
Leía un artículo ayer que afirmaba que Radiohead es el mayor timo rockero del siglo XXI. El artículo está escrito por un periodista de los de antes que, fiel a su actual, intenso y aborrecido estilo, reclama atención cometiendo el principal error que comete(mos)n los periodistas de ahora: el de hacer ruido con un titular llamativo, subjetivo y exento de cualquier tipo de lógica más allá del afán o la necesidad de seguir en la brecha, sea cual sea esta.
Afirmar que Radiohead es un timo ya me parece atrevido. Asegurar que Radiohead es una banda de rock es una osadía sacrílega. Pero vivimos en tiempos donde todo ha de ser etiquetado. Etiquetas que si son hechas a mi gusto son la hostia y si no son una puta mierda. Qué más da, si opinar resulta demasiado gratuito debido a las nulas consecuencias.
Así es el mundo en el que vivimos, nosotros y los miembros de Radiohead. Y, sin embargo, ¿por qué somos tan distintos? No tengo ni la más remota idea de por qué la banda de Abingdon decidió comenzar en Madrid su primer tour en 7 años, pero tampoco es algo que me haya hecho comerme la cabeza. Quizás sea porque Radiohead nunca ha sido una banda que me haya suscitado preguntas ni inquietudes, pues siempre he asumido que representan lo que para mí es la máxima expresión del arte: la creación de un universo propio por parte de uno o varios individuos para que seamos el resto de seres humanos los que tengamos que hacer el esfuerzo de entrar en él. Una especie de irradiación hacia fuera, contraria a la que sucede en el panorama artístico actual, donde cada paso está tan analizado y el artista tan prefabricado que visto un nuevo mirlo, vistos todos.
Ayer era la primera vez en mi vida que veía a Radiohead, por lo que no puedo hacer todas las comparativas que abren el artículo citado hace unas líneas. Por cuestión de edad no los vi en su última gira por España, hace más de 20 años; por firme convicción, me negué en su momento a verlos en festivales, algo que, tras lo vivido anoche, creo que fue acertado. Y, porque en 2018 estaba en otro momento vital, prioricé otras giras a las que asistir.
Y es en esto último donde reside la magia de la atemporalidad y la imposibilidad de clasificar al quinteto. Estamos ante una banda que, pese a sus largos periodos de silencio y desconexión, nunca se ha ido del todo. Una banda imperecedera que trasciende tiempo, géneros y modas, capaz de reunir a gente de todas las edades, pensamientos y estilos durante cuatro noches y hacer que toda ella salga contenta.
Siempre he afirmado que lo peor de Radiohead son sus seguidores más acérrimos, con ese tufo a superioridad intelectual tan habitual hoy en día. Seguidores demasiado categóricos para una banda completamente instintiva. Conozco a varios a los que no se les puede argumentar que ninguno de sus discos es redondo, no por irregular sino por ecléctico. Varios que no permiten que se diga nada malo de Thom Yorke y los suyos y que no han comprado entradas para sus conciertos porque no se han pronunciado por Palestina “todo lo que debían haberlo hecho”.
Por suerte, anoche éramos miles de personas completamente felices. Daba igual que, por momentos, el sonido fuera enlatado (más en pista que en grada, al parecer) o que uno no asistiera al día en que su canción favorita no sonara. La reunión que se vivió no fue la de una banda con sus fans, sino la de miles de personas con algún momento muy específico de su vida. Ver a Yorke bailar como Iggy Pop o como Justin Timberlake era algo secundario. Presenciar como un grupo de virtuosos, amigos desde el colegio, pasan del rock al jazz y del jazz al techno e incluso al trap, cambiando constantemente de instrumentos y dando la sensación en ocasiones de estar en su local de ensayo improvisando, no es más que un aliciente. Si el concierto fue perfecto no fue por el repertorio, aunque a mí me pareciera la hostia que “Let Down” abriera el show o que sonara “Sit Down. Stand Up”, sino porque todos los que fuimos allí estábamos extasiados por cerciorar que la música es un espacio seguro, un leal amigo al que se puede acudir cuando lo necesitemos.
Radiohead actuó durante dos horas, tocó 25 temas y cerró con mi canción favorita. Una canción que, confirmando mis eternas sospechas, me suena mucho mejor en álbum que en directo. Tocó “Fake Plastic Trees”, “Idioteque” y “There, There”, pero se dejó “High and Dry” y “House of Cards”. Podría poner mil etiquetas –si es que no lo he hecho ya- como seguramente hayan hecho todos los presentes y podría cometer el gran error de los periodistas de ahora, pero es un poco absurdo al tratarse de una banda que siempre ha escrito su historia como le ha venido en gana, ajena a todo el mundanal ruido exterior. Por ello, seguiré limitándome a escuchar sus canciones, aunque mucho menos que a sus seguidores y detractores.
Texto: Borja Morais







Yo estuve el miércoles y el sonido fue vergonzoso. Set list desordenado y, al final, una vez que cae la vena emotiva y nostálgica, queda la sensación de haber vivido un espectáculo sobrevalorado. Bien los visuales, muy mal el sonido. A Jonny Greenwood no se le oyó, se ve que tenía el día libre. Al fin y al cabo, qué más da que no toquen tu canción favorita si casi ni la vas a reconocer, solos que no se escuchaban.
Hola yo suscribo al 100% lo que dice el autor de este artículo, opino similar.
Ayer miércoles los vi desde la grada (planta 0) y me pareció que no se oía tan mal, quizá «venía preparado» porque pensé que iba a sonar mucho peor. Acudí solo porque conseguí una entrada el martes de madrugada a última hora, quizá por eso y porque llevaba toda mi vida esperando verlos en directo, fue para mí un concierto muy íntimo y me emocionaron mucho sobre todo la primera hora que estaba todavía ubicándome porque no me lo creía. Al principio despotriqué de ese escenario y espectáculo visual, pero luego fui cambiando el pensamiento y finalmente me pareció muy chulo, y bastante acorde con la banda, que parecía mostrarnos un ensayo en su local desde un escaparate. Yo salí muy contento y sin reparar en los 150€urazos que me dejé para verlos.
Saludos
Vimos el concierto del viernes. El sonido del concierto fue una auténtica falta de respeto a los que pagamos la entrada.
Ver a mi grupo favorito por primera vez en mi vida en directo y querer que acabara el concierto desde las primeras canciones porque era insoportable escuchar a un mito de esa manera. Quería irme a casa para no acabar odiando a quien tanto he admirado. Aguanté sin levantarme viendo cómo la gente que me rodeaba se rompía las manos a aplaudir por la bazofia que llegaba a nuestros oídos.
Después de una set list que estaba haciendo mucho daño a los seguidores de la mejor época de Radiohead, por lo menos acabaron el concierto con 5 o 6 canciones seguidas de las que todos esperábamos… y aún así cada una de ellas era un puñal que me clavaban en el hígado. Supliqué por que acabara ya semejante despropósito, con ganas de escucharlos en el coche a todo volumen y con buen sonido, para intentar borrar aquella mala experiencia de mi cabeza.
Es mi última vez viendo un concierto en un recinto cerrado. Los pabellones son para el baloncesto, la música la estropean hasta hacerla inservible… aunque no toda la culpa es de la acústica del pabellón, el sonido estaba muy mal ecualizado, y eso que era ya el tercer concierto que daban.
La mayor decepción musical de mi vida. El peor concierto en el que el he estado…
El sonido no tuvo ni un pase. Una vergüenza en pista, donde lo vi yo.