Fanático de Little Richard, Fats Domino y Jerry Lee Lewis, el autor de elepés como Cha Cha y Go Nutz! hizo de la heroína modo de vida y del rock’n’roll bandera. El rocker holandés nos dejaba en 2001, pero aquí se le sigue queriendo. Probablemente la única ocasión en la que la prensa nacional ha prestado atención a uno de los mejores músicos continentales ha sido con motivo de su muerte. Un suceso que no por esperado conmocionó menos a todo aquél que, antaño, quedó atrapado por la sinceridad y fuerza que imprimía este genuino perdedor a su inconfundible rock’n’roll. Con su cuerpo, saltaron por la ventana del hotel de Amsterdam desde donde se suicidó un montón de años dedicados a aporrear piano y forzar cuerdas vocales a pesar de los inconvenientes que su propia actitud le plantearon.
Recurro a una vieja cinta de vídeo para volver a visionar Cha Cha, película emblemática de la new wave que el ojeroso Herman protagonizó junto a Nina Hagen y Lene Lovich. Y cuando une un homenaje a Elvis con su emblemática «Never Be Clever» siento por el espinazo el mismo escalofrío que me invadía cuando, al presenciar esta escena en esos entrañables programas dobles cinematográficos (normalmente junto a The Great Rock’n’Roll Swindle, aquella primera película de los Pistols), el secante que me había tomado iniciaba su cosquilleo. Película que no resiste del todo mal el paso del tiempo y que contiene premonitorias frases. La cotorra histriónica alemana canturreando: “A Herman le importa poco la vida / se alimenta de píldoras e inyecciones”; él mismo escupiendo, “soy un suicida con sentido del humor / y jodo todo lo que toco”; y la más dura de todas, cuando camina como un zombie buscando jaco y suelta, “dos pisos del Hilton a la calle, para mí un salto mortal”. Precisamente allí protagonizó, absolutamente drogado y consciente de su terminal situación, su última actuación el 11 de julio de 2001.
Nacido el 5 de noviembre de 1946 en Zwolle, Holanda, Herman Brood pasó parte de su educación en la inevitable escuela de arte, donde podía recibir una educación liberal, desarrollar su talento como pintor y su incipiente carrera como pianista y cantante. Pronto forma su primera banda, The Moans, y empieza a relegar a segundo término sus estudios. Rendido admirador de intérpretes como Little Richard, Fats Domino y el Killer, consigue entrar a formar parte de Cuby & The Blizzards, longeva formación que le permite un contacto constante con los estudios de grabación. Pasará los últimos años sesenta registrando álbumes y girando sin parar, ofreciendo una caliente mezcla de blues y rock. El reconocimiento popular en su país crece, su figura empieza a ser inconfundible y su prestigio parece aumentar hasta que sus ya evidentes problemas con las drogas duras provocan que Phillips, su discográfica, le dé una contundente patada en el trasero.
Atrás queda un puñado de buenos discos, centenares de actuaciones y la seguridad adquirida que le traslada en volandas al estudio. Ahí, junto al grupo Vitesse, graba The Flash & Dance Band (Universe, 1975) e In Vitesse (Reprise, 1975) en la que será una constante en su carrera: años productivos seguidos de largas desapariciones. Lo suculento se intuye, pero se degusta completamente con Street (Ariola, 1977). Considerado justamente su primer álbum en solitario, el respaldo de unos desde ya necesarios Wild Romance le permite parir una joya de rock’n’soul en tiempos del punk. Pinchas el primer tema, el que titula la obra, y te introduces en su particular mundo, del que sales despedido cuando la aguja abandona el último surco de la tremenda «Feels Like Love». «Turn It On» o «Pop It» no engañan, Herman no miente cuando se define como alguien que, si pudiera elegir, sería Sylvester Stallone con un toque de Mick Jagger, un poco de Bruce Springsteen, la voz de Little Richard y la seguridad de Cassius Clay.
Street le sitúa de nuevo en el mundo de los vivos con candidatura a rock star, opción que parece definitivamente válida un año más tarde con la aparición de un disco de título tan impronunciable como desarmante es su contenido. Shpritsz (Ariola, 1978) te agarra por el cuello y te deja sin respiración. Los Wild Romance funcionan a la perfección, él canta increíblemente seductor sobre guitarras trotantes, abrasivos saxos y sexuales coros femeninos maravillas como «Saturday Night» (su primer éxito en EE.UU.), el pedazo de soul de «Get Lost» y la declaración de principios de «Rock’n’roll Junkie», canción de obligada audición diaria para todo aquel que enarbola la bandera de «Born To Lose», aunque para un servidor los tres minutos y medio del «Champagne & Wine» de Otis Redding , mutados en outtake del Coney Island Baby de Lou Reed, son la rehostia. Un rompecabezas impecable, uno de los mejores discos de su época. Por cierto, se editó también con diferente portada —foto en directo y blanco y negro— y Herman Brood & The Wild Romance como único título.
El ritmo infernal en el que se encuentra inmerso se acelera todavía más al aparecer pocos meses después el mencionado Cha Cha (Ariola, 1978), objeto pensado para ofrecer al mundo el poderoso y sudoroso —como el sobaco de la portada— directo de la banda. Junto a temas conocidos, inéditos que se mantienen al mismo nivel, rock’n’roll sencillo con vocación de clásico. Ya son un auténtico fenómeno en su país —sólo comparable a sus paisanos Golden Earring— y lo más exportable junto a futbolistas y drogas. Se comprende el entusiasmo de los asistentes a sus conciertos pinchando la inevitable «Rock’n’roll Junkie», la dulce «Still Believe», «Dope Sucks» o «Can’t Stand It» de Lou Reed. Para que la dicha sea completa, repasa «True Fine Mama» de su adorado Little Richard y se desliza, completamente dopado, hacia 1979. Es el año destinado a rodar la mencionada película, Cha Cha, cuya banda sonora alterna temas propios con colaboraciones de paisanos y las aportaciones de las nuevaoleras Hagen y Lovich, puro reclamo comercial. Lene pasa desapercibida, Nina le dedica «Herman’s Door» —su particular versión de «Knockin’ on Heaven’s Door»— y una apreciable «Herman Is High». De los desconocidos holandeses destacan unos Meteors —nada que ver con los de Paul Fenech— lanzados. Brood firma cinco temas, los mejores, y se dedica a pasear por el celuloide buscando caballo y forzando las situaciones para cantar sus temas, momentos que se agradecen enormemente. Su elegancia macarra hace soportable el autismo de Lovich y los excesos de la pintarrajeada Hagen. Cha Cha: The Soundtrack (Ariola, 1979) es imprescindible para completistas, pero a quien se dedique a otros menesteres le recomiendo gaste sus billetes en adquirir Go Nutz, registrado y editado unos meses antes. Se nota que la new wave está en pleno apogeo en las islas británicas, su influencia se aprecia más en cuestiones de forma que de fondo, en el sonido de las baterías y una ligera sobrecarga de teclados.
Pecata minuta que no impide que el disco vuele alto, muy alto. Es la obra de «Love You Like I Love Myself», desde entonces piedra angular de sus conciertos. Su inseparable guitarrista Danny Lademacher se transforma en su complemento perfecto tanto interpretativamente como creativamente, ya sea junto a Herman —«I Don’t Need You», «Hot Shot» o «Easy Pick Up» son suyas— o aliado con el majareta Kim Fowley, con quien firma «Go Nutz», adictivo funk mutante, y la tremenda «Born Before my Time». Un disco, en definitiva, que hay que tomarse muy en serio pese a su delirante portada. El “año Herman” toca a su fin marcado por el estimable éxito de la película y la edición de sus discos con mayor apoyo en EE.UU. y el Reino Unido (en Gran Bretaña, Ariola lanza Herman Brood & His Wild Romance en edición doble conteniendo un abrasivo concierto de propina). A su funcional nuevo disco en directo, Alive &Kickin’ (1980), le sigue la gran sorpresa: dice abruptamente adiós a sus Wild Romance y se embarca en su siguiente proyecto, Wait A Minute, cogido de la mano de Fowley. Kim co-firma la mayoría de piezas de un álbum que, personalmente, estoy seguro habría quedado mejor acabado con sus antiguos compinches. Nada que objetar, no obstante, a temazos como «All the Girls Are Crazy» o el «Keep Playin’ that Rock’n’Roll» de Edgar Winter.
Chupa de cuero, tupé y ojeras pronunciadas con las que se dirige a un disco de transición, Modern Times Revive (Ariola, 1981) y a Frisz & Sympatisz (Ariola, 1982), álbum de horrenda portada donde regresan unos remozados Wild Romance que parecen haber perdido fuelle por el camino. Las composiciones repiten los esquemas marca de la casa pero la interpretación y producción pecan de verbeneras. La acogida es tibia y Herman se dedica más intensamente a las drogas durante una temporadita; tras unos años altamente productivos se muestra estancado, incapaz de encauzar correctamente su creatividad. Ariola recopila sus mejores canciones en The Best of Herman Brood (1984), sencillamente excelente, y lo larga con viento fresco. Un perdido Brood tontea con el reggae y múltiples versiones en The Brood (Sky, 1984): las guitarras que antaño secundaban su voz prácticamente han desaparecido, firma alguna cosilla estimable —«Help Me», «Burn»—, pero incluso cuando entrega temas de Todd Rundgren o Tony Joe White demuestra que el despiste es monumental y la fuerza brilla por su ausencia. Caída en picado paliada, prácticamente, por la presencia en las tiendas de Bühnensucht (Sky, 1985), nuevo live con sonido extrañamente cercano al conseguido en estudio en el que ataca por enésima vez «Saturday Night», «Don’t Do It» y una festiva «Get Married». Se olvida de «Never Be Clever» y de «Rock’n’roll Junkie» y añade a su cancionero «No More Dancin’» de John Hiatt.
Alejado de su brillante pasado, el disco constituye, pese a todo, una inyección de adrenalina para su carrera y para el entusiasmo de sus seguidores, que reciben con esperanzas renovadas Yada Yada (CBS, 1988), regreso a una multi y su disco más exitoso de los últimos años. Éxito sustentado en una puesta al día de su sonido, absoluta traición a una carrera que se desmoronaba irremediablemente. Siendo benévolo, se puede salvar de la quema el single «Sleepin’ Bird» que le devuelve momentáneamente a las listas, aunque imaginar qué habrían hecho con ella los viejos Romance vuelve a bajar los ánimos. Ánimos que parecen estallar en las pistas de baile con el “special remix” de su tema «Babies» en esplendoroso 12” y, en mi ciudad, al poder asistir a un excelente concierto —el 24 de septiembre de aquel 88— en el que se mide a un todavía en forma Willie De Ville. Su posterior salida nocturna dejó claro que de pose nada, inyectándose speed sin cesar y acrecentando su aureola de tipo viviendo al límite.
Los que somos arrítmicos y dedicamos la noche al palique y el pimple, agradecimos encarecidamente la aparición de Hooks (CBS, 1989). La sequía creativa le hace un favor, esta colección de versiones permite recuperar al viejo Herman de la mano de unos, esta vez sí, estupendos Wild Romance. «Somethin’ Else», «Great Balls of Fire», «Little Sister» y así hasta catorce son disparadas como en los viejos tiempos, sin moderneos ni tonterías, emocionando especialmente con el «Will You Still Love Me Tomorrow» de Goffin/King. Y, como era de suponer, la alegría duró poco en la casa del pobre y Freeze (CBS, 1990) resultó un golpe bajo en el hígado del sufrido fan. La desaparición de Danny Lademacher y la inclusión de invitados como Flaco Jiménez y Clarence Clemons —que se esfuerza en insuflar la fuerza de la E Street Band a la mediocre «Break Away»— se saldaron con un nuevo tropezón. Baterías electrónicas y abusos de sintetizadores para un repertorio que carece por completo de la mínima chispa. Herman se instala largas temporadas en Cadaqués, población de la costa catalana y antiguo feudo hippy conquistado por el sector más progre de los pijos de toda la vida, donde se centra en la pintura, inaugura exposiciones propias y aprovecha las noches para interpretar junto a compinches o músicos locales, temas ajenos y composiciones suyas que provocan la peregrinación de sus incondicionales.
Pasan los meses y los royalties no se esfuman del todo gracias a recopilaciones y directos. El mejor, Saturday Night Live! (Columbia, 1992), le enfrenta a la Velvet por partida doble y a los habituales standards, no faltando sus éxitos. Su estancia en Columbia es breve, sólo le permite editar Fresh Poison (1994) y desparece del mapa. El monumental refrito 20 Years of Rock’n’Roll (Ariola, 1997) deja las cosas en su sitio, ejerciendo de testamento anticipado. Fugazmente asomó la jeta con Ciao Monkey (Ariola, 2001) y Back on the Corner (Ariola, 2000) donde se rodeó de una big band para reinventarse en cantante de swing y jazz. Hasta el verano del 2001, cuando su crítica salud física y mental facilitó su decisión. Ahora sus cuadros se venden más y a precio más elevado, sus discos se venden igual de poco y normalmente en los cajones de saldo.
Alfred Crespo. Publicado en Ruta177, noviembre 2001
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Y tú te cargaste a los Damned de un (puto) plumazo. A Herman Brood no sé. Mi cuarto CD, cuya «galleta» incluye una foto en la que se ve un cuadro de Brood (réplica, evidentemente, a saber dónde está el original) también lo jodisteis, es decir, no lo comentáis ni lo recomendáis… Mientras dedicáis espacio y más espacio a basura como El Drogas y otros imbéciles e hijos de perra que yo me sé. Menos mal que al Subterfuge ya casi nadie le hace puñetero caso, algún día habrá que reclamarle por daños y perjuicios.