Taciturno e inexperto en sonreír, el cantautor de Maryland siguió el único sendero para él posible, el de una despojada línea recta hacia el horizonte de la que, siempre solitario y ausente, no se ha apartado. Desde que despuntase a mediados de los 90 con el alias Smog y álbumes como Wild Love, plantando junto a Will Oldham las semillas de la posterior cosecha de introvertidos, asolados baladistas de un cierto abismo interior, Callahan fue depurando un estilo que culmina en este álbum de fluido título, más onírico que acuoso. Aquí sintetizan plenamente la grave vocalización sin apenas emoción, los arreglos de sencilla elocuencia —guitarra eléctrica, órgano y bajo, percusiones varias, violín o flauta— manifestando una sonoridad hueca y sinuosa, las letras entre simplistas y metafóricas con las que intenta desentrañar, consciente de la imposibilidad de respuestas claras, la enmarañada realidad de nuestras relaciones íntimas y también las sociales, finalmente nuestra actitud ante la naturaleza misma. Aquí lo hace en Small Plane, Ride My Arrow, Seagull y el resto, guijarros guiándonos hacia la maravilla final Winter Road. Justamente cuando parece colmarse la expectativa y aflora la emoción, finaliza este disco considerado por la académica revista británica Mojo el mejor del año pasado.
Ignacio Julià