MES NEIL YOUNG
‘’Soy el océano / Soy la resaca’’
(«I’m The Ocean», del elepé Mirror Ball)
Este mes lo dedicamos a Neil Young. Para ello hemos realizado un exhaustivo trabajo de bibliotecario recuperando todas sus reseñas discográficas publicadas en los 26 años de existencia de Ruta 66. Por razones obvias de edad, a menos que se esté cerca de doblar los cincuenta, una gran parte de los lectores no pudieron leerlas en su momento, de ahí el regusto de conocer por primera vez lo que en su día se escribió.
En esta primera entrega repasamos los controvertidos cinco discos que grabó para el sello de David Geffen. Como sorpresa hemos incluido las críticas que Ignacio Julià realizó de Trans y Everybody’s Rockin’ en la extinta revista Rock Espezial hace casi, ay, treinta años. Tan polémico fue este quinteto que Geffen y Neil acabaron enfrentándose en los tribunales. El primero acusó al segundo de hacer música deliberadamente no representativa y sin atractivo comercial. Además de Ignacio, aportaron sus puntos de vista Diego A. Manrique y David S. Mordoh.
TRANS
(Publicado en Rock Espezial, nº 19, marzo-1983)
Trans es un disco… desconcertante. Claro que no es el primero: la carrera de Neil Young está plagada de casos sin solución, de discos que rompen radicalmente con el inmediatamente anterior, de propuestas de cambio y movimiento, pero… ¡un disco tecno! Uno se imagina al señor Young con un puñado de cables entre las manos y no puede dejar de sorprenderse ante el primer LP de country futurista de la historia. En la portada, y como ya es tradicional en el autor de Zuma, se enfrentan dos mundos opuestos. En el vinilo también: seis temas cuentan con el tratamiento electrónico proporcionado por sintetizadores, y se desarrollan en una especie de estilo «Randolph Scott-contra-Kraftwerk» tan novedoso como difícilmente asimilable. De estos temas —entre los que sobresalen «Computer Age», «Mr. Soul» y el melancólico «Transformer Man»— se desprende una visión harto negativa de la invasión tecnológica. Pero la verdadera sustancia, por así decirlo, de Trans, está en los tres temas llevados a cabo únicamente con la Transband que le acompañó en su reciente gira mundial. «A Little Thing Called Love» es una tonada genial, absolutamente contagiosa, puntuada por la vibrante guitarra del gran Nils Lofgren. «Hold On To Your Love» es una delicia de armonía y volatilidad, y «Like An Inca» una epopeya, en tono sutilmente eléctrico, sobre nuestro incierto futuro en este planeta: un delirio de solos desenfrenados y palabras agrias. Trans no es el disco que uno esperaba después de haber presenciado el espectáculo electrizante que Neil Young ofrece en directo. Pero es un trabajo inspirado y sorprendente, de alguien que siempre se ha preocupado por no estarse quieto, por husmear en el presente más avanzado y sacar sus propias conclusiones. Después de esto, ya ni un LP de Devo interpretando los grandes éxitos de Hank Williams logrará sorprenderme. IGNACIO JULIÀ
EVERYBODY’S ROCKIN’
(Publicado en Rock Espezial, nº 30, febrero-1984)
No puede negarse que Neil Young parece metido en un callejón sin salida. Trans, su anterior LP, mezclaba de nuevo metafóricamente dos mundos opuestos: el de la naturaleza representada por su personal country-rock de siempre, y el de la tecnología utilizada en una serie de experimentos electrónico tan curiosos como fácilmente olvidables. En esta ocasión, la excusa es otra: la recuperación de un primitivismo rockanrolero bastante trasnochado después del éxito de grupos como los Stray Cats y otros. A pesar de todo, Everybody’s Rockin’ es una experiencia disfrutable y bastante positiva. Mientras los desvaríos tecno de Trans asustaron hasta a sus más acérrimos admiradores, el rock&roll refrescante y tal cual de su nuevo trabajo puede funcionar maravillosamente bien en tu próxima fiesta y hará sonreír plácidamente hasta al más estirado de tus invitados. Las versiones de viejos clásicos han sido seleccionadas con el corazón, eso no puede negarse. Escucha «Mystery Train» o «Bright Lights, Big City» y comprenderás mi afirmación. Pero lo verdaderamente importante es que las composiciones propias —que las hay y en mayor número que covers— encajan perfectamente en el contexto del disco; hasta tal punto que se diría que temas como «Payola Blues» —un afilado puñal irónico contra la industria discográfica—, «Jellyroll Man» o la estupenda «Wonderin’» fueron escritas hace dos décadas y pico. Pero tampoco nos engañemos. Este no es el Neil Young de After The Goldrush, Zuma o Rust Never Sleeps. Ni mucho menos. Pero a tipos como él se les puede permitir casi todo. Hasta algo tan vulgar como un álbum de apariencia revivalista. Porque, tenlo por seguro, siempre puede sorprendemos con un nuevo Tonight’s The Night, con un nuevo gesto genial que sofoque nuestras dudas. Y eso no se compra con dinero. IGNACIO JULIÀ
OLD WAYS
(Publicado en Ruta 66, nº 1, noviembre-1985)
El problema con Neil es que… ‘’quiere hacer discos de country con presupuesto de rock’’, tal como me dijo un ejecutivo de su compañía. La Geffen está sulfurada ante los zigzagueos de Neil Young, que un día les hace un álbum tecno, luego un homenaje al rockabilly y, ahora, un disco rural. Todo eminentemente anticomercial, a los ojos de unos señores que le hicieron firmar un contrato goloso. Pero es peor que… Neil haya atrapado el virus de la reaganitis y se haya hecho un halcón en política. No sé, sabe desagradable encontrarse a un antiguo compinche pasado al otro bando. Ay. Además, el pobre Neil… ya no vende. A no ser que haya un cambio de opinión, este LP no se publicará en España (estará disponible en una pequeña cantidad de copias importadas). ‘’El country no entra en España’’, afirman en su distribuidora. Y es que Old Ways es un disco de vaqueros. Está grabado mayormente en Texas y Tennessee. Cuenta con abundantes «Nashville cats» y allí cantan Waylon Jennings, Willie Nelson, Denise Draper. Sin embargo, es un bonito disco. Están las canciones que le oí en Los Ángeles el pasado otoño y eso puede enturbiar mi juicio pero está exquisitamente producido (en contraste con otras excursiones campestres suyas) y tiene más material salvable de lo habitual en los discos de las estrellas vaqueras, siempre lastrados por cortes de relleno y escasa duración. El contenido, a prueba de sobresaltos. Nostalgias de la vida sencilla («Get Back To The Country»), un homenaje a su estado adoptivo («California Calling»), baladas rompecorazones («Where Is The Highway Tonight?», «Once An Angel»), una clásica empapada de violines («The Way Ward Wind»), momentos sentimentales («My Boy»). Todo muy crepuscular y muy sentido y bastante triste. Para vaqueros de ciudad, una recomendación: «Old Ways» funciona como relajante tras la descarga de adrenalina que puede suponer oír a Jason & The Scorchers. El momento de quitarse las botas y tenderse en el sofá, con la cerveza al alcance de la mano. Yo también quiero jugar a los tópicos, Neil. DIEGO A. MANRIQUE
LANDING ON WATER
(Publicado en Ruta 66, nº 11, octubre-1986)
Allá por 1977, cuando Neil Young iba de prolífico y además con buen material, se decía que tenía compuestas más de 200 canciones, suficientes para diez LPs buenos (o veinte mediocres). Y todos quedábamos boquiabiertos. Ahora si me dicen que tiene 200 más, no creo que entre todas hagan dos LPs audibles. Por lo menos vista la producción de los últimos cuatro años. Desde luego en Geffen tienen razones para sentirse defraudados: ni un solo disco con la coherencia del Neil Young clásico, el del corazón abierto de «After The Gold Rush», el de la guitarra agonizante de «Like A Hurricane» o el escalofriante de «Thrasher». Empezar la singladura en la casa con una empanada mental del calibre de Trans —ritmos tecno y vocoder para el héroe de la guitarra chirriante— y sucederla con una corta recopilación de rockabilly de aburrida facturación es como provocar una recisión de contrato. El ultimátum lo revuelve volviendo a las viejas formas —que no a la inspiración de antaño— a base de country. Buena elaboración la de Old Ways pero siempre prevalecerá la integridad de un Comes A Time. Y con esta perspectiva sin rumbo aparente presenta Neil su disco de 1986, donde una vez más prueba con otra variante de rock (que supuestamente no entra en su radio de acción). Lo hace ayudado por un compinche veterano de las sesiones californianas, Danny Kortchmar, individuo más cercano al estatismo musical de los cantautores que a los afilados espasmos de Young. Ambos parecen buscar desesperadamente a Susan, es decir, al hilo que los conecte con un sonido actual. Y creen que basta con apropiarse de clichés de The Cars y Duran Duran, pero no se dan cuenta que lo que menos contaba en la vigencia de —por ejemplo— unos Duran Duran era su sonido. Para estar en la onda hay que vivirla como protagonista y si es posible tener corta edad. Neil se está haciendo viejo («Hippie Dream») y ni siquiera sabe lo que se lleva. Gente como él, para sobrevivir, debe seguir haciendo lo que saben hacer bien y con honestidad, ya que tarde o temprano un revival —ya van a razón de tres o cuatro al año— los recapturará para la actualidad. Para medianías como ésta ya hay nombres con menos solera y escrúpulos en condiciones de fabricarlas, por mucha presión («Pressure») que reciba de sus acreedores. Y tampoco le pedimos tanto, ¡qué porras!, sólo que le ponga algo de corazón al asunto. Como en los viejos tiempos. DAVID S. MORDOH
LIFE
(Publicado en Ruta 66, nº 22, octubre-1987)
Decir que Life es el mejor disco de Neil Young desde Rust Never Sleeps puede parecer exagerado, pero me parece una afirmación que es posible defender. Por lo menos en lo que nos queda de folio. Aportar como primera prueba la presencia de Crazy Horse, cuando ha hecho otros discos con ellos entre ambos elepés, no es la mejor de las tácticas, pero me sirve. Porque aquí Crazy Horse suenan con una nueva prestancia. No son el resoplido primario y distorsionado del pasado, sino un prodigio de fuerza contenida, carisma melódico y personalidad sonora. Y saben además alcanzar altas temperaturas cuando así lo requiere el guión. Por otro lado, debemos asimismo reseñar la utilización a lo largo de todo el disco, perfectamente coherente, de sintetizadores. Tocados con resultados muy diferentes a los de, por ejemplo, Trans. La primera cara es prácticamente perfecta. Se abre con la extraña «Mideast Vacation» y una mirada entre cansada y amarga a la intervención americana en el Mediterráneo. Los acentos los ponen los sintetizadores, pero el ritmo es cien por cien Crazy Horse. América vuelve a ser el tema central de la emocionante «Long Walk Home», donde los arreglos vibrantes y el lirismo melódico hacen que nos olvidemos de un patriotismo desencantado (Neil es de los de Reagan) que, obviamente, nos cae un poco lejos. Con «Around The World» la cosa se pone al rojo vivo: grabado de otra manera este corte podría encontrarse sin problemas en cualquiera de los discos que Young ha grabado con Sampedro, Molina y Talbot. Y entramos en la larga, lenta y densa «Like An Inca», una obra maestra de alguien que ya no acostumbra a hacerlas. Ocho minutos de guitarras tañidas con un gusto exquisito y un sentido del contrapunto excepcional, que nos acompañan mientras descendemos pausadamente hacia la leyenda de una reina inca que vivió y murió hace mucho, muchísimo tiempo, Por el otro lado, «Too Lonely», «Prisoners Of Rock’n’roll» y «Cryin’ Eyes», nos despiertan a base de energía desbocada y guitarrazos provocadores. Son temas construidos sobre ritmos fuertes, pedazos de rock básico puntuado por detalles que denotan la experiencia y estilo de sus autores, la clase de material que Young y Crazy Horse pueden estar tocando durante horas y horas sin cansarse ellos ni al público. «When Your Lonely Heart Breaks» es la otra maravilla de «Life»; una balada de cadencia fuertemente marcada por bajo y batería; otra historia de amores que dejan heridas sin cerrar; la melodía de infinita tristeza que sólo alguien como Neil Young podía conjurar. Todavía no se ha perdido todo, pensarán sus seguidores después de haber estado recibiendo discos menores durante años. Al fin y al cabo, siempre se pueden esperar sorpresas de un tipo como él. Sólo que esta vez la sorpresa no es decepcionante sino todo lo contrario. Ah, casi se me olvida: el disco se cierra con una nota de despedida casi suicida, «We Never Danced»; pero no hay por qué preocuparse, quien la canta está en plena forma. IGNACIO JULIÀ