Me paso por Apolo. Allí Carlos Zanón y Loquillo, apadrinados por la editorial 66 rpm, dan pistoletazo de salida al ciclo Tinta Sonora. Sobre el escenario músico y escritor, que presentaba su nuevo poemario Rock & Roll, charlan sobre la vida, la literatura, la poesía, su barrio y, obviamente, sobre rock. Servidor se junta con los sospechosos habituales bien cerca de la barra para, sin quitar ojos y oídos de lo que acontece en el acto principal, ser partícipe de la tertulia paralela en la que, como no, cambiamos impresiones sobre la vida, la literatura, las novias, los hijos, las resacas y, por supuesto, el rock. Abandono la sala, con los Velvet Candles de banda sonora, y bajo las escaleras del metro. Dirección Rocksound. Una de las plazas fuertes de la música en vivo de la ciudad condal. Allí también se habla de rock, pero, con más fuerza si cabe, se vive y se respira el rock cada noche como si no hubiera un mañana. Llego a tiempo de soplar las velas del pastel con que son obsequiados los responsables de Bad Music. Auténticos supervivientes acostumbrados a jugar al contraataque. Como se entiende si no que la noche en que celebran quince años de dedicación a difundir las bondades, y maldades, de la música del diablo el padrino John Mayall esté tocando en Girona y la revelación nacional que embelesa a los indies, Guadalupe Plata, abra el Let’s Festival en Salamandra. Pero allí estaban, en buen número, los que tenían que estar y cuando Blas Picón y los Junk Express subieron a las tablas se desató la fiesta. El trío cuenta con todo lo que se debe pedir a una banda, imagen, carisma, canciones, y lo saben explotar de maravilla. Suenan pantanosos, esa guitarra tiene sabor a caimán, y feroces. Blas, un currículo extenso el suyo, es un cantante con personalidad y poderío vocal, exprimiendo sin aparente esfuerzo su chorro de voz, y un armonicista dinámico, vivaz, con chispa y elegancia. Tuvo frases irónicas para la cerrazón de los puristas, “Esta va para los que dicen que no hacemos blues”, se subió a la barra (con momento Spinal Tap incluido), bailó entre el público, comandó el tren de la chatarra y retó a los asistentes a reconocer cual era la única versión que iban a tocar. Anunciaron una nueva composición, entre risas comentó “aparecerá, con suerte, en nuestro próximo disco si llegamos a grabarlo claro”, y rubricaron un concierto excelente. Pleno de fuerza y calidad. Luego llegaron a confundirme, ya saben, la noche, de manera simpática con el guitarrista de los metaleros patrios Obús. Cosas de la alopecia imagino o, quizás, debo aparentar bastantes más años de los que tengo. Pero esa ya es otra historia…
Manel Celeiro
Foto: Sandro Reclam
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