
Johan Kugelberg celebra este año el 15 aniversario de Boo-Hooray!, la galería de arte ubicada en Manhattan donde se almacena, cataloga y preserva el vasto archivo de artefactos (contra)culturales de este apasionado coleccionista / cazatesoros aficionado al surf. Oriundo de un remoto pueblo del norte de Suecia, se instaló en la ciudad que nunca duerme a finales de la década de 1980 para colarse por las rendijas de su escena underground dándole a los timbales en la primera formación de Action Swingers, mito garaje-punk local capitaneado por Ned Hayden y por el que desfilaron puntualmente Bob Bert, Howie Pyro, Don Fleming, J Mascis, o, solo por una noche, Thurston Moore.
Espabilado y locuaz, Kugelberg no tardó en hacerse un nombre dentro de la industria musical, primero como manager general en Matador Records y, posteriormente, como responsable de marketing y A&R en Def American Recordings. Con la perspicacia de un escalpelo, amigo de defender sus opiniones con mordaz gallardía, estaba destinado a dejar su huella en este oficio nuestro, tan cuestionado por tierra, mar y redes, del periodismo musical: fue editor asociado de Ugly Things, revista hermanada en espíritu con esta casa, y ha dejado constancia de su insobornable ethos con escritos afilados no aptos para artistas de piel fina en Spin, Mojo, Pitchfork, The New York Times, Vice, Dazed & Confused o Perfect Sound Forever.

Sus aportaciones como archivista institucional incluyen The Hip Hop History Archive y The Punk History Archive en la Universidad de Cornell, The May ’68 Uprising Collection of Posters and Ephemera en la Universidad de Yale, y una colección de manuscritos de Ian Dury en la Universidad de Oxford. Ha ejercido de consultor para casas de subastas, entre ellas Christie’s —donde comisarió Punk/Rock, la primera gran subasta dedicada al punk, en 2008—, Sotheby’s y Phillips de Pury; y desde Boo Hooray! ha montado exposiciones protagonizadas por Larry Clark, The Velvet Underground, Afrika Bambaataa, Jonas Mekas, Ed Wood, Jon Savage, el rap de Houston, los vinilos private press o el grupo anarco-punk Crass.
Uniendo todas sus facetas en objetos culturales para degustar como un buen vino, Kugelberg ha tenido también tiempo para publicar una veintena de libros, entre los que destacan volúmenes como Born in the Bronx: A Visual Record of the Early Days of Hip Hop (2005), Vintage Rock T-shirts (2007), True Norwegian Black Metal (2008), The Velvet Underground: New York Art (2009), Beauty is in the Street (2011), Punk: An Aesthetic (2012) o God Save the Sex Pistols (2016).
Si esta Navidad quieres hacer(te) un regalo delicatessen, entra en boo-hooray.com y toma la difícil decisión de elegir entre un libro de fotos inéditas tomadas por Doug Yule durante la gira de la Velvet por Estados Unidos y Canadá en 1969; un cartel promocional original del lanzamiento de la banda sonora de Superfly, de Curtis Mayfield; Fuck the System, el librito sobre cómo vivir libremente en el Nueva York de finales de los 60 escrito y publicado bajo seudónimo por el yippie Abbie Hoffman; o una primera edición de The Radical Jesus and Gay Consciousness: Notes for a Theology of Gay Liberation, escrito por el obispo Mikhail Itkin en 1972.
Al habla con uno de los nuestros…
Hace 40 años, pocos meses después de que Ruta 66 empezara a publicarse, te uniste como manager a la tropa de Union Carbide Productions, de cuyas cenizas brotarían The Soundtrack Of Our Lives. ¿Cómo era la escena musical sueca de mediados de los 80 y qué se sentía formar parte de esa explosión de creatividad musical?
Empiezo a pensar que todas o la mayoría de las explosiones de creatividad musical son similares y simultáneas: lo que identificamos en pasado son maravillas y delicias de nuestra propia juventud, y la complejidad añadida es que si estuviste «ahí» para «eventos legendarios», por un lado son solo, como diría Bart Simpson, un montón de cosas que pasaron, y por otro lado están marinando en tus recuerdos de picos y valles juveniles: ¡culturales, sexuales, existenciales! Union Carbide Productions eran absolutamente brillantes y la postura outsider de la banda absolutamente implacable: aceptados por NADIE excepto un pequeño grupo de fans decadentes y deliciosos. Ni los crust punks, ni los garage heads, ni los dark wavers, ni los periodistas musicales o la gente de la industria discográfica les tomaban en serio. ¡Aunque sí le gustábamos a Lindsay Hutton y Michael Weldon!
La escena de mi ciudad natal que chapotea más placenteramente en mi memoria es la de mis años de pueblo pequeño allá arriba en el norte de Suecia, y no exactamente debido a conciertos legendarios de bandas legendarias, sino más bien por lo misteriosa y multilateral que era la comunicación cultural antes de los ordenadores, internet, móviles y todo eso. En esta región, TODOS los tipos de raros gravitaban juntos: punks, observadores de pájaros, bolleras machorras, hippies, escritores amateur de ciencia ficción, reinas del teatro, fumetas, etc.
Todos organizábamos fiestas juntos, formábamos bandas, dedicábamos cantidades insanas de tiempo a bromas mediáticas elaboradas, publicábamos fanzines, todo en una ola implacable de creatividad que era su propia recompensa. Estoy seguro de que este tipo de escenas de pueblo pequeño son omnipresentes y maravillosas, ya formen parte de una leyenda o no. ¡Dios sabe que fantaseo sobre los ensayos de Pantano Boas o cómo era la escena punk en Bolonia en 1979!

En 1988 te mudaste a Nueva York. ¿Qué buscabas, personal y profesionalmente, que te empujó a cruzar el Atlántico, y cómo fue construir tu nueva identidad en una ciudad tan emocionante pero también, imagino, abrumadora?
Tengo que agradecer todo a Tim Warren: nos conocimos en el 85/86 (fecha borrosa). La serie Back From The Grave había realmente recableado mi cerebro, así que conocerlo fue como una expansión de narrativas culturales y de cómo podías vivir una vida sin ser un farsante o un vendido. Él ocupa un lugar importante en mi panteón personal, como Gee y Penny de Crass, o William Gibson o Geoffrey Weiss o la crew de Matador. Gente valiente forjando su propia narrativa cultural. Absurdamente, sentí Nueva York como mi hogar más rápidamente que Suecia; ser un pez pequeño en un estanque grande es lo que mola, ¡lo contrario me parece terrible! Toda la agresividad y el ajetreo parecían funcionar a favor de uno en NY: era uno de esos lugares que te hace feliz.
De tu tiempo trabajando en Matador Records y Def American Recordings, ¿qué proyectos recuerdas con más cariño? ¿Qué artistas o álbumes en los que trabajaste no solo te formaron profesionalmente sino que también tuvieron un impacto personal?
Slayer y Pizzicato Five. La integridad de Slayer y el pensamiento progresivo infinito de Pizzicato Five.
Compilaste los primeros cuatro volúmenes históricos de la serie Killed By Death, que se convirtieron en hitos del punk. ¿Fue ese el momento en que descubriste tu vocación como archivista cultural?
Killed By Death estaba 100% inspirada en Back From the Grave! Realmente fue idea de Tim, ya que yo estaba coleccionando oscuridades punk de los 70 con el mismo frenesí que Tim coleccionaba garage antes de que internet arruinara esa sensación de descubrimiento tipo Indiana Jones que nos alimentaba. Como escribieron The Keggs: «To Find Out». Tiny Tim dijo que estamos obligados a descubrir tanto como podamos sobre aquello que amamos.

Como archivista cultural que ha trabajado tanto con instituciones como con coleccionistas independientes, ¿cómo definirías la diferencia entre «preservación institucional» y «preservación cultural no institucional»? ¿Cuál consideras más efectiva para mantener viva la memoria musical?
Las instituciones, sin duda. La razón por la que sabemos tanto como sabemos sobre el anarquismo cristiano durante la Guerra Civil Inglesa es que bibliotecarios visionarios en Oxford y Cambridge en ese momento coleccionaron los mismos tratados que describían estas bibliotecas como los dos ojos de la puta de Babilonia. Las bibliotecas son los depósitos del conocimiento y la disidencia. Los jesuitas conocían bien los beneficios de documentar las narrativas que discrepan contigo.
Y cuando se trata de música, oh, no me hagas empezar sobre lo profundamente jodido que está Spotify: pregúntale a cualquier oyente de música clásica no solo sobre la calidad del sonido sino también sobre las capacidades de búsqueda de metadatos. Pura torre de Babel. La razón por la que unas pocas bibliotecas astutos tienen vastas colecciones de 78s, 45s y LPs es que las fundas y etiquetas contienen metadatos, pero también que la goma laca y el vinilo (como el pergamino) es un formato de almacenamiento bastante estable para la información. Y las bibliotecas como almacén de conocimiento creo que son más importantes que nunca comparadas con la glorificada Bola Mágica 8 de la IA.
¿Cuándo y cómo se convierten los coleccionistas privados en archivistas culturales? ¿Hay un momento específico en que la obsesión personal se convierte en responsabilidad cultural?
¡Cuando se hacen viejos y sus hijos no muestran interés! Oye: conozco muchos coleccionistas que son como el dragón de Tolkien que morirán encima de su pila de breakbeats brasileños, pero también conozco coleccionistas de libros iluminados que tienen un plan en marcha para todas sus cosas geniales ANTES de morir para que sus hijos no tengan que lidiar con la carga fiscal.
Has documentado extensamente subculturas como el punk y el hip-hop. ¿Cómo han ayudado los coleccionistas independientes a preservar estas culturas de maneras que las instituciones oficiales no podían o no querían?
¡Los entusiastas siempre llegan antes!

Te ganaste la confianza de la comunidad hip-hop del Bronx, hasta el punto de que Afrika Bambaataa te llamó «Hermano Johan». ¿Cómo se gana un archivista ese tipo de confianza? ¿Es un requisito esencial para documentar una comunidad de manera auténtica?
Puse todos los puntos sobre las íes y crucé todas las tes. Nunca rompí una promesa ni dejé que mi boca escribiera cheques que mi culo no pudiera cobrar. Cuando Afrika Bambaataa me juró como Hermano Johan de Zulu Nation realmente sentí que era el honor más alto. Estoy muy orgulloso de eso.
En tu trabajo curatorial y como productor de reediciones, ¿cómo equilibras el valor cultural de un objeto con su valor comercial? ¿Cómo pueden los coleccionistas mantenerse enfocados en la preservación cultural sin caer en la especulación?
Es extremadamente difícil en los días de internet y smartphones. Veo mucha gente poniendo tantas cortinas de humo como sea posible para camuflar una intención de hacer beneficio, pero oye, todo el mundo necesita pagar el alquiler y comprar comida, y como explicaron tanto Edward Gibbon como Homer Simpson: el dinero puede intercambiarse por bienes y servicios.
Históricamente, la mayoría de los museos y bibliotecas universitarias realmente importantes fueron fundados por gente de enorme riqueza, y esto sigue pasando como ejemplifica el profundo trabajo de vida de Julio Santo Domingo como coleccionista que está depositado en Harvard. Pero el dinero es dinero, y cuando algo se percibe que tiene valor financiero es menos probable que sea tirado al contenedor. Uno esperaría que coleccionistas y dealers se sintieran atraídos hacia la honestidad y la transparencia ya que es un mundo bastante pequeño y la gente habla. Y habla y habla y habla.

Tu libro Enjoy The Experience documenta la mayor antología de private pressings americanos (1958–1992). Lo has descrito como «extremadamente patriótico» y como reflejo de tu «felicidad por la creatividad de esta gran nación como inmigrante de primera generación». ¿Cómo ves la relación entre el coleccionismo independiente y la identidad nacional? ¿Los coleccionistas también preservan narrativas nacionales?
Esa pregunta era mucho más fácil de responder durante la administración Obama.
Como editor asociado de la revista Ugly Things, has estado en primera línea documentando los lados más fascinantes de la música underground. ¿Cómo ves el papel de las publicaciones especializadas en la preservación musical y cultural?
La prensa siempre sobrevivirá, y la prensa bien editada siempre superará a la publicación online mal editada.
A pesar de la singularidad distintiva de cada libro que has publicado, ¿qué dirías que los une a todos ellos, qué dicen de tus intereses y tu mirada como editor, como archivista?
Creo que todos mis libros son lo suficientemente buenos y amigables ya sean una transición a un estudio más profundo o el único libro con el que uno juguetea sobre un tema específico.
Lou Reed te dijo una vez que quemaba sus cuadernos para que solo quedara el producto final, no el proceso. ¿Cómo manejas el dilema ético entre respetar la voluntad de un artista y la responsabilidad histórica de preservar su legado?
Eso es ciertamente más fácil cuando están muertos… Con Lou, la mayoría de sus materiales acabaron en la New York Public Library, lo cual fue genial. Antes de morir le pregunté dónde quería que fuera mi archivo de investigación para el libro de The Velvet Underground que hice con Sal Mercuri y Jon Savage y me dijo que quería que fuera a la Universidad de Syracuse, donde se graduó. Por desgracia no estaban tan interesados, así que el archivo acabó en Cornell.
Lo que Lou guardaba eran principalmente registros de negocio, cintas master, test pressings, equipo, algo de correspondencia, así que no TANTA munición para exposiciones comunicativas, ¡pero afortunadamente en ese momento Sal Mercuri estaba feliz de que su colección de toda la vida fuera reunida y entregada a la New York Public Library por un archivista ejemplar y superfan como lo era él.

Has dicho que los aniversarios del punk «no tienen sentido, pero si evitan que alguien tire 800 fanzines punk de un ático en Birmingham, estoy jodidamente emocionado». ¿Deberían los coleccionistas usar la nostalgia comercial como una oportunidad para rescatar cultura?
¡Por supuesto!
Boo-Hooray alberga desde primeros Keith Haring hasta una recreación del baño de CBGB’s. ¿Cómo decides qué merece preservación? ¿Hay una jerarquía entre objetos famosos, de Dylan o Haring, y artefactos anónimos, como fanzines o fotografías íntimas?
¡Rotundamente no! Cuando mi hija Sofía tenía 11 años sugirió «Boo-Hooray – Where You Find Out About Weirdos» como nuestro eslogan. Me apunto. Algunos raros son simplemente más conocidos que otros.
¿Crees que los coleccionistas independientes son especialmente vitales para preservar esas culturas marginales que las instituciones tienden a ignorar?
Sin lugar a dudas.
Distingues entre «entusiastas» (pirómanos del gusto) y «connoisseurs» (tipos herméticos), diciendo que prefieres crear «diálogo» antes que «información». ¿Cómo puede evolucionar un coleccionista de ser un connoisseur hermético a un entusiasta que fomenta el diálogo cultural?
Es posible que la muerte y/o la felicidad ayuden a ello.
¿Cómo observas la transmisión cultural entre generaciones a través del coleccionismo? ¿Los jóvenes coleccionistas de hoy preservan la cultura de manera diferente a las generaciones anteriores?
Es difícil decirlo: veo mucho «directo a raro» en el coleccionismo de discos donde es un poco extraño que alguien se gaste un par de miles de pavos en un disco de Micronesia que suena como Creedence Clearwater Revival sin haber escuchado antes a la Creedence.

Desde tu perspectiva académica, ¿qué se pierde cuando la cultura musical se desmaterializa completamente? ¿Hay algo irreemplazable en el objeto físico que la preservación digital no puede capturar?
Sí, metadatos, contexto cultural del proceso de fabricación y distribución, y también el horror fundamental de pensar que eres un experto en acid folk después de haber escuchado los primeros 20 segundos de un par de cientos de canciones en un par de docenas de playlists.
Los coleccionistas independientes están creando ahora archivos accesibles, como Mark A. Rodríguez y la comunidad de tapers de Grateful Dead, o proyectos como SoundWavesOffWax en redes sociales. ¿Representa esto una democratización del archivo cultural? ¿Es una amenaza o un complemento a las instituciones tradicionales?
Ni idea. Grateful Dead no tienen mérito alguno y serán completamente olvidados dentro de 300 años y Soundwavesoffwax me parece más un ritual de duelo que otra cosa, así que no sé sobre su validez en esta línea de razonamiento. Creo que el término «curar» se usa demasiado y que uno debería ganarse su insignia de curador, como un eagle scout o un profesor. Dicho esto, recientemente acabo de renunciar a mi cátedra porque me sentía demasiado viejo y despistado en lo que respecta a ser nativo digital y la archivística digital en general.
El sitio web de Boo-Hooray anuncia una subasta para este mes de noviembre. Sin revelar detalles confidenciales, ¿podrías hablarnos de la filosofía detrás de las subastas que organizas? ¿Cómo aseguras que estos materiales culturales acaben en las manos correctas y no se pierdan de nuevo?
Oh, simplemente no lo hago. Eso sería como ser un médico que solo tratara a gente que apoye al mismo equipo de fútbol que él. Selecciono material interesante y se lo vendo al mejor postor y posteriormente pago a mi personal, pago el alquiler y me voy a hacer surf.
Texto: Roger Estrada
Imágenes: Archivo personal de Johan Kugelberg, amable autor también de los pies de foto.







