La sala Estraperlo lucía casi a reventar, envuelta en una penumbra de luces naranjas y azules que parecían invocar los fantasmas del jazz y del punk en una noche que olía a Halloween y a electricidad.
Marc Ribot apareció sin hacer ruido, pero bastó el primer acorde para que todo el mundo entendiera que aquello no era un concierto más, sino una invocación. Punk, jazz, ruido, alma. Todo mezclado en un cuerpo que parece estar siempre en tensión, como si cada nota pudiera ser la última.
Entre piezas de su último trabajo, «Map of a Blue City», y exploraciones sonoras que desafiaban cualquier estructura conocida, Ribot desplegó su particular mapa emocional: disonancias que cortaban el aire, silencios que pesaban más que los acordes y esa sensación de que el suelo temblaba bajo los pies.
Hubo espacio también para el humor y la rabia. Con su habitual ironía política, dedicó en un castellano sorprendentemente claro “Rata de dos patas” de Paquita la del Barrio al mismísimo Donald Trump, provocando carcajadas y aplausos cómplices. Entre canción y canción, recordó su época junto a Tom Waits, cuando ambos parecían estar inventando un lenguaje propio a base de guitarras oxidadas y humo de club.
Ribot no necesita artificios. Es un artista de otro mundo, y no en sentido figurado: parece venir de una dimensión donde la música no se toca, se siente y se desgarra.
El Estraperlo, convertido por una noche en epicentro de lo inclasificable, fue el escenario perfecto para esa comunión íntima. Cada persona en la sala salió sabiendo que había presenciado algo irrepetible. Y sí, Ribot puso a Estraperlo en el mapa, recordando que la magia —la de verdad— sigue encontrando refugio en las salas pequeñas, donde el alma y la distorsión caben en el mismo acorde.»
Texto y fotos: MJ @
