Se presentaba la tarde –porque era la tarde- más que atractiva. Por un lado, el motivador retorno a las tablas de Rockzilla y por el otro, la casi litúrgica visita de Uzzhuaïa. Un cartel con el mismo o mayor octanaje que muchas visitas foráneas y que fue correspondida con una generosa asistencia. Tan solo un miembro original queda de los míticos rockeros gerundeses Rockzilla, no es fácil resurgir de tus propias cenizas y no hay que olvidar que la sombra de su cantante, Marc Corso, es alargada. Aún así, su nuevo vocalista, Arnau Coderch, es estiloso, competente y en escena viene de la escuela Ian Astbury. El combo se ha centrado en un sonido actual que tanto les puede acercar a Black Stone Cherry como a los Cinderella más arraigados. Tuvieron un hueco para «Power Of Community» o «Could Live Forever», y sorprendieron con el «Running Down A Dream» de Tom Petty en una deliciosa revisión hard rockera. Una buena noticia tenerlos de vuelta. Con Uzzhuaïa da igual que hables con la cabeza o con el corazón, siempre salen cosas positivas. Santos y Diablos ha servido como acicate tanto como para la banda, como para un público que esta vez sí que respondió. Apertura aplastante con «Con una historia que contar», la rocosa «13 Veces Por Minuto» y «Directo al Mar» con ese salvaje riff que en directo es pura implosión. Tras este noqueo, todo lo que vino después, fue pan comido para los valencianos. Reflejan años de trabajo con sobrada espontaneidad, sin perder el hambre, desmontan la sala con la –prácticamente suya- versión de «La Chispa Adecuada», muestran su cara más metálica con «Bailaras en el Infierno» o dignifican a The Cult en «La Cuenta Atrás». Pau se ha convertido en el frontman que toda banda de rock quería tener, interacciona, tiene puesta en escena, reparte bourbon, decide repetir el inicio de una canción porque ha habido un problema de sonido («Destino Perdición») y su garganta no se arruga cuando tiene que encarar una joya como «En Ciernes». Aunque en esta ocasión no se pueden obviar las guitarras: Alex e Izzra no son los mejores del mundo, pero posiblemente los mejor compenetrados, compaginan riffs, equilibran el escenario, marcan el paso. Bajo un merecido triunfalismo, espolearon el final con «Santos y Diablos», que ha entrado directamente en la categoría de himno, y cerraron con «Nuestra Revolución» a sabiendas de que al día siguiente se iban a agotar las existencias de Lizipaina. Después de haber disfrutado del directo de Uzzhaïa más de quince ocasiones… todavía sigo contando los días para volver a verlos: Ese es el veneno de Uzzhuaïa, esa es la esencia de la música.
Texto: Vicente Merino
Foto: Ramón Montardit