En «Clones», una de las canciones que aún forman parte del repertorio de The Roots casi 30 años después, M.A.R.S. y Dice Raw lamentaban la falta de personalidad de los raperos emergentes de la escena hip-hop de mediados de los 90, marcada por una violencia que poco después dejaría por el camino los cadáveres de Tupac Shakur o Notorius B.I.G.
Con ella, la formación de Filadelfia se distanciaba de una escena de la que siempre se ha distinguido por su carácter de sensacional banda en directo, erudita, orgánica y versátil, caracterizada por un virtuosismo que han exhibido desde hace ya dos décadas al lado de Jimmy Fallon.
Gracias a ello, The Roots son hoy la banda más accesible del universo rapero, la más exportable fuera de los Estados Unidos. No necesitan que nadie entienda las barras de Black Thought, sino que basta con su amplia barra libre musical, presentada en una sesión non-stop de casi dos horas de duración, para haberse convertido en la referencia por antonomasia de la música negra subsección hip-hop al otro lado del Atlántico. A su manera, son una actualización del rol que artistas como James Brown o George Clinton jugaron durante muchos años en las calurosas noches estivales de la capital como evento imprescindible tanto para pijos como para personajes que parecen salidos de un túnel del tiempo de los noventa, ataviados con camisa africanista, perilla a lo Shaggy de Scooby Doo y porro kilométrico. Siendo maliciosos, hip-hop para quien no le gusta el hip-hop.
Fieles a su condición de orquesta, The Roots hoy reúnen a diez individuos entre sección de viento y percusiones (también con iPad), pero el protagonismo escénico es para Black Thought, la tuba de Damon Bryson, el bajo de Mark Kelley y la guitarra de Captain “Kirk” Douglas. En apenas media hora ya han lanzado algunas de sus canciones más memorables, como aquella «Respond/React» del recientemente reeditado Do You Want More?!!!??! o «Step into the Realm» y «The Next Movement» de Things Fall Apart, tal vez su obra magna.
El cuarteto bota por el escenario y se acompaña de sus conocidas coreografías; a pesar de la sensación de avasallamiento, son lo suficientemente veteranos para saber cuándo parar y dejar que la sección rítmica se luzca o azuzar al público pidiéndole palmas y que repita algún que otro eslogan fácilmente recordable. Apenas una hora y cuarto después del comienzo, tras un empacho de p-funk, música disco, retro hip-hop y hip-hop futurista, funk vacilón y R&B clásico (o, en definitiva, como el propio Black Thought diría, soul music!!!), incluido guiño a los JB’s de Brown con «Gimme Some More», poca duda cabe: es uno de los shows del año.
Entonces es cuando, ay, su condición de maravillosa orquesta negra se convierte en maldición y se ven impelidos a demostrar lo buenos músicos que son y perpetrar aquello que ya ningún músico de rock se atreve a hacer. Un inacacable solo de guitarra en el que Douglas mira de reojo a Eddie Hazel —pero que distó mucho de ser «Maggot Brain»—, acompañado por sendas demostraciones rítmicas de Questlove y un solo de iPad, rompieron el ritmo de un concierto que hasta entonces amenazaba con la deshidratación del personal. Después de eso, difícil les fue remontar, a pesar de concluir con ese medley construido alrededor de «The Seed 2.0» que incluye guiños a «Move on up» de Curtis Mayfield o «Apache» de The Shadows. Una mancha final a un concierto que, de lo contrario, habría sido histórico. Pero cuando vuelvan, volveremos.
Texto: Héctor García Barnés
Fotos: Salomé Sagüillo