: Name of The Game en 2008 y Ain’t Gotta Dime en 2009. Su armónica ruge como nunca y su voz vuelve a beber de clásicos como Elmore James o Hound Dog Taylor. Undercover Blues y I’m a Believer llegan en 2011 y 2013, sucesivamente, y aunque es difícil mantener el nivel, Davis demuestra que ya es un artista a tener muy en serio (más vale tarde que nunca) y que no va a volver a fallar. Razones para no perdérselo sobran.
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Eduardo Izquierdo