Así es. El genio loco de Detroit va a pasear sus nuevas canciones (ojo a la banda acompañante, corta la respiración) por Europa y va a recalar en la madrileña sala Riviera el 1 de septiembre y, 24 horas más tarde, en el Sant Jordi Club barcelonés. La ocasión merece que desempolvemos el artículo que le dedicamos en las páginas de Ruta 66. Aquí lo tienen…
“Cuando estás en tu pequeña habitación / Y estás trabajando en algo bueno / Si es realmente bueno / Vas a necesitar un cuarto más grande”, canta Jack White en “Little Room” y lo cierto es que no se me ocurre una manera mejor de presentar al factótum de los White Stripes. Cuatro versos bastan para sintetizar su idiosincrasia, la ambición artística de una banda de Detroit que ha presentado las raíces y la Historia del rock & roll ante toda una nueva generación nacida y crecida en la era del indie e internet. Cuatro versos que explican perfectamente el alcance de un proyecto que nació a finales de los 90 en la escena del garaje rock de Detroit, que creció rindiendo pleitesía a sus raíces y a muchas de sus ramificaciones posibles (Robert Johnson, Loretta Lynn, Stooges, Led Zeppelin, Gories, Gun Club, de cuya canciones White ha dicho que “no entiende porque no se enseñan en los colegios”) y que terminó con sus responsables transformados en nombre estelar, el nexo entre la genuina tradición del rock & roll y el rock contemporáneo. The White Stripes nacieron trabajando en una pequeña habitación, y la materia prima con la que trabajaban era tan sumamente buena que terminaron conquistando el mundo con ella, haciendo una labor pedagógica sin precedentes. “Durante mucho tiempo –declaraba White- he trabajado con gente distinta; ninguno de ellos, debido a una especie de sentido de culpa inherente a la música que hacíamos, tenía ambiciones… Pero no tienes más que mirar a tus ídolos. Iggy Pop, Dylan o los Stones. Todo ellos agarraron un micro y salieron al escenario”.
La pequeña habitación podría ser la de John Anthony Gillis (1975), un chico que aprendió a combatir su inseguridad sumergiéndose en el blues, desafiando a unos compañeros de instituto que, en su mayoría, preferían el hip hop y el techno. En un concierto de Radiohead, mientras suena como música de ambiente previa a la actuación, descubre a Son House. “Para mí el blues es la verdad. Incluso, cuando estoy produciendo a alguien lo primero que me pregunto es, ¿qué versión del blues encarna esta persona? ¿Cómo puedo sacar su lado más crudo?”. Se interesa también por Albert King y Holin’ Wolf e inicia un viaje iniciático que también tiene otras paradas importantes. Una de ellas se llama Flat Duo Jets. Si existe un verdadero antecedente de White Stripes es este dúo sureño, asociado a la fauna musical de la ciudad de Athens, y venerado por R.E.M. y Cramps. Su estilo minimalista abrió los ojos de Jack White cuando aún no se llamaba así. Dos músicos revisando la herencia del blues y el rock & roll armados solamente con guitarra, batería y voz. Pero el momento clave en ese viaje tiene lugar junto a un cubo de basura de su propia casa. Jack White, que entonces tiene dieciséis años, descubre en su interior el primer álbum de Stooges. Su hermano mayor se ha cansado de él. Jack lo recupera y el disco pasa a formar parte de su pequeña habitación, que, debido a la música que se va acumulando en su interior, comienza a hacerse cada vez más grande.
Jack percibe la notable influencia del blues en la música de Stooges y se hace devoto de la banda. “Funhouse es el disco de rock & roll más grande que se ha hecho jamás”, proclamaría muchos años después. Los Stooges y el garaje rock de The Sonics, The Monks y Gories pasan a formar parte de su catecismo. Entonces llega el momento de salir de su cuarto y pasar a la acción. White, que lleva tocando la batería desde los cinco años, se convierte en miembro de bandas como Goober & The Peas, The Go, Two-Star Tabernacle, todos ellos piezas de la escena local del rock de Detroit durante los 90. La gran revelación llega cuando conoce a una camarera de un bar suburbial, de nombre Megan Martha White. Un año mayor que él, Meg también toca la batería, y lo hace con un estilo minimalista y salvaje. Descubren que comparten gustos e influencia y una manera de ver la música que les une en lo artístico y en lo personal. La forma de tocar de Meg se convierte en el corazón y el sello de la música que van a hacer juntos porque lo primero que uno recuerda en cuanto escucha una canción del dúo son esos golpes de batería. Ambos contraen matrimonio en septiembre de 1996. Diez meses más tarde, debutan en directo como The White Stripes.
Más interesante aún que el hecho de que un grupo de esa envergadura esté compuesto únicamente por dos elementos, es analizar cómo funcionan y el concepto sobre el cual gravitan. En el momento en que Jack y Meg se conocen, él deja de saltar de un grupo a otro y construye el vehículo creativo que necesita para plasmar su visión. Un vehículo al que Meg aporta elementos fundamentales. Tímida e introvertida, defiende su privacidad con un cripticismo similar al de su admirado Dylan, algo que la llena de un peculiar misterio. El peso promocional recae desde un principio en el convincente y controvertido Jack. Un reparto de papeles que queda plasmado y explicado en el documental Under The Great Northern Lights, donde él toma las riendas de las entrevistas mientras ella asiente, sonríe y apostilla. Ese matrimonio que les llevó a crear un híbrido sonoro natural uniendo blues, riffs metálicos, canciones tradicionales esqueléticas y energía punk, también refleja parte de su inusual filosofía en el hecho de que es White quien toma el apellido de la novia y lo convierte a su vez en parte del nombre del grupo, un bautismo que hace referencia a una cita de George Washington en la cual aludía a las franjas blancas de la bandera norteamericana como símbolo de libertad.
Y más interesante si cabe, que todo lo anterior, es el hecho que White Stripes decidieran desde el primer momento, convertirse en una fantasía, rodeada por un misterio que ellos mismos han hecho que les rodee como una especie de niebla. Durante años, jugar a ser otros fue una prioridad. Dejar de de ser John y Megan para ser Jack y Meg White, presentándose al mundo como dos hermanos que dicen haber crecido en un barrio de población mexicana escuchando blues. El parecido físico les ayuda (son de tez blanca y comparten algunos rasgos similares). Intentan proteger su propia leyenda en una época en la que la abundancia de información hace prácticamente imposible mantener un secreto. Hasta que en 2002 la prensa aireó los papeles de su divorcio (el matrimonio duró tres años y la separación fue, evidentemente amistosa: Jack y Meg tienen un tipo de unión difícil de encasillar, como la de Patti Smith y Mapplethorpe), el mito de que eran hermanos funcionó. De hecho, la relación entre ambos ha seguido indeleble, quizá porque se trata de dos almas gemelas que comparten una visión y también una misión. “Creamos nuestro pequeño mundo -declaraba Meg en 2002- y si eres capaz de eso, nada puede detenerte”.
Nadie esperaba que aquel dúo que empezó tocando con bandas emergentes de la escena garagera de Detroit como Dirtbombs y Von Bondies se convirtiera en un uno de los fenómenos musicales que marcó la década noughties. Debutaron en 1998 con el single Let’s Shake Hands (Italy Records), una edición limitada, con portada pintada a mano con blanco y rojo, los colores dominantes en la siempre cuidada y meditada estética del dúo. White Stripes estaban impregnados de una ambición artística que, con el tiempo, le llevó a necesitar más espacio, un cuarto más amplio que el que les ofrecía la familia underground de Detroit. Antes tenían que aparecer los primeros discos: The White Stripes (Sympathy For The Record Industry, 1999), un aullido de blues minimalista que lleva la marca de sus más notables influencias y que lo convierte en su álbum más crudo y potente; en definitiva, la obra que mejor refleja sus raíces y orígenes. De Stijl (SFTRI, 2000) marca un nuevo paso hacia el futuro. Su título refleja la influencia de la corriente artística holandesa de la que Mondrian es uno de los referentes más reconocibles, cuya idiosincrasia minimalista y deconstructivista se percibe también en la música del dúo. Una vez más, la habitación se les queda pequeña y, siguiendo el rastro de Led Zeppelin, buscaban un territorio alternativo para el blues, en un recorrido que también pasa por la Carter Family, rinde un obligado homenaje a Son House (“Death Letter”) y de paso nos anuncia algo poco común entre la fauna indie: Jack White es un virtuoso de la guitarra,.
Todo en los White Stripes era inusual: sus raíces musicales, su formación, su fidelidad a un concepto estético. Trascender a la escena local fue algo que la pareja nunca buscó, pero que tampoco evitó. Y eso, en un círculo en el que la autenticidad se mide según lo minoritario que seas, no sentó nada bien. White Stripes nunca se plantearon quedarse donde estaban. “A Mucha gente los Sonics les parecían muy cool porque nunca se hicieron populares. Nosotros no buscábamos eso”, dijo Jack White. Y llegó un momento en que antes de que ellos pudieran adivinarlo, la habitación ya era demasiado pequeña. El punto de inflexión para Jack y Meg llegó a mediados de 2001. Su primera visita a Inglaterra fue decisiva. Una actuación en el 100 Club, cuna del punk, se convierte en su bautismo de fuego. John Peel anuncia que ha visto en ellos el futuro del rock & roll (“lo más excitante desde Jimi Hendrix”) y antes de que el 11-S lo cambie todo para siempre, Inglaterra cae rendida ante esta pareja y su retro-rock americano. Es el verano en que el rock vuelve a estar de moda y todos miran a Estados Unidos por culpa de los Strokes. Nueva York vuelve a ser una ciudad llena de promesas musicales. Pero White Stripes no son modernos, no reviven el colorido de la new wave como los Strokes, ni son oscuros como Interpol, ni tan fashionables como Yeah Yeah Yeahs. Sólo son un dúo procedente del área suburbana de Detroit que hace música antigua. Pero la pasión con la que la crean e interpretan es tal que nadie puede atreverse acusarles de ser un show nostálgico.
Uno de los motivos por los cuales Inglaterra se enamora de White Stripes es White Blood Cells (SFTRI, 2001), el disco que muchos consideran su obra maestra, donde la pareja renueva sus votos de fidelidad con el blues. Su disco más pop y su disco más sucio, con temas clave como “We Are Going To Be Friends”, “Hotel Yorba”, “Fell In Love With A Girl” (que se ve potenciada por un estupendo clip firmado por Michel Gondry en el que el dúo se convierte en figuras de Lego sin dejar de ser un homenaje a los Stooges más bestias), “I’m Finding It Harder to Be A Gentleman” o “I Can’t Wait”. Y también el disco que ironizó sobre su futuro inmediato antes de que éste llegara, con una portada en la que Jack y Meg se ven acosados por un grupo se figuras negras que, según se ve en una foto posterior, son periodistas y reporteros que sólo quieren hablar con las estrellas del momento. Toda una premonición. El efecto contagio no tarda en propagarse y en breve White Stripes serán el grupo al que todos aman y al que muchos también están dispuestos a detestar.
El romance británico perdura y el dúo opta por grabar el que será su cuarto álbum en los estudios londinenses Toe Rag donde acuden habitualmente Holly Golightly y Billy Childish. Allí ningún aparato está fabricado después de 1963. “No he sido nunca anti tecnología porque sí –reconocía recientemente White-. Veo que la tecnología tiene usos muy interesantes pero intento ser maduro y ser consciente de que hay una cumbre que cada tecnología alcanza y que a veces es seguida por un acusado bajón cualitativo. No puedes convencerme de que los equipos digitales suenan mejor. No es así. Sólo son más fáciles de usar”. El disco se registra en abril de 2002 pero no sale hasta un año más tarde para no perjudicar las sustanciosas ventas que sigue produciendo White Blood Cells. Para entonces, la escena de Detroit comienza a mirarles con rechazo, a pesar de que White, viene apoyando a los grupos locales a través de recopilaciones como Sympathetic Sounds Of Detroit (SFTRI, 2001), donde aparecen nombres como Von Bondies, Detroit Cobras o Dirty Bombs, a los que también produce. Elephant (XL, 2003), es el primer disco que graban siendo objeto de atención por parte de medios y público, y también su debú para un gran sello. Contiene la canción por la cual fueron mundialmente conocidos, “Seven Nation Army”, un tema que no entra dentro de lo que solemos entender por hit; el hecho de que lo fuera lo convierte en algo más irresistible aún. Una versión de Burt Bacharach “I Just Don’t Know What To Do With Myself” y el single “The Hardest Button To Button” fueron también emblemas de un álbum que terminó de cimentar el estatus del grupo. Las críticas fueron loables. Las ventas llegaron casi a los 3 millones de unidades. White Stripes habían logrado la hazaña de colocar un disco de garaje rock grabado en un estudio analógico, hecho sólo con guitarra voz y batería (y varios pedales, como el que permite que la guitarra de White suene como si fuera un bajo). Un hito que la gran mayoría de sus ídolos jamás logró. Su triunfo, en cierto modo, fue también su reivindicación.
Los problemas debieron aumentar a medida que Elephant se hacía más grande. Jack estaba saliendo con Marcia Bolen, de Von Bondies, uno de los varios grupos de Detroit que, gracias al éxito de los Stripes y al amparo del efecto “Detroit es la nueva Seattle”, consiguió un sustancioso contrato con una multinacional. White produce y colabora con bandas locales como Blanche, Whirlwind Heat, Soledad Brothers… Pero la escena local parece no perdonarle el éxito masivo. La situación explota una noche de 2003, cuando White y Jason Stollmeister, líder de Von Bondies, se enzarzan en una trifulca que acaba con el careto de Stollmeister hecha unos zorros, pero convenientemente fotografiado por la oportuna presencia de las cámaras. “Había muchos comportamientos exagerados –reconoció White en 2005-. Estaba metido en un montón de batallas perdidas. Fue uno de esos momentos en los que estuve a punto de tirar la toalla. El error fue seguir viviendo en la ciudad de l que procedía una vez había tenido éxito. Es algo que se supone que no debe ocurrirte. Perdí muchos amigos, mucha gente nos quemó. Era como si la familia de amigos y músicos que encontré, que amé y a la que abracé me hubiese dado la espalda”.
Ese mismo año, Jim Diamond, productor de sus primeros discos, les demanda reclamando royalties. Da otro paso hacia el estrellato al obtener un papel en Cold Mountain, de Anthony Minghella, para cuya banda sonora también aporta canciones. Además, vive un romance con Renée Zellwegger, pero da la impresión que el aumento de exposición a los medios que esto supuso no le gustó un pelo y la historia fue breve. En un viaje en coche con ella sufren un accidente de coche que le fractura una mano. Como gesto no se sabe muy bien si irónico o qué, hace que se retransmita la consiguiente operación por internet, para que fans y morboso queden contentos. Para que el flujo de novedades continúe, se publica Under Blackpool Lights (XL, 2004), testimonio en DVD de los conciertos que ofrecieron a principios de ese año en la ciudad a la que alude el título.
Get Behind Me Satan (XL, 2005) es exactamente lo que el título insinúa, una suerte de ritual purificador para conjurar la oleada de mal rollo que les persigue desde hace dos años. Un disco mucho más experimental y también con algunos de sus momentos más pop, encarnados en temas como “My Doorbell” y “The Denial Twist”. White sustituye en varias ocasiones su guitarra por el piano y por la marimba, instrumento que, unido a los pasajes más dadaístas del disco, revela que esta vez una de las grandes referencias es el Captain Beefheart. Evidentemente, vendió mucho menos que los dos anteriores, pero sirvió para ratificar que White Stripes no están esto por el dinero sino para hacer la música que desean hacer. En el rodaje del clip de “Blue Orchid”, Jack conoce a la modelo Karen Elson con la que se casa meses más tarde en una boda sorpresa en Brasil, en el transcurso de una gira por ciudades latinoamericanas donde apenas nadie conoce al dúo. Una vez más, se trata de abrir puertas, de buscar lo que otros jamás se plantearían, y actuar en sitios a los que nadie va nunca a actuar. El exorcismo se da por concluido cuando Jack se traslada a Nashville, dejando atrás Detroit
Una de las últimas cosas que le brindó su ciudad natal fue la oportunidad de trabajar con su vecino Brendan Benson, cuyas composiciones admira. El proyecto de hacer algo juntos acabó generando un grupo en el que ambos se vieron involucrados. The Raconteurs, cuyo line-up se completa con Jack Lawrence y Patrick Keeler, ambos procedentes de bandas con las que tiene fuertes lazos. El grupo se convierte en una vía de escape para el hiperactivo White, que a partir de entonces parece multiplicar su energía para trabajar en todo tipo de proyectos y colaborar con los músicos más dispares, desde Beck (otra de sus declaradas influencias) hasta Mark Ronson pasando por Dan Sartain. En cuanto a White Stripes, en 2007 editan el que es su último disco de estudio hasta la fecha, Icky Thump (XL), su obra más excéntrica y radical, una reafirmación artística que no atiende a razones comerciales ni a presiones de ningún tipo. Un regreso a las raíces que es a la vez que una nueva apuesta por introducir nuevos elementos sonoros, un abanico que abarca desde el folclore escocés hasta el toque mariachi de “Conquest”.
Un ataque de ansiedad de Meg hace que la gira americana y europea de 2007 haya de suspenderse. Durante el parón, Jack se refugia en The Raconteurs, con los que graba un segundo disco, y posteriormente, crea The Dead Weather. Previamente el tramo canadiense de la gira fue filmado y convertido en la base de Under The Great Northern Lights (XL, 2010), la película y disco en directo, que documenta la gira y arroja algo más de luz al siempre misterioso mundo de White Stripes. De nuevo los vemos recorriendo ciudades que la mayoría de las bandas establecidas se negarían a visitar. Los vemos improvisar conciertos en bares, autobuses, boleras y barcos. Y también les escuchamos, sobre todo a Jack, explicar su idiosincrasia. En una de las entrevistas, recuerda cómo la revista Spin afirmaba que “todo en White Stripes es una mentira”, para después añadir que en otra publicación se dijo que eran a la vez el grupo más falso y más real del mundo. Quizá ese segunda afirmación tenga mucho más sentido. White Stripes no dejan de ser una fantasía, una puesta en escena, como lo son casi todos los grandes artistas del rock y del pop. Una fantasía hecha realidad que utiliza el privilegio que concede el éxito para difundir la música que ama. “El rock & roll moderno no captura el verdadero espíritu del rock & roll, sólo su idea”, dice White, un tipo que respeta sus raíces sin olvidarse que vive en el presente. Un artista filantrópico dispuesto a crear e innovar constantemente usando toda una tradición musical. “Sólo se necesitan dos personas para hacer lo que hacen White Stripes”, afirmó en una ocasión Meg. Dos personas y una habitación tan grande como la propia vida.
JACK Y LOS OTROS
Aunque en los últimos tres años ha rebajado el ritmo de trabajo con White Stripes, la impronta de Jack White sigue presente en los más diversos asuntos, ya sean colaboraciones o producciones. Al margen de The Dead Weather, su otro grupo es The Raconteurs, que él define como un proyecto de su socio Brendan Benson. “Jack siempre está haciendo cinco cosas a la vez, ya era así cuando montamos nuestro grupo. Es lo habitual en él”, declaró Meg cuando le preguntaron por el nacimiento de este nuevo grupo. Debutaron en 2005 con Broken Boy Soldiers (XL), un disco en el que White se deja llevar hacia un rock menos salvaje, más convencional. Con marcadas influencias de la música británica de los 60, el grupo surge sin unas directrices prefijadas. White se apoya en su admiración por Benson para hacer una serie de canciones que acaban arrojando otro éxito, “Steady As She Goes”. Y lo que iba a ser un proyecto sin continuidad revive al poco tiempo cuando White Stripes congelan su actividad. En 2008 los Raconteurs sacan el segundo álbum, Consolers Of The Lonely (XL), sin un temazo de la envergadura de su antecesor pero con una versión del “Rich Kid’s Blues” de Terry Reid que reafirma el fervor del grupo de cara al rock británico.
White aún no se ha prodigado como solista, pero ha grabado un dueto (controvertido, claro) con Alicia Keys de cara al single Another Way To Die (XL, 2008), el tema Bond de aquel año. Ha grabado también una canción con Jay-Z que aún no ha visto la luz, pero mientras tanto su labor como productor-padrino sigue viento en popa. La relación de grupos con los que ha colaborado o a los que ha producido da para un Ruta 66 monográfico. Hay para todos los gustos, desde garage avant garde (Whirlwind Heat) hasta la fantástica gamberrada de “Danger! Danger ¡ High Voltage!” de Electric Six, donde White canta y todo, sin olvidar a sus protegidos Blanche. Pero sin duda, a White hay que respetarle aunque sólo sea por la labor de reivindicación de sus padres musicales. En 2004 produjo Van Lear Rose (Universal), el regreso discográfico de Loretta Lynn. El disco fue el típico éxito a lo White: se vendió, ganó premios y, por encima de todo, devolvió a la actualidad a una de las grandes figuras del country. Este otoño verá la luz su nueva operación rescate: el nuevo álbum de la rock & roll mamma Wanda Jackson,. De momento circula un adelanto en forma de single con una versión de Amy Winehouse (“You Know I’m No Good”) y otra de Johnny Kidd & The Pirates (“Shakin’ All Over”). “Es una persona que sigue yendo más allá cuando en realidad no tiene porqué hacerlo”, declaraba White sobre Jackson, que le dejó elegir el repertorio a grabar y decidir la producción. Fiel a su política de privacidad, el productor no suelta prenda sobre el repertorio, que parece ser está compuesto en su mayoría por canciones de los años 40. En cuanto a los rumores que tanto inquietan a Mr. White, apuntan que la siguiente gran dama a la que espera restablecer musicalmente será Dolly Parton.
Sus ex amigos de Detroit podrán pensar lo que quieran, pero Jack White se ha ganado a pulso el respeto de los grandes. Scorsese y los Stones le invitan a participar en la película Shine A Ligh (Universal, 2008), donde interpreta “Loving Cup”, aunque las malas lenguas dirán, “sí, el concierto de los Stones donde también canta Christina Aguilera. Jim Jarmusch contó con Jack y Meg para uno de los cortos de Coffee And Cigarettes (2003), en el que él le habla a ella de su bobina Tesla con el “Down In The Streets” de los Stooges como fondo. En It Might Get Loud (2009), el documental de Davis Guggenheim que traza la historia de la guitarra eléctrica a través de tres de sus más significativos intérpretes, White es una de las voces narradoras que explican, en primera persona, la importancia del instrumento que les ha llevado a hacer historia. Los otros dos son Jimmy Page y The Edge, que al final se reúnen con White para improvisar una jam. Durante la grabación de esta parte, White compuso el tema “Fly Farm Blues” (Third Man Records, 2009), su primer single como solista. De momento no hay fecha para un álbum por su cuenta, sólo los rumores que él mismo se ha encargado de circular.
Bajo la marca de Third Man Records, utilizada como sello independiente desde que White Stripes sacan discos, White inaugura en 2009 en Nashville un complejo que incluye estudios de grabación y rodaje, sala de ensayos, y tienda. Una factoría musical que le permite controlar todo el proceso creativo musical. Los artistas graban, se hacen las fotos, diseñan sus portadas, lanzan su música, ya sea en formato físico o digital, y la venden sin salir del mismo edificio. El primer lanzamiento importante del sello constituido tal como se le conoce desde hace un año, fue The Dead Wather, pero también han publicado, entre otras, referencias de Dan Sartain, Dex Romweber Duo, BP Fallon, el single de Wanda Jackson, un directo de Raconteurs sólo en vinilo y el single en solitario de White. Uno de los últimos y más sorprendentes lanzamientos ha sido el álbum de Karen Elson. La supermodelo británica ha debutado con un álbum producido por su marido, The Ghost Who Walks (XL, 2010), otro ejemplo de que la intuición de White no suele equivocarse. Constituido por piezas de rock, folk, y country, es un disco de autora. Sólo falta saber qué ocurre con Meg, de la cual su socio dice que también tiene interesantes proyectos en cartera. Teniendo en cuenta que en mayo de 2009 contrajo matrimonio con Jackson, el hijo mayor de Patti Smith, las posibilidades musicales que esta red de parentescos y amistades plantean son poco menos que deliciosas.
THE DEAD WEATHER: DIRTY PSICO BLUES
“El primer álbum fue una especie de accidente cuyos efectos han ido evolucionando hasta convertirnos en un grupo”, explica Alison Mosshart por teléfono desde Tulsa, ciudad en la que dará un concierto en unas horas The Dead Weather. Hasta hace un año la conocíamos por ser la mitad de The Kills, el dúo angloamericano que, junto con los White Stripes, ha estado untándole blues y guarrería al rock contemporáneo durante los últimos diez años; de hecho, grabaron su primer disco Keep On Your Mean Side (2003) en los estudios Toe Rag. Tras un parón del dúo, cuyo cuarto disco ya está prácticamente terminado, Mosshart encontró una inesperada ocupación. “The Kills telonearon a The Raconteurs en 2008 y al final de la gira Jack me comentó que había construido un estudio en Nashville y me propuso que fuera allí para grabar unos temas y hacer un single”. El single se convirtió en cinco canciones y las cinco canciones pasaron a ser un álbum. Sin que nadie se lo esperara, se anunció el nacimiento del nuevo supergrupo de Jack White, que no puede estar quieto a pesar de que siempre anda metido en siete fregados distintos. Como buen liante que es, metió en el grupo a Dean Fertita (de Queens Of The Stone Age, guitarra y teclados) y a Jack Lawrence (de The Raconteurs, bajo). Alison gruñe si se le menciona lo del supergrupo (en realidad da la sensación de que gruñe con mucha facilidad le digas lo que le digas); prefiere centrarse en explicar la evolución de Dead Weather, que en primavera de 2009 presentaba Horehound (Third Man /Sony), su primer álbum. “Todo sucedió muy rápido. Nos fuimos de gira y durante ese tiempo, en los ensayos y las pruebas de sonido fueron surgiendo las canciones del segundo disco. La energía era propicia, estábamos los cuatro juntos y eso hizo que las nuevas canciones fueran creciendo noche tras noche, frente al público, por eso suenan más duras.”
La primera canción que grabaron Dead Weather fue “Down In The Park”, de Tubeway Army, ya que White tiene la costumbre de usar una canción ajena para empezar a ejercitar a un grupo recién hecho. Pero el sonido de Dead Weather no es post punk electrónico, aunque a veces parece contagiado por los teclados de ciertas bandas post-punk, incluso por los propios Suicide. “¿El sonido del grupo resulta extraño? –ríe Alison-. No soy buena describiendo mi propia música pero sí que puedo afirmar que se trata de un sonido bastante moderno aunque esté totalmente basado en el blues, que es nuestra base. El resultado forma parte de la forma de trabajar de Jack, que siempre intenta llevarte a otro lugar. Se trata de diferentes interpretaciones del blues pero hechas desde la perspectiva de un grupo de ahora. Suena diferente a cualquier otra cosa porque está grabado de una manera muy poco moderna, con cinta analógica. Eso le proporciona alma, calidad humana, refleja cómo está hecha la música”. Alison no da muchas pistas respecto a las influencias de Sea Of Cowards (Third Man/Warner, 2010), segunda obra del cuarteto. “El título es cosa de Jack, debería ser él quién te lo explique”, comenta acerca de una frase que, según parece, es una referencia velada a ese “mar de cobardes” que se ampara en el anonimato que ofrece Internet, y que se dedica a difundir mentiras e insultos alrededor de su persona. “El grupo suena sucio –prosigue Alison- pero no es algo premeditado, es lo que ocurre cuando nos juntamos, nos sale algo muy oscuro, muy vivo y muy enloquecido, es el efecto de la energía que producimos entre los cuatro”.
Jack y Alison se conocieron “en algún festival europeo” en 2003. “Actuábamos The Kills y de repente vimos al mismísimo Jack White abrirse paso entre el público y colocarse en primera fila para vernos. No nos esperábamos algo así. Somos amigos desde entonces. Su actitud hacia la música es única. Está lleno de energía, trabaja muy rápido, te está contagiando con sus ganas constantemente. Se entusiasma tanto con las cosas que tiene una necesidad de crear que a veces es compulsiva. Trabajar con él es una experiencia que te ilumina”. Sin embargo, The Dead Weather no es solamente la última aventura de Jack White. “Él prefiere estar en la batería, el instrumento con el que comenzó a tocar, y tampoco desea acaparar ningún protagonismo. Este grupo es fruto de un proceso de colaboración. Las canciones surgen cuando estamos los cuatro hablando, compartiendo ideas, tocando. A veces escuchas el bajo o los teclados y comienzas a escribir una letra. Todos nos estamos transmitiendo cosas unos a otros”. Alison también considera un honor el que The Dead Weather haya sido el grupo con el que se inauguró el proceso de producción y creación de Third Man Records, una progresión de lo que en su día fueran factorías musicales como Sun, Chess o Motown. “Poder trabajar de esa manera es un sueño hecho realidad para cualquier artista. Te da la oportunidad de tener el control absoluto sobre lo que haces, sin que nadie interfiera entre tu idea original y cómo éste llega al público. Desde el sonido hasta la portada, son factores importantes que no siempre puedes controlar. Imagínate cómo es entrar un día a grabar unos temas y verlos dos días más tarde prensados en un vinilo, con la portada, el diseño y el sonido que deseas que tenga”.
TEXTO: Rafa Cervera
FOTO: Luis Lecumberry