Con motivo de su actuación en el FESTIVAL BLUES & RITMES DE BADALONA, recuperamos el artículo que dedicamos a tan honorable institución.
La suya parece una historia urdida por Dickens, si hubiese sido fan del blues. Un género que mueve multitudes, pero casi siempre alrededor de los mismos nombres. Solo los expertos en la materia saben que no todo acaba en clásicos desaparecidos como Robert Johnson, Elmore James o Muddy Waters, o en leyendas vivientes como B.B. King, Taj Mahal o Buddy Guy. Los demás, no saben lo que se pierden. Y los demás son multitud. Háganle, háganle la prueba a ese amigo que se las da de entendido en esto de la música, pídanle que les recite de memoria unos cuantos nombres que no sean los de siempre, que enumere títulos de discos de blues. La respuesta, normalmente, es corta, cortita.
La cosa mejora cuando dejamos de ceñirnos al estilo clásico y le añadimos generosas dosis de rock’n’roll y blanqueamos el rostro del protagonista: Johnny Winter, Steve Ray Vaughan o Eric Clapton son infinitamente más conocidos y jaleados que Albert Collins, Albert King o Etta James, por ejemplo. Los fieles se organizan alrededor del fuego de asociaciones o sociedades más o menos activas, y salen a la luz en las veladas que les brindan los festivales de jazz o en los reputados festivales de blues. Son más de los que parecen, pero menos de los que deberían. Por suerte, quedan tipos como Tim y Denise Duffy. Su historia contiene ingredientes que no desentonarían en un cuento de los hermanos Grimm y la dosis de pasión necesaria para atraer al especialista y al curioso, además de poseer una banda sonora pura, integra, conmovedora y enraizada en la verdad. Vamos por partes.
GUITAR GABRIEL
Este genuino guitarrista negro de estrambótico gorro fue quien introdujo a Tim en el círculo mágico, ese que gira sobre un eje alejado kilómetros de la comercialidad y el interés de las grandes audiencias. Acepta tener cerca a un blanco con pretensiones de captar la esencia del estilo que le vuelve loco, y actúa como llave maestra capaz de mostrarle la vida y el sonido real del blues rural. De su mano, recelosa primero y cálida más tarde, Duffy penetra en el mundo del bajo presupuesto. Palpa con las yemas de sus dedos cómo intérpretes entrañables como Macavine Hayes o Captain Luke no son capaces de pagar los medicamentos que necesitan, como no pueden comer caliente todos los días. El shock le empuja a entregarse a fondo para mejorar sus condiciones de vida: ejerce de chofer gratuito, chico de los recados y de semi–mánager de un grupo de desconocidos que conservan, eso sí, las claves, las auténticas claves del blues rural. Sin intoxicar (la mayoría de ellos no habían pisado un estudio de grabación en su vida) ni adulterar, su modo de entender y transmitir la raíz del blues impacta con la fuerza de lo esencial, de lo puro. Entre sesiones conjuntas y pequeños conciertos, lo que empezó como una amistad basada en la admiración fue transformándose en un sentimiento de hermandad que se mostraba inmune a la diferencia de edad (la mayoría de sus adorados ejemplos a seguir eran, ya en esos momentos, muy mayores). Es el momento, pues, de pisar… un estudio de grabación.
GRABANDO/ESCUCHANDO/CIRCULANDO
Aunque lleva tiempo acumulando grabaciones de campo, deficientes en cuestiones técnicas pero ricas en cuanto documento sonoro de un estilo en vías de desaparición, Tim es consciente de que sin usar los medios convencionales jamás logrará que los muchachos reciban el reconocimiento que se merecen. Aparece otro nombre propio destacable: Mark Levinson. Estudioso de los diversos métodos de grabación, une esfuerzos con el guitarrista y deciden comprimir en formato físico los sonidos del Sur. Estamos en 1993 y el recopilatorio A Living Past va tomando forma, solo falta que alguien influyente, o rico, o las dos cosas a la vez, se preste a escucharlo. Ese alguien tiene nombre y apellidos: Eric Clapton. Tras tropezar con los artífices del invento, accede a desplazarse al estudio de Mark, donde escucha atentamente los primitivos sones que han recopilado. Acusado de traidor a la causa (razones no le faltan a sus detractores) pero reivindicando constantemente sus raíces, Eric empieza a extender entre las altas esferas del tema la abnegada labor de una incipiente asociación, Music Maker. Los primeros compactos son puestos en circulación y, en boca de todos, encuentran acomodo en las tiendas. La historia parece funcionar y tomar velocidad cuando una discográfica convencional, Nak Records, ofrece su estructura para arrancar una serie de discos producidos y dirigidos por Duffy. Las condiciones económicas son sumamente ventajosas para los intérpretes, que reciben unos derechos de autor mucho más elevados de lo habitual, y Tim y su esposa Denise se dedican a viajar a la búsqueda de autores dignos de ser incorporados a su catálogo. Armados con un estudio móvil, decididos a sacar del anonimato a perdedores que ni siquiera confían en que alguien como ellos pueda mostrar el menos interés en su arte, van localizando en zonas deprimidas y pequeñas poblaciones a diamantes en bruto que ellos quieren mostrar sin pulir. Instalan su hogar y sus oficinas en una granja de Carolina del Norte. Pasan los meses y el entusiasmo inicial va cediendo paso a una palpable preocupación: el dinero que recaudan no es suficiente, y muchos de sus proyectos no pueden ser financiados. ¿Qué hacer? ¿Abandonar y dar por bueno el intento o confiar en un milagro?
CHEQUE
Lo que sí llega es un cheque. Anónimo (se sigue especulando sobre el auténtico remitente) y cargadito de ceros… a la derecha, como debe ser. Casi les da dos vuelcos el corazón: el primero al abrir el sobre, el segundo al comprobar que tiene fondos. Con las espaldas algo más cubiertas, retoman su empeño con ímpetu renovado. Ímpetu que se multiplica al recibir… exacto, un segundo cheque, y el apoyo explícito y decidido de uno de sus héroes, B.B. King. Éste actúa de imán que atrae a luminarias como Jeff Beck, Rolling Stones o Dan “Estoy en una Misión Divina” Aykroyd. Todos apoyan el funcionamiento y el objetivo de Music Maker, pero quien se persona en su granja es Taj Mahal. A su intachable hoja de servicios añade una activa labor en pro de la Fundación: graba junto a ilustres desconocidos como Cootie Stark, John Dee Holeman, Neal Pattman, Lightnin’ Wells o Algia Mae Hinton Music Makers with Taj Mahal, se marca un mano a mano glorioso (y álbum) con Etta Baker y aporta otra de sus pasiones como nueva vía de financiación: su torneo anual de pesca sonorizado con blues. Al mal tiempo, buena cara: acostumbrados a vivir en un tobogán que tan pronto les permite estar en la zona alta como les precipita hasta el suelo, los rectores de Music Maker pueden llegar a creer que tienen siete vidas. La tercera, de momento, se manifestó hace ocho años, cuando recibieron una nueva remesa de sabrosos donativos (al parecer, uno de los benefactores les regaló 100.000 dólares) que ellos reinvirtieron en sus artistas. Para evitar intriga a su biografía, parece más sencillo recurrir al método tradicional: contactar con su web, escoger el o los productos que más interesan y adquirirlos. Ofrecen compactos, libros, posters y regalos, y navegar por sus profundidades permite eliminar de un plumazo fronteras temporales. Proponen, además, diversos métodos de aportación, packs mixtos y ofertas asequibles para todos los bolsillos. Huelen a honradez, mantienen un historial intachable y cuesta imaginar una causa benéfica más indicada para el corazón rutero. Porque no todo van a tener que hacerlo Eric y Taj, ¿no?
TRANSMISORES DE UNA TRADICIÓN MUSICAL PURA
El nombre de Tim Duffy es omnipresente en este artículo, pues no es imaginable explicar la génesis y desarrollo de Music Maker sin referirse constantemente a él. Para conocer los detalles que rodean su “obra”, nada mejor que localizarlo (en plena locura americana, con el país dividido entre demócratas y republicanos y la margarita deshojándose) y dejar que lo explique todo por sí mismo. Mr. MM al aparato:
¿Puedes explicarnos cuando decidiste dedicar gran parte de tu tiempo a poner en marcha Music Maker?
Nosotros formalizamos todo el papeleo para ser una organización sin ánimo de lucro en 1994, aunque habíamos empezado a trabajar con artistas de blues de North Carolina en 1989.
¿Cómo realizáis la selección de artistas que van a ver publicado un álbum en vuestro sello?
Empezamos a trabajar con Guitar Gabriel y un pequeño grupo de bluesmen de Carolina del Norte, pero enseguida contactamos con artistas de Georgia, Alabama y Mississippi. Al principio eran músicos a los que se había perdido la pista hacía mucho, mucho tiempo; actualmente seguimos entrando en contacto con artistas que nos llegan a través de otros músicos o que contactan con nosotros. Estamos siempre buscando lo que creemos son transmisores de una tradición musical pura, personas que pueden aportar algo de luz a territorios desconocidos de la música del Sur.
No debe ser sencillo trabajar con este tipo de artistas. La mayoría de ellos superan los sesenta años de edad. ¿Es difícil organizar una gira con ellos?
Puede ser, en ocasiones, bastante duro. Algunas veces están enfermos y la cosa se complica mucho. El mes de mayo pasado organizamos una gira por Europa con tres de ellos… que superan los 80 años. Tienes fe en que todo saldrá bien y luchas por conseguirlo. Afortunadamente no sucedió nada desagradable. Únicamente tuvimos una situación desagradable con Frank Edwards, de 91 años, que murió de un ataque cardíaco cuando se desplazaba a nuestro estudio para realizar una grabación.
¿Tenéis organismos asociados en otros países o os limitáis a trabajar en EE.UU.?
Estamos asociados con una maravillosa compañía discográfica francesa, Dixie Frog. Han realizado un enorme trabajo para dar a conocer a Music Maker en Europa, explicando nuestros propósitos y logrando dar una salida a un importante número de CDs. Tenemos un magnífico agente de booking que trabaja en Francia y Alemania, y giramos por Australia y Argentina prácticamente cada año.
Se habla mucho de una gran crisis relacionada con la industria discográfica. ¿La estáis sintiendo, o vuestro funcionamiento depende de forma principal de las donaciones de vuestros socios?
Es realmente difícil rentabilizar el tipo de CD que nosotros ponemos en circulación. Nuestro programa de desarrollo profesional ayuda a artistas desconocidos a poder grabar increíbles discos. Posteriormente se los facilitamos sin cargo, y ellos los venden en su comunidad o en sus actuaciones, a las que acude mucha gente con ganas de descubrir a músicos desconocidos con talento, venden bastante después de los conciertos. A este nivel nuestro sistema funciona. Y nuestros distribuidores, como Dixie Frog, son campeones en luchar contra la adversidad y conocen bien el negocio, esperamos que superen esta época convulsa.
Entre los benefactores de vuestra fundación encontramos a nombres muy importantes de la escena musical, gente como B.B. King, Dickey Betts, Jackson Browne, Derek Trucks, Susan Tedeschi o Pete Townshend. ¿En qué consiste su colaboración?¿Es simplemente económica o incluye apoyo artístico?
Lo realmente importante es que estos grandes músicos apoyan decididamente nuestra misión, nos ayudan muchísimo en todos los sentidos. Les queremos por apoyar nuestro trabajo.
Uno de los principales colaboradores es Taj Mahal. Supongo que es un lujo trabajar con alguien como él…
Taj Mahal es un gran hombre. El mayor experto mundial en etnomusicología, y su música habla por él. Es uno de los gigantes de la música, y su ayuda a nuestra organización es de un valor incalculable.
ALFRED CRESPO
Publicado en Ruta 255, diciembre 2008.