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Superdulce, Discografía comentada de Matthew Sweet

Llegaba Matthew Sweet a España para su primera gira estatal y le recibimos con la portada y una extensa entrevista, a la que acompañaba un detallado comentario a su discografía. Desde entonces, el quizá nombre más indiscutible del power-pop contemporáneo ha seguido en forma, publicando material del que sentirse orgulloso. Un par de correctos volúmenes de versiones de material clásico junto a Susana Hoffs y el notable

Sunshine Lies (Shout, 2008) le sirven a Eduardo Ranedo para ratificar hoy lo que pensaba hace casi seis años: Matthew Sweet es el puto amo. Con motivo de su regreso a España para actuar en el festival Turborock!, recuperamos la discografía comentada de Matthew Sweet, uno de los genios incontestables del mejor power pop.

Es una pena, pero no resulta sencillo ahora mismo conseguir el material que compone la estupenda discografía de este titán de la melodía, o al menos hacerlo de la manera tradicional. En cualquier caso no seré yo quien anime a la triste descarga, siendo posible como es encontrar mucho de esto, a precios irrisorios, por los vericuetos de la red. Acometemos el repaso con dos objetivos, que me temo ambiciosos: que los neófitos comiencen el estudio y disfrute del personaje por alguna de las referencias más destacadas, atajando hacia un destino de satisfacción garantizada y que los habituales repasen bajo otro prisma unos discos que, seguro, conocen de memoria. Dejamos de lado, que conste, sus aventuras en bandas sonoras (como el primer Austin Powers), colaboraciones con otros músicos, un puñado de piratas —los hay muy buenos— y fruslerías varias. Pero que nadie se asuste: la comilona que se avecina no tiene nada que envidiar a la de un eventual remake de La Grande Bouffe. Vayan sirviéndose. Sólo tras la mascletá que Girlfriend significó para la escena power-pop supimos que se trataba de su tercer trabajo, y la inevitable tarea de investigación nos llevó a dos capítulos previos menores, cuando no directamente prescindibles. Tras una breve aventura con Buzz of Delight, un buen grupo de pop con los que llegó a editar el mini-elepé Sound Castles en el 84, aparece Inside (Columbia, 1986). Se trata de un disco tan personalista que prácticamente es un Juan Palomo de Sweet, quien con caja de ritmos de acompañamiento y mil concesiones al pestilente pop ochentero (lo puto peor) puede terminar troquelándote el cerebro. Muy poca cosa, y ello a pesar —como es habitual en la época— de que aún se detecta alguna buena canción entre semejante despropósito. Cambio de discográfica para el ligeramente más interesante Earth (A&M, 1989). Los años le pasan factura severa, y no haría yo demasiado por buscarlo por no ser más que un intento fallido de conseguir lo que vendrá. Intento muy pacato, por cierto, en el que da verdadera pena el constreñimiento que impide el libre fluir a las guitarras. Un error que al subsanarse, cosa que ocurriría pronto, provocará el nacimiento de varias obras maestras. No obstante, detectar en el reparto a figuras como Robert Quine o Richard Lloyd, y con la producción a cargo de Fred Maher, dejaba claro que Sweet no era un cualquiera, ni uno más de los experimentos gaseosos de las multis. No podía ser. Mientras prepara canciones para su tercer disco, A&M finiquita su contrato y sale a la carretera como guitarra rítmica de Lloyd Cole (“girar con un músico de éxito pone a tono tu cuenta bancaria, tío, y te soluciona cualquier amago de depresión”, me contaba). Una maqueta doméstica pasa de sello en sello hasta que Zoo (subsidiaria de BMG) le ofrece un contrato cuyo primer fruto será, el 1991, el monumental Girlfriend. En una hipotética votación para elegir el mejor disco de los noventa seguro que estaría entre mis elegidos, y eso aunque sólo me dejaran elegir tres o cuatro. Todo el repertorio es una exaltación soberana de la guitarra eléctrica, una elevación de la canción a un status superior en el que la intensidad y visceralidad del rock copulan —sexo con amor, esta vez— con la sensualidad de la melodía, el joie de vivre del pop y el confort del mejor trabajo vocal posible. Innumerables son los músicos y musiqueros del estado con los que he podido hablar de este disco, siempre detectando un respeto reverencial. El que merece, por otro lado, un derroche de talento pocas veces disfrutado. La producción de Fred Maher, perfecta. La banda (atención: Sweet, Richard Lloyd, Rick Menck, el ahora tan reivindicado Grez Leisz, el propio Maher en ocasiones a las baquetas y la asombrosa, genial e incisiva guitarra del malogrado Robert Quine) se exhibe en un estado de forma superlativo y las canciones se suceden sin menoscabar en ningún momento el nivel. Cuando el crítico se ve obligado a destacar más de media docena de temas de un disco hace mejor en callarse la boca y mirar al conjunto, a un disco sobresaliente en el que uno, si busca referentes pasados, igual llega a la conclusión de que, de existir, han sido superados. Pop tradicional pasado por el filtro del rock de la gran manzana, una voz sobresaliente y la más clara concreción de lo que hay que hacer. Esto es Girlfriend, uno de los más hermosos discos jamás consagrados al desamor. De esta época, por cierto, data uno de los más suculentos collector’s items mateos. Girlfiend: The Superdeformed Ep (Zoo-BMG, 1991), un single colorado envuelto en una espectacular portada con unos relieves en goma y editado únicamente como artículo promocional. En él aparece el tema titular acompañado por tres golosinas en forma de maquetas interpretadas exclusivamente por Sweet: «Good Friend» —la idea inicial—, «Superdeformed» —un clásico en sus directos de ese periodo— y «Teenage Female», un delicioso tema inspirado en una carta recibida de una joven fan desencantada tras creer verle en la televisión con una alianza nupcial en el dedo. Existe versión en compacto, pero ni que decir tiene que no es esa la que hay que atesorar. Otro artefacto muy buscado es Goodfriend (Zoo, 1991), una especie de disco alternativo también editado, cosas de las majors, para uso exclusivo promocional. Versiones diferentes, tomas en directo y un par de versiones («Cortez the Killer» y el «Isolation» de Lennon) que, sinceramente, no aportan demasiado al disco oficial tal y como lo conocemos. Se reconoce por reproducir una especie de boceto de la portada original —la turbadora imagen de Tuesday Weld— dibujada con tiralíneas. Clips en la MTV y promoción USA de alto standing le llevan al disco de oro. Sweet abandona Nueva York para trasladar su residencia a Los Angeles y la industria pone a su disposición a Richard Darhurst (productor de Tusk y Rumours de Fleetwood Mac) para acometer la grabación de Altered Beast (Zoo, 1993). Disco incomprendido por los aficionados a la escucha rápida y superficial, el hecho de que en él se pierda parte —sólo parte— de la crudeza e inmediatez de su predecesor no es motivo, ni mucho menos, para condenar o relegar un disco tremendo. Sweet abre la mano a nuevos campos, como el country-rock, presenta medios tiempos desgarradores («Someone to pull the trigger», perfecta) y completa el segundo vértice esencial de su discografía. Siguen Leisz, Quine y Lloyd, y como quien no quiere la cosa aparecen para dejar su huella nada menos que —esperen que me da la risa— Nicky Hopkins, Pete Thomas, Mick Fleetwood e Ivan Julian. Altered Beast provoca una catarata de cd-singles («Time Capsule», «The Ugly Truth»), todos con generoso material adicional. Destaca Son of Altered Beast (Zoo, 1994), mini-álbum que contiene algunas remezclas —en sentido serio— de temas del disco junto a exaltadas y dinamiteras versiones en vivo grabadas durante la gira de presentación. 100% Fun (Zoo, 1995) cierra esta etapa. Un disco con menos entretelas y jugo que los anteriores, de canciones más standard y sonido directísimo, gracias de nuevo a unas guitarras de lujo que crepitan categoría y salvan a las composiciones de Sweet de la única pega que pudieran tener: habiendo publicado material tan soberbio, un desliz deja demasiadas evidencias de fracaso. Grandes himnos («Sick of Myself», «Super Baby», «Get Older», «Giving it Back») para sacar adelante un disco que diez años después peta sin especiales pegas que oponer. Otro cantar es Blue Sky on Mars (Zoo, 1997), que a pesar de contar de nuevo con la producción de Brendan O’Brian pierde a la Guitar Army, demasiadas bajas y muy serias como para destacar en el examen. No es un mal disco —las canciones son correctas— pero hay mucha menos chicha que lo acostumbrado. Es un poco lo de siempre: si uno pasa revista a otros discos de ese año concluye que nada serio hay para descartarlo, pero si lo comparamos con otros capítulos anteriores del artista falta demasiado color. Sin embargo el pinchazo no es duradero. 1999 alumbra In Reverse (Zoo), un disco casi conceptual con mucho y bueno que comentar. Primero el tipo de sonido, muy abigarrado y en línea con los trabajos más recordados de los grandes hombres de estudio. Segundo, un tipo de canciones en las que varía sustancialmente la ejecución, mucho menos rockera e indudablemente más relajada, estrictamente pop: baladas magníficas y, sí, en los temas más gruesos cierta nostalgia por la intensidad. Por fin, y en tercer lugar, la secuencia de los temas, que desembocan en una magna construcción en cuatro fases tituladas «Thunderstorm», claro aspirante a su Top ten particular, creada en base a un esquema más propio de la música clásica y que por momentos recuerda a Las Cuatro Estaciones de Vivaldi. No es complicado imaginarte a toda una orquesta sinfónica interpretándolo tal cual, sin necesidad de ningún arreglo. Quizá si muchos de los grandes seguidores de Sweet lo consideran un disco menor es porque no se han parado a valorarlo en si mismo, como un paso más allá en su obra, sino que se limitan a un simple contraste. Eso sí, da coraje que Pete Phillips, su guitarra solista de los últimos tiempos, menos visceral y genial que Quine, menos cerebral que Lloyd, pero un superclase en cualquier caso, no tenga espacios para lucirse como sabemos hace en directo. Hace un par de años aparece en Japón Kimi Ga Suki* Raifu, recientemente editado para el resto del mundo por Superdeformed, el sello particular del autor. Sweet lo compone y graba en casa con Rick Menck, sin partir de maquetas previas, y registrando material compuesto exclusivamente para esta referencia, cuyos detalles de tipo sentimental y comercial están bien explicados en sus notas interiores y en la entrevista adjunta. Se añaden con posterioridad guitarras de Greg Leisz y, no en todos los temas, de Richard Lloyd. El resultado es un compacto claramente fraccionado en dos partes. Cuando pita Lloyd, el disco rula de putifa, pero cuando no está es como uno más de los trabajos recientes de Velvet Crush, óptimo, pero más de lo mismo. A veces adolece de cierto, y lógico, aroma a maqueta, pero si es verdad que esto se ha creado de la forma en que se nos cuenta, uno debe quitarse el sombrero y otros muchos dejar los trastos para que los recoja el siguiente turno. La sorpresa rematada nos la da el bueno de Mateo hace unos meses con Living Things (Bittersweet, 2004), uno de los discos del año pasado y al que aún le quedan muchas vueltas antes de ser archivado. Resumiendo, que seguro que hay por ahí decenas de destajistas de la reseña capaces de glosarlo y transmitir su sentido mecho mejor que yo, ha vuelto el Sweet de las grandes citas, esta vez revistiendo sus canciones de un aire de pop californiano clásico, incluso con algo de sunshine y ligerísimas dosis de psicodelia. Excelsas son las aportaciones de Van Dyke Parks y, ciertamente, todo suena a gloria. Otro día hablamos de Jason Falkner o de Adam Schmitt. Prometido.

EDUARDO RANEDO.

Publicada en enero de 2005, Ruta 66 número 212

 

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