POST DE LA SEMANA
Son muchos los redactores de esta casa que pasean sus letras por la blogosfera. Por eso queremos, regularmente, seleccionar algunos de los mejores posts que cuelgan nuestros plumillas. Turno para Manel Celeiro y sus reflexiones sobre el nuevo disco de Bruce Springsteen.
Ya que este texto va a generar debate, todos sabemos como las gastan los fans, y que voy a recibir ostias por todos lados quiero dejar claras varias cosas. Vaya por delante que mi respeto artístico por Springsteen es máximo. A nivel personal no lo puedo afirmar con tanta rotundidad, no lo conozco personalmente, a pesar de su imagen de buen tipo. Quizás en ese aspecto esos seguidores que le llaman Bruce, si, por el nombre de pila, como si fueran amigos de toda la vida, puedan valorarlo mejor. Su legado musical ha sido básico para el desarrollo del rock moderno. Y seminal, ya que ha forjado cientos de vocaciones en músicos de varias generaciones posteriores. Sus canciones fueron muy importantes durante una buena etapa de mi vida, incluso hasta la obsesión (Nebraska fue pilar de aguante durante una etapa gris de mi existencia), y cuatro de sus grabaciones están entre mis discos favoritos de siempre. El citado Nebraska, The River, Darkness In The Edge Of Town y Born To Run. Pero tras Tunnel Of Love empezamos a desconectar. Puede que fuera culpa mía o puede que sus bandazos, desastres como Human Touch o Lucky Town, su alejamiento de la E Street Band, provocaran el distanciamiento.
The Ghost of Tom Joad fue como un destello, una pequeña brizna de esperanza que, lamentablemente, no ha tenido continuidad salvo momentos puntuales de Devils & Dust. Solo The Seeger Sessions nos trajo su mejor cara pero no debemos olvidar que se trata de un disco de versiones. Ya no me creo su discurso, esa figura de la esperanza americana que encarnó en The Rising, un disco terriblemente hinchado, con una producción pomposa y vacía, donde se erigía en gurú del resurgir tras los terribles atentados del 11- S, ni tampoco verlo pegando saltos en un estadio a los 62 años, para eso ya tenemos a Mick Jagger, ante una multitud enfervorizada. Multitud que en un porcentaje de un ochenta por ciento disfruta de su única ceremonia de rock bi o tri anual. Una multitud alejada del rock & roll, entiéndanme, del rock & roll de verdad, que acude a un acto social. Tener que aguantar en la gira de las Seeger Sessions a la gente de al lado preguntándose cuanto tocaría “las buenas” todavía me enerva. No me creo Wrecking Ball, aparte de la dudosa calidad de sus canciones, no me creo las letras, no me creo el video populista que acompañó «We Take Care of Our Own» y siento que el de New Jersey no puede salirse del entorno. Que las circunstancias y su pasado le obligan a seguir siendo el poeta de la clase obrera, el rocker del pueblo, y que no encuentra el momento ni las razones para salirse del guión. ¿Qué le obliga a seguir llenando estadios? ¿Qué o quien le aconseja disimular la calva con injertos y derrochar testosterona en las poses? ¿Qué le aporta personalmente escribir discos como Wrecking Ball? Creo que sería mucho más feliz, él y sus fans de verdad, haciendo recintos más reducidos interpretando un repertorio de rock, blues y folk junto a una banda de amigos. Creo que sería mucho más feliz si dejaran, o dejáramos, de considerarle paladín de nada y solo un músico exprimiendo los últimos años de creatividad de manera más interna y personal. Creo que sería mucho más feliz grabando discos más íntimos que no fueran juzgados siempre en función de un pasado que lamentablemente ya no volverá. Iré a verle en Mayo para despedirme. Puede que vuelva a Barcelona, casi con toda seguridad lo hará salvo imprevistos físicos, pero yo ya no estaré allí. No volveré a gastarme un euro por verlo dándose un baño de masas. Lo hago por cierta fidelidad y porque todavía tengo la esperanza de que, en uno de los dos conciertos, me deje un recuerdo imborrable, el mismo que conservo de las giras de Born In The USA o Tunnel Of Love y no el de su última visita con el Camp Nou convertido en una verbena de ejecutivos manos en alto coreando «Twist & Shout». Y le doy el pasaporte del olvido a su último disco. No voy a perder el tiempo escuchando esa medianía pudiendo gozar de Women & Work de Lucero, de The Russian Wilds de Howlin’ Rain, de Lincoln Durhan y su The Shovel Vs. The Howling Bones, de Alabama Shakes y Boys & Girls o del Southern Canon de US Rails. Por citar solo a algunos. No, ya no necesito a este Springsteen. Y creo que hace tiempo que él tampoco me necesita a mí.