Alfred Crespo se encargó de reseñarlo para el Ruta 66 correspondiente al mes de febrero. Ahora Manel Celeiro lo hace para la web. Y desde la perspectiva de un ajeno a la causa de Band of Horses….
Nunca he acabado de comulgar con la personalidad de los de Seattle. Su sonido ampuloso y de aliento épico no ha logrado captar mi atención pese a las reiteradas oportunidades que en forma de escuchas he dado a sus discos. Es más, el último de estudio, Mirage Rock (2012), me parece directamente un disco que se resquebraja por los cuatro costados y que difícilmente aguanta más de un par o tres de pasadas. Ni siquiera su aclamad hit «Laredo» puede competir cara a cara, en mi modesta opinión, con algunos de los facturados por sus contemporáneos. Y su directo, el que vi por lo menos, tenía bastante de piloto automático. Pero en eso que llega a mis manos esta grabación. Y a priori pienso que va a ser la última. Que ya está bien. Que hay bandas a las que dedicar más atención. Y que volver a desperdiciar el escaso tiempo disponible en escuchar música que no te llega en aras de entender esa veneración que en algunos círculos se tiene hacia ellos no es más que una boutade. Pero suena la entrada de «Marry Song» y en mi cerebro se hace el silencio. Mis neuronas se desconectan del exterior para concentrarse en un solo objetivo. Caigo en el sofá y busco los auriculares, necesito aislarme del ruido de fondo y sentirme transportado al legendario auditorio de Nashville mientras las canciones se van sucediendo de manera casi hipnótica. Ahí, despojadas de todo artificio, de esas producciones hinchadas y grandilocuentes, los temas cobran verdadero sentido transformándose en humildes, pero perfectas, obras de arte. Ahí, en la sinceridad que da el formato desenchufado es donde se puede apreciar en toda su extensión la profunda raíz de donde provienen. El folk y el country, dos de los pilares de la música norteamericana, y la innegable herencia del rock californiano. ¿O acaso esas armonías vocales y la manera de trabajarlas no recuerdan a Jackson Browne o a Crosby, Stills, Nash & Young?. Y, por encima de todo, a los denostados, por una buena parte del rockerío, Eagles. ¿No me creen? Escuchen el principio de «Slow Cruel Hands of Time», la entrada de piano y voz de «Detlef Schrempf», los juegos a que se entregan las cuerdas vocales en «Factory» y «Older» o la embelesadora interpretación, prácticamente a capella, de «Neighbor» y luego hablamos. Un registro que se hace breve, servidor desearía que durara como mínimo el doble, y al que volveré en muchas ocasiones. Seguramente nunca retomaré sus discos eléctricos, puede que no vuelva a pasar por taquilla para ver un concierto suyo (bueno, si es en este formato desde luego que sí) pero si sé que este Acoustic at The Ryman me va a hacer compañía durante mucho, mucho tiempo. Ya ven, cosas del rock & roll…
Manel Celeiro