
Antes de colgar el teléfono, con tono sonriente, Diego Manrique me avisa: “Que se recuerde que yo fui uno de los pocos que escribí al mismo tiempo en Rockdelux y Ruta 66”. Un logro más para quien ha estampado su firma, a través de casi todos los formatos existentes, en algunos de los recuerdos más brillantes de nuestra historia del periodismo musical.
Un amplio bagaje, en el que se puede citar casi a cualquier nombre ilustre con la certeza de que habrán cruzado sus destinos, que resume en un libro, “El mejor oficio del mundo” (Efe Eme), que avanza con ritmo ágil y desenvuelto a lo largo de un calendario hecho de acontecimientos y descubrimientos. Lejos de convencionalismos o de palabras falsamente aduladoras que impidan descubrir la desnudez del rey, Manrique ejerce con clarividente actitud como traductor de los entresijos de un oficio pero, sobre todo, y lo más importante, respecto a la irrefrenable necesidad que impulsa a un individuo a compartir con los demás sus pasiones.
“El mejor oficio del mundo” se inicia con una dedicatoria a tu nieto y a su generación, los que “tal vez en un futuro sientan curiosidad por las raras obsesiones de sus mayores”. ¿Este libro tiene más de ejercicio nostálgico, de intento de biografía o de destacar las virtudes del oficio de periodista musical?
La verdad es que no tenía ningún propósito concreto, porque como sabes en origen se trata de artículos ya publicados en “Cuadernos Efe Eme” o a veces de textos extraídos de monográficos. Yo soy muy vago para escribir y no tenía muy claro que todo eso pudiera tener una segunda vuelta, pero Juan Puchades, director de la revista, me insistió mucho, y cuando los repasé descubrí que, para mi sorpresa, había una lógica común en todos ellos, que esos momentos o vivencias, en los que estoy más o presente, adquirían un sentido al presentarse juntos.
Pones el punto de partida de tu carrera en un descubrimiento, y es que te pagaban por escribir sobre música. Teniendo en cuenta que la remuneración es en sí mismo un hecho casi insólito en la actualidad, el escenario en el que se desenvuelve la profesión en tus inicios con el presente parece muy distinto…
Lo que ocurre es que al principio de los setenta, cuando empiezo a escribir, no existe un gran nivel en la prensa musical y mucho menos en la convencional cuando se trata de hablar sobre rock. Siempre me ha movido un cierto impulso quijotesco, la primera vez que escuché a los Beatles aquello me tocó especialmente, y me indignaba que todo lo que aparecía publicado sobre ellos, a mediados de los sesenta, se tratara de burlas groseras sobre sus pelos, incluso les sacaban imágenes donde les quitaban las melenas para que aparecieran calvos. Sentía que eso había que remediarlo, y en un momento se me ocurrió escribir una carta a la revista Triunfo quejándome de que los artículos sobre rock firmados por Manuel Vázquez Montalbán o Luis Racionero eran pobrísimos. Su respuesta fue que si pensaba que yo lo podía hacer mejor que les mandara una muestra. Y así lo hice, con el resultado de que me la publicaron y pagaron. Entonces me di cuenta de que aquello podía ser rentable y divertido.
Sin embargo buena buena parte del seguimiento que hoy en día se hace de la actualidad musical recae en blogs o páginas webs que sus autores no viven de ello, ¿lo consideras algo positivo o negativo para el sector?
Para la música sin duda es muy positivo porque cuentas con un montón de recursos para informarte de artistas de la actualidad o del pasado. Evidentemente soy consciente de los peligros que supone dejar la información musical en manos de “hinchas” que no tienen planteamientos profesionales, pero creo que se puede afirmar que sin duda estamos mejor que a principios de los setenta, y no digamos ya en los sesenta, donde había muy poca información musical digna.
En el libro eres muy crítico con ese concepto de “periodismo hincha”, reacio a cualquier mala palabra, y que sitúas su máxima eclosión con la llegada de las bandas indies.
Claro, y lo sigo defendiendo… Hay gente que me considera un alentador de la movida, a la que nosotros insistimos en llamar “nueva ola”, pero en todo momento yo mantenía una actitud critica con ella, señalando las cosas que me gustaban y lo contrario. Sin embargo, en los años noventa, cuando empiezan a salir los grupos indies, aparecen cosas que me repatean; primero que todos cantaran en inglés, o lo que ellos creían que era inglés, y segundo la falta de profesionalidad, por eso en ese aspecto menciono las bromas que desde Mondo Brutto les dedicaban al señalar que se trataban de hijos de terratenientes que habían llegado a Madrid para experimentar durante dos o tres años la emoción de tener una banda. Pero bueno, ese es el escenario con el que nos ha tocado lidiar…
También aludes a otro pronto descubrimiento, y es el de la necesidad de acercarse a otros mundos que te obligaran a abrir las entendederas, ¿la constante inquietud y el ánimo de aprendizaje son elementos indispensables para el buen uso de esta profesión?
Por lo menos estar abierto te evita caer en los fundamentalismos, de los que reconozco yo también formé parte. Cuando empiezas a trabajar profesionalmente te surgen posibilidades de acercarte a otras músicas. En mi caso, la primera entrevista larga que hice, y que fue para la radio, se la realicé a Manuel Molina, de Lole y Manuel. Era un tío correoso, pero también aprendí mucho de la visión que tienen los flamencos del mundo.
Aunque en el libro haya episodios donde se relatan proyectos que no llegan a buen puerto, como los relacionados con Dylan, Leonard Cohen o Prince, sin embargo por encima de todo siempre está la faceta de fan, de amante de la música, ¿esa condición es prioritaria e indispensable en esta profesión?
Yo diría que sí, incluso en muchos casos seguramente sea el único pasaporte válido para dedicarte a esto. Imagino que todos los que estamos en este negocio, sea de una forma desinteresada o profesional, lo estamos porque la música, o determinadas músicas, nos ha tocado la patata, y nos vemos en la necesidad de pelear por ellas. Es bueno no perder de vista nunca ese momento original en el que decides que necesitas compartir algo de todo eso que a ti te está emocionando.
En este recorrido que haces por tu carrera también parece reflejarse que no solo se trataba de una profesión, sino de una una forma de entender la vida.
Sí, porque sobre todo cuando empecé todavía vivíamos de sueños contraculturales, pensábamos que esa música ayudaría a cambiar el mundo. Ahora no me atrevería a decir tanto, pero descubrí, y es verdad que tarde años en hacerlo, que todo aquello era una forma de vida, en todas las grandes ciudades existían núcleos de gente que compartían tus preocupaciones e intereses.
Aunque no te regodees en ello, hay momentos en los que criticas abiertamente a ciertos colegas de profesión, ¿con el paso del tiempo uno tiende a olvidar esos episodios y prioriza los buenos momentos?
Bueno, según pasa el tiempo las heridas se van restañando y vas entendiendo por qué ciertas personas se han comportado de una determinada manera, ya que tú mismo en muchas ocasiones metes la pata y te muestras cruel, arrogante o altivo. En ese sentido es verdad que te vuelves algo más tolerante…
Has desarrollado tu carrera en todos los formatos posibles, prensa, radio, televisión… ¿Sientes alguno de ellos como representación de la esencia más pura del periodismo musical?
Obviamente la escritura, porque puedes explorar mucho más tus sentimientos, investigar sobre un tema y cuentas con mayor capacidad expresiva. La radio es muy gratificante porque dices unas palabras y las puedes acompañar con la música en cuestión. La televisión es lo más odioso porque, por lo menos en la época en que yo estuve allí, se funcionaba con grandes equipos, luego tenias que ir a la sala montaje y quizás pelearte con el realizador. Desde luego no era el medio más cómodo.
También ha sido con el tiempo el más hostil para dar cabida a programas musicales. ¿ A qué crees que se debe?
Yo creo que en parte principal por la competencia de YouTube. Antes cuando hacíamos programas podíamos emitir videoclips novedosos e incluso nos desplazábamos para grabar a los artistas en directo o para entrevistarles; todo eso ahora te lo ofrece dicha plataforma y de manera inmediata. Con esto no quiero decir que no se puedan hacer programas musicales con variaciones sobre esa fórmula, pero ahora la cosa está mucho más difícil.
A pesar de que hay pasajes de cercanía con músicos y de vivencias compartidas, siempre te has empeñado en aclarar que no es conveniente para el desarrollo de la profesión ser amigo íntimo de los artistas.
Y ellos lo saben… Recuerdo una vez que estaba en el chalet de Santiago Auserón, en Somosaguas, al lado de Televisión Española, y su madre no paraba de contarme cosas íntimas de la familia, por ejemplo sobre que al inicio el guapo era Luis y no Santiago, quien en ese momento entró en la cocina y le avisó de que no me dijera cosas de esas porque luego las iba a contar, y yo pensé para mí mismo que efectivamente, así era. Puede que quizás no hiciera mención explícitamente a esa anécdota, pero desde luego sí que son elementos que puedo utilizar, en este caso concreto por ejemplo para entender mejor la dinámica entre los hermanos Auserón.
En diferentes pasajes del libro esquivas o rechazas ejercer de periodista en los despachos, defendiendo siempre un ejercicio de la profesión, digamos, guerrillera…
Por eso en un momento del libro menciono que, aunque no lleváramos las típicas pintas de hippies, lo éramos en el sentido de que teníamos muchas dudas cobre el concepto del trabajo convencional. En esos años setenta vimos cosas que nos chocaban especialmente, por ejemplo el que muchos críticos actuaran como correas de transmisión de determinados grupos o proyectos, por ejemplo el sello Gong de Gonzalo García-Pelayo, o en la época inicial del indie, que observaba un mamoneo asombroso donde nadie les decía a esos chavales que tenían que modular su oferta. Igual no era la actitud más inteligente por mi parte profesionalmente, pero tienes que marcar unas distancias, a riesgo de parecer hostil ante ciertas cosas.
¿Esa aptitud te perjudicó en tu carrera?
No sabría decirte… Lo que está claro es que si vas por libre siempre vas a tener momentos en los que no vas a gozar de demasiado apoyo, pero eso ya lo asimilas. Cuando me marché de Radio 3 dando un portazo ya sabía que no podía esperar que mis compañeros hicieran ninguna iniciativa en mi defensa, y ahora menos todavía, que se vive bajo el régimen de terror implantado por Tomás Fernando Flores.
Otro aspecto que no eludes es el de los supuestos pagos a los medios musicales por parte de los artistas para salir bien parados en ellos, episodios que dices prácticamente no conocer o por lo menos de manera nada generalizada, ¿de dónde crees que surge todo ese relato mítico?
Pues porque es mas fácil decir que los críticos de la tauromaquia o de la música pop son unos vendidos que poner el foco en aquellos sitios donde verdaderamente existe esa corrupción periodística. Desde siempre los festivales de las canciones de los años sesenta acababan con gritos de tongo, que igual podría existir algo de eso, pero me parece que era más una reacción automática que razonada. La realidad es que el tipo de corrupción que se puede achacar al ámbito musical es anecdótico, se refiere a estar en la listas para los viajes o que te hagan encargos que se puedan monetizar. Sinceramente no trato de defenderme ni tampoco a la profesión, pero no es ni de lejos el campo del periodismo más fácil de corromper.
Si hubieras iniciado tu carrera periodística en este siglo, ¿crees que también habrías escrito un libro titulado “El mejor oficio del mundo?
Pues… yo creo que sí… Por ejemplo, yo tengo un hijo, Darío, y desde el principio cuando empezó a estudiar periodismo le decía que mejor se dedicara al deportivo, no al musical, que es menos rentable, pero finalmente acabó en el gremio y ahora trabaja en Spotify. En ese sentido escribir de música es un enorme placer, como decía Mario Pacheco, la única cosa casi tan divertida como escuchar música es hablar sobre ella, por eso creo que sigue siendo una opción maravillosa. Aunque ahora sea difícil dedicarse a ello profesionalmente, al mismo tiempo existen un montón de posibilidades y espacios para publicar que nosotros no teníamos, y eso es asombroso. En mi caso empecé de la noche a la mañana en medios profesionales, no tuve esa ocasión de foguearme. Puede que en ciertos aspectos no sea su mejor momento, pero dedicarse a esto sigue siendo algo fantástico.
Texto: Kepa Arbizu