En una soleada terraza de Ventas, nos encontramos con Alberto Anaut, voz, guitarra y alma de Anaut. Tras siete años de esepera, la banda regresa con Perro Verde. Un disco que supone un giro valente y necesario en esta formación con más de una década sobre los escenarios. Junto a Gabri Casanova a los teclados y Javier Skunk en la batería, este trío de magos ha tejido un nuevo capítulo bajo el paraguas de Calaverita Records, sello sinónimo de calidad.
Perro Verde, cuarto álbum de la banda, no solo marca el paso del inglés al castellano, sino que abre la puerta a un universo letrístico más personal y reflexivo. Si Anaut lleva años dominando con maestría el lenguaje de las músicas negras, ahora navegan con soltura hacia territorios pop, sin perder la esencia que les ha ganado el cariño de público y prensa. Este disco es la historia de una evolución sin renuncias, un viaje que atrapa y sorprende.
Enhorabuena por el nuevo álbum. Se ha publicado hace apenas unas semanas y la acogida está siendo muy positiva. ¿Cómo estáis viviendo estos primeros días?
Muy bien. Ya hemos empezado a hacer bolos, y uno de los grandes miedos que teníamos era cómo íbamos a combinar el inglés y el español en el directo. Hicimos un bloque en inglés, con los temas antiguos, y funcionó muy bien. Se notaba que había gente que venía a escuchar precisamente eso, pero en la parte en castellano, de repente, estaban cantando «Lejos de aquí», lo cual nos sorprendió. Ahora, al cantar en español, hay más conexión con la gente, y se nota. En la parte digital también estamos funcionando muy bien. Nos han incluido en un montón de listas, y eso corre a cargo del trabajo del sello, que ha sido excelente. Estamos súper agradecidos, de verdad.
La idea era acercarnos a otro público sin perder el que ya teníamos, y en eso estamos. Tenemos esperanzas en que este álbum marque un nuevo paso para la banda. Era importante no quedarnos anclados.
Además del cambio al castellano, este disco supone también una evolución clara hacia un sonido más pop. ¿Fue una decisión consciente desde el principio o algo que surgió de forma natural durante el proceso?
Nosotros tenemos un sello marca de la casa, una forma de componer muy ligada a lo que escuchamos. Escribimos desde ahí, y con el tiempo y el desarrollo te terminan etiquetando. Te colocan en una estantería del Corte Inglés: ‘Esto es soul, esto es R&B, esto es tal’.
Siempre he sentido que había más cosas detrás, pero tampoco soy quién para corregirlo. Aun así, es cierto que por mi manera de cantar siempre se ha notado una fuerte influencia de la música negra, pero también había elementos de pop o de folk. Lo que ocurre es que, al pasar al español, nos dimos cuenta de que no podíamos simplemente trasladar ese mismo sonido. No podíamos hacer soul ni rhythm & blues en español, porque no funcionaba igual. Por eso este disco ha llevado tanto tiempo: había que encontrar una fórmula musical que acompañara bien a las letras.
Justo lo estaba pensando: ha habido muy pocas propuestas de soul cantado en castellano, salvo el Latin Soul o lo que se hace al otro lado del Atlántico. En España sí hubo cosas, como Phil Trim o Teddy Bautista en los 70 , pero casi siempre en inglés…
Con el rock pasó algo parecido, ¿no? Hasta que llegaron los argentinos, y los latinoamericanos en general, y empezaron a hacerlo en su idioma… Hoy en día ya nos parece lo más normal del mundo. Quizás con el soul o el R&B en español hace falta alguien con el talento suficiente. Es verdad que Marta Sánchez, por ejemplo, cantaba canciones que venían de ahí, pero con una estética muy concreta, que a mí personalmente no me convence demasiado. Quizás eso, que falta alguien que lance la primera piedra y marque el camino desde otro enfoque.
Siempre me ha parecido curioso esto. Porque, si lo piensas, con toda la música latina actual, el urban y demás, sí que tenemos artistas que están defendiendo muy bien el R&B. Nati Peluso, por ejemplo, está haciendo su movida desde ahí, con personalidad.
Totalmente de acuerdo. Que ojo, eso no quita que en nuestro país no haya propuestas interesantes de soul: ahí están The Excitements o Freedonia, por ejemplo.
Es como si tú eres pintor y lo que más te gusta es el impresionismo: lo más normal es que trabajes con óleo, no con una tablet. Pues con la música pasa algo parecido. Un estilo no se define solo por las progresiones armónicas, sino también por la instrumentación, por la textura del sonido…
En nuestro caso, todavía tenemos esa base. Entiendo que el idioma es lo que más llega, porque es lo primero que se escucha. Cuando oyes este disco, la voz te impacta de forma directa. Pero en realidad, debajo de eso, hay muchos elementos comunes con nuestra música anterior: las guitarras, las teclas, la batería, el órgano Hammond… Todo eso sigue ahí. Yo sigo siendo guitarrista, Gabri sigue tocando el Hammond, aunque también ha incorporado sintetizadores. Lo que hemos hecho es buscar otra fórmula.
Con el cambio de idioma, también habéis incorporado una nueva instrumentación que os sienta muy bien, como el uso de sintetizadores.
Javi Skunk, nuestro batería, lo dice muchas veces: ‘todo parte de la curiosidad’. Cuando estamos enseñando ideas nuevas o preparando temas, nunca decimos ‘no’ porque algo se sale del estilo de lo que solemos hacer. No nos ponemos límites en ese sentido.
De hecho, creo que hay temas, los dos instrumentales, por ejemplo, que no tienen mucho que ver entre sí ni con el resto del disco. El único elemento común es que es música que nos gusta. A mí me flipa Ry Cooder y también Duke Levine, por eso hay un tema que se llama «El Duque», como homenaje a Levine. Y «La Mazorca» me encanta, me parece que también tiene esa vibra que recuerda a Ry Cooder.
Justo te iba a preguntar por esos dos temas instrumentales. Lo interesante es que no funcionan como un simple interludio, sino como composiciones completas, con identidad propia.
Sí, los empecé a tocar, me gustaron y los pusimos. Funcionan bien porque creo que cada uno tiene su contrapunto. Es un viajecito. Siempre digo que los temas instrumentales son como el sorbete en una boda: acabas de comerte un cordero, o de escuchar una canción dramática, y, de repente, suena un tema instrumental y te limpia un poco el paladar. Te prepara para lo que viene después. Creo que funciona muy bien dentro del disco, ayuda a que se escuche de otra manera.
Es curioso cómo las nuevas generaciones, entre las que me incluyo, han abrazado la música instrumental, especialmente gracias a las bandas sonoras de videojuegos y el auge de géneros como el Lo-fi beats en YouTube. ¿Qué te parece este fenómeno?
Sí, es un elemento bastante curioso. Estamos en una época de poca atención, pero quizá por eso la música instrumental funciona tan bien. No exige una escucha tan activa, puedes tenerla de fondo mientras haces otras cosas, y eso también tiene su valor. De hecho, justo ahora, mientras te esperaba, estaba leyendo un artículo en El País sobre una investigadora que está destapando falsas autorías en Spotify. Es muy loco.
Se decía que las grandes plataformas de streaming iban a salvar la música, pero en realidad no han salvado a los artistas: han salvado a la gente que hace contenido a gran escala. Las discográficas siguen ahí, pero lo que se está premiando no es necesariamente la creación artística, sino la capacidad de generar volumen.
En un contexto en el que cada vez se valora menos el simple hecho de pasar horas con el instrumento hasta que salga algo, y donde parece que todo se basa más en la cantidad, ¿cómo es tu proceso de composición?
Generalmente trabajo con la guitarra. Soy guitarrista, así que muchas veces las ideas surgen mientras estudio. Por ejemplo, en el primer disco, muchos temas nacieron de ideas que iban apareciendo mientras hacía arpegios, progresiones, cuatriadas…
Ahora pasa algo parecido, aunque también hay más ideas que vienen del lenguaje o de pensamientos que me rondan la cabeza. A veces apunto una frase o una idea que me parece un buen germen para una canción, pero musicalmente casi siempre nace cuando estoy sentado con la guitarra. Lo noto muchísimo cuando paso épocas sin poder dedicarle tiempo. Por ejemplo, ahora que me he mudado y he tenido líos varios, no he podido estar dos o tres horas diarias con la guitarra, y la producción baja muchísimo. Lo noto enseguida.
Claro que una canción puede salir en diez minutos, pero yo estudio guitarra constantemente para estar ágil: porque me gusta, porque soy profesor y tengo que preparar clases, porque tengo que montar repertorios… Y es en esa rutina diaria donde, de repente, aparece una idea.
Claro, porque en tu caso, además de músico, eres profesor de guitarra en el Centro Superior Música Creativa. ¿Cómo planteas a tus alumnos la relación entre la composición y el desarrollo musical?
Que aprendan a partir de las limitaciones. Cuando doy clases, si veo que la persona tiene interés en la composición —es decir, que no se queda solo en interpretar con la guitarra— suelo proponerles que escriban una canción o, al menos, un estribillo con dos acordes. Les pido que no se salgan del “sota, caballo y rey”, porque creo que si dominas muy bien progresiones básicas, las de toda la vida como en What a Wonderful World o Stand By Me, y consigues hacer una melodía nueva, entonces entiendes que realmente hay infinitas canciones por escribir.
Al final, esto es como cocinar arroz. Para hacer paella o risotto usas el mismo ingrediente, pero de formas distintas. Pues con la música pasa igual: cuando dominas bien el arroz, entiendes qué puedes hacer con él y entonces puedes empezar a aportar algo personal.
Y volviendo a tu faceta de songwriter, cuando ya tienes una composición preparada, una idea, ¿cómo la trabajas con el resto del grupo?
El campo de pruebas es el local de ensayo. Ahí digo: ‘mira, he hecho esta movida’, o les mando una nota de audio. Javi, que tiene mucha cultura musical porque fue DJ y está siempre escuchando novedades, me responde con referencias que no se me habrían ocurrido. ‘Tío, esto me recuerda mogollón a tal grupo’. Y así, de esa sinergia entre nosotros tres surgen cosas muy curiosas. Me gusta mucho el formato de trío porque permite una comunicación muy fluida. Las grandes decisiones es mejor que las tome poca gente. Si se dispersa la opinión, puede perderse la personalidad del proyecto. Cuando somos pocos y nos conocemos, podemos nutrirnos unos a otros y crear algo que va más allá de lo que haríamos por separado.
En cuanto a la producción y la masterización de este nuevo trabajo, ¿quién se ha encargado?
La producción la hemos hecho nosotros junto con el mezclador, Kike Fuentes, que es guitarrista de Vega, DePedro o de Verne, entre otras cosas. Kike ha hecho un trabajo de lujo mezclando, y por eso directamente lo pusimos como productor del disco.
El mastering lo ha hecho la misma persona que ha trabajado en los últimos discos, desde el segundo: un tipo estadounidense llamado Nathan James, que tiene un estudio en Phoenix, Arizona. Hoy en día todo se hace a distancia y él trabaja súper bien; nos encanta cómo lo hace. A veces ni hace falta explicarle nada, porque entiende todo a la primera. Ya llevamos una relación larga con él, así que también hemos hecho este disco con su participación. Nos fiamos mucho de su criterio, la verdad.
Una de las canciones que más me ha emocionado del disco es «El Jardín», en la que además colabora Carolina García, cuya voz encaja perfectamente con el tema. ¿Cómo surgió esta canción y cómo fue contar con ella?
«El Jardín» es una canción que escribí para mi madre. Falleció en 2020, y desde entonces sentía la necesidad de componer algo para ella. No quería que fuera una canción triste, sino algo bonito, con una historia que tuviera profundidad. Por eso usé una analogía, una especie de metáfora para darle sentido.
Recuerdo perfectamente una noche en el hospital. Mi madre estaba en la cama, a punto de ser operada a primera hora del día siguiente, sin saber si iba a salir de aquello. Estábamos todos ahí con ella, mis dos hermanas, mi padre y yo, alrededor. Esa imagen me inspiró la metáfora de los pájaros volando sobre un árbol. Cuando el árbol ya no está… ¿dónde nos posamos?
En esa época también nació mi hija. Y es ahí cuando uno se da cuenta de que forma parte de un eslabón en la vida. Por un lado está la pérdida de tu madre, por otro, el nacimiento de tu hija, que tiene un peso parecido… al final somos parte de algo más grande, y ese algo es la naturaleza de la vida.
Carolina es una cantante increíble, a la que conozco desde hace muchos años. Coincidimos en un coro llamado Gospel Factory; yo tocaba la guitarra y ella cantaba. Me flipa cómo canta. Ya había venido a la presentación del tercer disco, y tenía claro que si en esta canción hablábamos de pájaros y queríamos una voz femenina, no podía ser otra. Tenía que ser ella.
Otro de los grandes temas del disco es «El Barco», una canción sobre la lucha migrante en la que colaboráis con Anni B Sweet y cuyos beneficios están destinados a Open Arms. ¿Cómo nació esta canción?
Todo lo que hace Anni me parece oro. Es una artistaza. Creo que «El Barco» es una de las grandes canciones del disco, también por cómo cambia el registro con su voz, que le sienta increíble. La canción no la escribí con ella. Surgió durante mi viaje de novios en Vietnam. Estuve varias semanas escuchando melodías basadas en escalas pentatónicas, que es lo habitual en la música asiática. Recuerdo estar viendo un barco flotando en un río en la ciudad de Hue, con esa música de fondo, y pensé: “tengo que hacer una canción con esto”.
Pero cuando empecé con la letra, me di cuenta de que no podía escribir sobre un barco flotando en un río asiático porque no tenía nada real que contar. Entonces, mucho más adelante, pensé en lo de las pateras. El tema migratorio era algo que me apetecía tratar. En este disco hay más canciones así, más reivindicativas. Supongo que tiene que ver con hacerse mayor y con que te dé igual lo que piensen los demás. Si algo me parece una mierda, quiero decirlo.
Conocí a Anni a través de Germán Salto. Yo tocaba con él, y la banda de Germán son cántabros, muy colegas de Los Estanques. Terminamos teloneando a The Lemon Twigs, y Anni vino al bolo. Le dije: ‘he escrito un tema que creo que te puede molar, me encantaría que cantaras en él’. Me pidió que se lo mandara y se prestó a hacerlo. Fue un lujo.
En cuanto a Open Arms, esta canción va más allá de contar una historia: queríamos devolver algo. Poder aportar un granito de arena. Ha sido un honor echar un cable. Siempre me parece importante bajar la música de las nubes y convertirla en algo útil. Ya sea para alegrar a alguien o, en este caso, para ayudar a salvar vidas. Nosotros no podemos salvarlas, pero sí recaudar dinero para quienes lo hacen.
Texto: Víctor Terrazas
Fotos: Jaime Lahoz