Este californiano con nombre de personaje de la tienda de los horrores regresa con un disco tan exquisito como sus anteriores trabajos. Metido de lleno en una búsqueda espiritual y sonora de un estilo que lo defina, Frankenreiter se metió siete días en un estudio del sur de California con la única compañía del bajista Matt Grundy. De esa semana de intensa actividad nace este Start Livin’ dedicado a la esposa del cantante.
Lo primero que destaca de este disco es la ausencia de baterías. Éstas son sustituidas por palmas, congas, maracas, timbalas, ollas o hasta golpes en el suelo. Frankenreiter canta como siempre, con un deje a lo Ray Lamontagne, susurrando, rompiendo la garganta para que la piel se te ponga de gallina. Y lo hace sobre canciones, básicamente, de amor. Porque este es un disco placentero de un tipo feliz. Aquí no hay desencuentros, ni canciones de ruptura. No hay desesperación, tristeza ni desesperanza. Hay un sentido del ritmo único, una cadencia tremendamente expresiva y un montón e buenas canciones cantadas de manera majestuosa. Vamos, otro disco más del gran Donavon Frankenreiter.
Eduardo Izquierdo