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Carolyn Wonderland – Razzmatazz 3 (Barcelona)

Con el tema de apertura y su escalofriante entrada vocal, Carolyn había dejado helada la sala. La audiencia, impresionada por el torrente que surgía de sus cuerdas vocales, pareció tardar en reaccionar. El chorro de voz te golpeaba en el pecho, dejándote sin respiración. Su modulación, su capacidad para pasar del susurro al desgarro sin esfuerzo aparente, y la fluidez de su fraseo son imponentes.

También lo es su manejo de las seis cuerdas, incluida la slide guitar, de las que extrae todo el legado del blues hecho en el estado de la estrella solitaria. Un género dentro de otro género, ya que la música del diablo surgida de Texas posee unas características propias: no le hace ascos a mezclarse con el rock, tampoco a bailar country, como en la deliciosa «Honey Bee», aparecida en el excelente Tempting Fate (2021), ni a dejarse mecer por esa pulsación rítmica tan propia de los músicos nacidos allí.

A sus espaldas, un sobrio y contenido grupo de músicos: una sección rítmica con pinta de haberse pateado de cabo a rabo todos los clubes del sur de los EE. UU., y una guitarrista acústica que, además de hacerle unas segundas voces maravillosas, tomó protagonismo como cantante en un par de ocasiones. Pero la Wonderland centraba todas las miradas, variando el set list que había sobre las tablas, colando hasta cinco temas de su estupendo último álbum Truth Is, editado la pasada primavera; rindiendo homenaje al pianista Gene Taylor, acordándose de la Joplin y el bourbon Southern Confort (“Drinking”), así como de John Mayall, con quien giró durante sus últimos años, con una profunda interpretación de «Don’t Waste My Time». Subió de nuevo al escenario ante la enfebrecida exigencia del respetable para cerrar tan soberbio concierto con un clásico: «Palace of the King».

En definitiva, una demostración de fuerza y sensibilidad que dejó claro por qué su nombre debería figurar entre los grandes del género hoy en día. Su entrega, su técnica impecable y esa forma de hacer vibrar cada nota convirtieron la desapacible y lluviosa noche reinante en la ciudad condal en una velada a recordar. Cuando las luces se apagaron, la sensación que flotaba en el aire era la de haber presenciado a una artista en pleno dominio de su arte.

Manel Celeiro

Fotos: Marina Tomas

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