Hombre renacentista pretecnológico, artesano del séptimo arte en cualquiera de sus formatos y, desde hace un tiempo, minucioso y arrebatador literato a la antigua, Santiago Lorenzo acaba de hacernos de lo más felices con una de las novelas imprescindibles de este 2012: Los Huerfanitos (Blackie Books). De los hermanos Susmozas, sus tribulaciones a la hora de salvar las candilejas del legendario Pigalle y demás satélites hablamos con este ex director de cine metido a empresario teatral a través de las páginas de un libro. Del celuloide a la celulosa, que se abra el telón.
¿Cuánto de autobiográfico tiene Los Huerfanitos?
Mucho, muchísimo. Hace quince años, yo me encontraba en una situación similar a la de los hermanos Susmozas, con una deuda económica enorme que me vino del cielo. Aquel verano tenía que juntar diecisiete millones de pesetas en tiempo récord y con todas las condiciones tácticas, táctiles y térmicas posibles para que aquello fuera a peor. Fue un verano madrileño insoportable, si hubieras mirado por el agujerito de la casa de Paseo Imperial, 31 me hubieras visto comiéndome las paredes, rodeado de muebles desvencijados y totalmente alcoholizado. Todo lo que había hecho hasta entonces se podía haber ido a tomar por el culo si no arreglaba aquel follón… y al final, curiosamente, se arregló todo muy bien, como si se hubiera aparecido la Virgen. Un deus ex machina cojonudo que vino perfecto en la vida real, pero que hubiera quedado un final de mierda para la novela (risas). Con mi tema arreglado, y bien documentado, empecé a escribir Los huerfanitos en 2001.
Tanto aquí como en tu debut con Los Millones (Mondo Brutto, 2010), los protagonistas son gente que lo pasa realmente mal por temas de dinero. Lo interesante es que en ambas, la solución real no tiene nada que ver con la pasta, sino con ser uno mismo.
Es que el dinero, en realidad, es algo que no vale para nada. Habiendo posibilidades de problemas muchos más gordos, ¿ha de preocuparnos la horterada esa del dinero? Porque, realmente, cuando te encuentras en follones así, no te estás jugando el dinero, sino otra cosa mucho más importante: tu reconocimiento ante los demás, ante ti mismo. Lo que importa es tu reflejo en el espejo cada mañana, cuando te miras y te reconoces, o no. El dinero, como materia de ficción, no vale para nada. Joder, haber dicho esto hace cinco años habría molado más; pero ahora, con lo de la crisis parece una sobrada, ¿no?
Lo que está claro es que en Los Huerfanitos el guiño a la actual crisis es algo evidente, con esos pobres diablos pagando los platos rotos por su propio padre.
El punto de partida es el mismo. No tengo la impresión de que la crisis nos la mereciéramos la gente normal. Cuando me pasó ese problema de la pasta, es porque puse mis cuentas en manos de terceros para la producción de la película… y ya ves tú. ¡Yo es que siempre fui muy ordenadito para estas cosas! Siempre he sido un tío muy precavido. Y eso lo aprendí jugando al Monopoly (Risas). El truco me lo contó un amigo: has de tener siempre guardado un 80% de lo que te tocaría pagar en una mala vuelta. Eso se me quedó grabado y siempre me ha ido muy bien en ese sentido. Pero al poner la pasta en manos de otro, se jodió todo. Un caso similar al de los huerfanitos Susmozas. Ellos se comen la culpa de otros y tienen que tirar adelante como pueden.
En tu obra literaria, al igual que ocurría en Mamá Es Boba (debut cinematográfico de Lorenzo en 1997), siempre has hecho gala de un carácter de lo más positivo y optimista, a pesar de que las historias que cuentas se produzcan en escenarios bastante jodidos.
Es que a mí las cosas se me tienden a arreglar. A mí me han dado una de hostias… (Risas), pero mi experiencia es que al final las cosas siempre se me han ido arreglando, aunque los puntos de partida hayan sido siempre nefastos. Con Mama Es Boba, me llovieron muchos comentarios chungos: la llamaron “película intelectualmente deficiente”; estaba hecha con tres pelas y mucha ilusión, y mucha gente lo entendió realmente mal. De eso hace ya quince años, me quedé muy flipado viendo como había críticos que le ponían “puntos negros”… pero al final, se ha convertido en una peli que ha gustado a la gente. Como muy de culto y tal… ¡al final tenía la razón, la película!
Parece ser que al rodar tu segunda película (Un Buen Día Lo Tiene Cualquiera, 2007) la cosa acabó por torcerse y decidiste tirar la toalla en este del cine. ¿De verdad que no te gustaría volver a rodar?
No, no creo. Además, me parece que hacer cine en este país cada día tiene menos futuro. Cada día es peor, una auténtica mierda (risas). Aparte, con la segunda película me encontré con imposiciones absurdas. Hay cosas que salieron muy bien, como la dirección de arte, y demás, pero no la considero una película plenamente mía, aunque quede gilipollas decirlo: “película mía” o “no mía”… pero eso es lo único a lo que aspiro, a decir que algo lo he hecho yo. No aspiro a tener un coche ni a determinadas cosas elevadas, pero a decir que he hecho algo, sí. Es mi única ambición, crear todo lo que pueda, a mi manera.
Bueno, al fin y al cabo tus libros son la mejor película posible.
Exacto. Además, ambos libros eran guiones, así que ha sido como dirigir películas por escrito: tú pones la música que quieres, diriges a los actores como quieres, con la dirección de arte que quieres. Cortas y pegas a tu antojo, vaya. Y eso es una libertad total, crear sin imposiciones de nadie.
En Los HJuerfanitos, la hipotética salvación de los protagonistas orbita alrededor del éxito de una obra de teatro llamada La vida. Aunque en la novela ya das pistas de cómo funciona, como lector uno se queda con ganas de más. ¿Al final resulta una obra maestra o es pura basura?, acláramelo.
(Risas) A mí lo que realmente me acojonaba era sacar una novela en la que apareciera una obra de teatro que fuera ‘normal’. Me explico: ¿cómo se hace para que sea así? Me llevó un año pensar eso sólo. Lo más fácil es dar por hecho que la obra va a ser una mierda. Lo hace Shakespeare en El Sueño De Una Noche De Verano, con aquellos gañanes que hacen una obra tan mala que da mucha risa. Salen vestidos de burro y de león: el león ruge y el otro le dice: “¡bien rugido, león!”. Es una puta mierda que está bien (Risas). Shakespeare podría haber escrito Hamlet ahí dentro… pero no habría funcionado ante el “bien rugido, león”. Imagínate, si has de meter una obra cojonuda, como escritor has de descuernarte para hacerlo, cuando realmente da igual. Nunca llegarás (risas). Y volviendo a La Vida, creo que la obra era normal, con sus personajes y sus motivaciones. Al principio, partes de una mierda, con los huerfanitos que no entienden nada, todo tan caótico… pero la obra es normal, con un título pretencioso, pero completamente normal. ¿Y cómo lo escribes? Pues mira, la gente que ha ido a verla no se levanta y se larga, así que tan mala no debe ser (Risas). Si les hubieran puntuado de verdad, probablemente le habrían dado un seis, ya sabes.
Y eso que los Susmozas creen que van a conseguir algo con ella. Realmente, te gusta hacérselo pasar mal a tus personajes…
Su tortura es nuestra alegría (risas). Por eso mola que sea ficción. Igual parezco Jeanette, pero a mí me han pasado cosas muy chungas, y cuando las recuerdo, pues las encuentro muy divertidas, muy enternecedoras, no sé. Y si de ahí puedes sacar algo y escribir sobre eso… Por ejemplo, fue una gozada escribir sobre los alcohólicos que aparecen en la novela. Yo tuve que dejar el alcohol hace siete años… y escribir sobre esos tíos estuvo muy bien, porque la fase en lo que lo encontraba doloroso queda muy atrás y ahora sólo encuentro anécdotas edificadoras.
Los palos que da la vida siempre acaban por sacar a la luz lo mejor de tus personajes. En tus obras la gente lo pasa realmente mal, pero lo enfocas todo con mucha ternura y un sano sentido del humor que te emparenta a la obra del gran Jardiel Poncela o los guiones clásicos de Rafael Azcona.
Joder, ¡gracias! Jardiel me gusta mucho. Nunca he leído nada de Mihura y no tengo ni idea de quién es Wes Anderson, y me han comparado con él (risas). Y Azcona… pues ya te digo. El tema es te comparan con gente que te gusta y has de bajar la cabeza y decir: “sí, sí”… ¡no vas a darle la razón a los que te ponían puntos negros! (Risas) Pero vaya, yo a Jardiel no le llego a la puta suela de los zapatos. ¡Es lo más grande! Amor Se Escribe Con Hache, con ese final tan bien expuesto, es de lo más genial que he leído nunca.
¿Nos adelantas cuáles son tus próximos proyectos?
Una novela que estoy escribiendo, con un punto de partida que no tiene puta gracia y me da mucha pena. También tengo un libro de cuentos, setenta en total, algunos muy cortos… quiero dejar que pase un tiempo, todo con calma. Cuando hice Los Millones, fue una gozada, porque no quería estar pendiente de taquillas ni hostias: sacar un libro y a tomar por el culo. Lo sacamos en sesenta librerías y fue llegando a la gente, poco a poco, y muy bien. Con Los Huerfanitos, la infraestructura es mayor y todo va más a lo bestia: ¡llegue a verlo en la lista de los 100 más vendidos! Un descojone, porque no había intención de nada. Y no sé: no sé cómo irá la cosa… supongo que irá bien: de todos modos, sin tener una cifra, estoy seguro de que todo ha ido por encima de expectativas, porque no había ninguna. Eso es lo bonito del tema. No esperas nada, y lo que encuentras, poco o mucho, es siempre más de lo esperado.
ALBERTO DIAZ