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The Gruesomes – Funhouse (Madrid)

¡Grusomanía salvaje! Garage canadiense en estado puro

Veinticinco años después de su último disco, los Gruesomes regresan con un maravilloso largo The Dimension of Fear (SoundFlat Records, 2025) y una gira que ha sido pura dinamita. En su último recital por nuestro país, el pasado jueves en la Sala FunHouse de Madrid, demostraron que el Garage no envejece, como el buen vino, aterciopelado y con cuerpo, sigue latiendo con fuerza, con humor y con ese punto de picardía que solo las bandas genuinas conservan.

Nada más salir a escena, quedó claro que aquello iba a ser una fiesta. Los Gruesomes no precisan de grandes gestos ni de artificios para conectar: basta con su presencia, esa mezcla de brío, complicidad y maestría que se percibe al instante. Desde el primer acorde emanaron un fervor auténtico, creando un entorno íntimo, cercano y casi familiar. Totalmente relajados, se les veía disfrutando del momento, tocando con la soltura de quien domina su oficio y se divierte haciéndolo.

El sonido, simplemente, fue impecable. Cada instrumento encajaba como parte de un engranaje bien engrasado: bajo firme, cuerdas afiladas y una batería que golpeaba con exactitud milimétrica, sin un solo exceso, y en esta ocasión contaron con la magistral participación del organista brasileño Fernando Terror. Nada sobraba, nada faltaba. Logran que todo parezca muy sencillo. Sonaban tan perfectos y equilibrados que por momentos uno dudaba si aquello era un directo o una grabación de estudio, pero sin perder la calidez humana que hace de un espectáculo algo vivo.

Postales de un cómic garagero

John Davis parecía el trovador de una novela picaresca, uno de esos juglares que recorren el mundo con su guitarra —en su caso, el bajo— colgada al hombro. Esbozaba una media sonrisa, juguetona e inocente. Mientras tocaba las notas con sus dedos saltarines y se movía de lado a lado, con ese vaivén hipnótico de los muñequitos que se colocan sobre la guantera del coche. Yo tuve uno hace años, un Elvis. Entre canción y canción, se dirigía al público en un castellano más que admirable, lanzando bromas y guiños que provocaban carcajadas y aplausos.

Poco antes del concierto, viví un momento inesperado: me crucé con él en un bar cercano a la recinto. Cuando pedía unos dobles en la barra, se me acercó decido: ¡Qué ilusión verte! ¿Cómo estás? ¡Cuánto tiempo! En ese instante no le reconocí. Me quedé pasmada. Nos habíamos visto hacía unos cinco años, en uno de sus conciertos en Barcelona, en su primer tour por la península. Yo estaba en la cabina girando discos, me preguntó sobre el tema que sonaba “You Come On Too Strong” de The Rabble (Trans-World, 1967), me comentó que habían estado a punto de hacer una versión, y que nunca antes lo había escuchado fuera de las fronteras canadienses. Aunque nuestra conversación no debió durar más de cinco minutos, él recordaba la anécdota con todo detalle. John es encantador, el tipo de persona con la que inmediatamente te sientes seguro y relajado. La verdad es que todos ellos son adorables.

El show avanzó como un viaje cuidadosamente calibrado. El batería, John Knoll, desde el fondo, sostenía la estructura con meticulosidad, oculto tras unas gafas oscuras que añadían un punto de misterio. El carismático Bobby Beaton, con su eterno flequillo ocultándole los ojos, proyectaba un timbre inconfundible: potente, rasgado y lleno de carácter. A su vez, Gerry Alvarez, guitarrista, asumió el canto, más sedoso y sensual, en algunas composiciones, aportando variedad y matices al conjunto sonoro. Cada frase, cada pausa, se sentía sincera. Ningún movimiento programado, ninguna pose impostada. Todo se desenvolvía con naturalidad y un ímpetu contagioso que llenaba el espacio y se hacía latente en los rostros de los presentes.

Setlist destacado

Pronto llegaron los momentos en los que el respetable coreaba con ánimo, enloquecía con «Unchain My Heart» escrita por Bobby Sharp en 1961, más conocida por la adaptación que Ray Charles lanzó como sencillo a través de ABC-Paramount Records, y el fantástico “You’re Out of Luck”, primer corte de la cara A de su nuevo flamante álbum. En el cuarto asalto, Fernando Terror subió a la palestra, acariciando con seducción el teclado, mientras Gerry Alvarez alzaba la voz, en un espectáculo sublime.

No faltó la acelerada y pegadiza “No More Lies”, joya de su primer EP Jack the Ripper (1986), donde abundan los gritos primigenios que te atraviesan el cuerpo. Un chute anfetamínico y lujurioso. No me canso de escucharla en bucle. “The Dimension of Fear”, primera canción de la cara B del disco, marcó uno de los puntos álgidos de la noche, seguido de “Web of Lies”, también en el mismo, y el brutal arreglo de “No Good Woman” de The Tree (Barvies Records, 1967) con Fernando Terror a los mandos del teclado. Como colofón, nos regalaron “Je Cherche»de Le Lutins (Carrousel, 1966), cantado en francés, rememorando sus raíces canadienses. Me sentí realmente feliz por haber estado allí.

El cierre de tour de The Gruesomes no fue un acto de nostalgia, sino una celebración de un presente brillante. No han reinventado la fórmula, pero tampoco les hace falta. Su trabajo sigue siendo vibrante, directo y necesario, pero lo que realmente fascina es esa energía que desprenden: un destello de entusiasmo genuino, la misma fuerza que se siente al experimentar algo por primera vez, y eso es lo que los hace irresistibles.

Antes de irme, pude charlar con ellos. Me obsequiaron con el LP y con el precedente 7 pulgadas, segundo single editado en España de la mano de Calico Wally y Palmeras & Puros, con las piezas “Not a Chance” y “Girl in Time”, que viene acompañado por un cómic firmado por Furillo (Ignacio Murillo), historietista zaragozano de trazo feroz y mirada corrosiva, y Jorge Rueda, ilustrador turolense. Ambos colaboradores habituales, junto a Camilo Palos (Binguero) en el fanzine Palmeras & Puros, su universo —poblado de bares grasientos, moteros, tipos duros y amores torcidos— encaja como un guante con el espíritu gamberro y vital de los Gruesomes.

El garage nos conecta con algo ancestral, una pulsión que nace en las entrañas y despierta ese fuego primitivo que recuerda que, mucho antes de los escenarios, ya golpeábamos huesos contra las paredes de una cueva al compás del ritmo.

Texto y fotos: Tatiana Rius 

 

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