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The Jesus and Mary Chain – 40 años de éxito disfuncional

 

En cuanto William y Jim Reid se dejan ver finalmente a su llegada a Discos Marcapasos con un ligero retraso logístico, el centenar de personas que les esperan rompe en un cálido aplauso que hasta parece dibujar una mínima sonrisa en sus rostros.

Es todo lo que podemos esperar de unos hermanos cuya timidez, lo sabemos ahora, ha supuesto un generador inagotable de problemas. Tal recibimiento precipita a los músicos al sótano del espacio granadino para tomar un breve respiro y enchufarse un buen par de cafés. Les acompañan Claire, su agente, Bernadette, esposa de William, y un chófer contratado por la organización de Degusta Fest, nueva cita creada por Proexa (27 y 28 de junio) con la que su director Pepe Rodríguez ha hecho realidad en Granada un sueño húmedo de juventud —otro más— a partir de una coartada gastronómico-musical que el tiempo dirá si ha llegado o no para quedarse.

Los Reid vienen para firmar ejemplares de Incomprendidos, revelador volumen autobiográfico publicado por Contra donde desgranan sin censura su vida, obra y calamidades. Mi presencia en el evento, posibilitada por Lola y Pepe —gerentes de la tienda y viejos amigos—, una vez descartada la opción de entrevistarlos por falta de tiempo, se limitará a ejercer de interlocutor entre músicos y fans, tarea para la que me acompaña mi colega Med Vega, escritor y traductor mucho más bregado en el acento escocés que yo. Nada más presentarnos, piden una copia del libro —la primera que ven— y mientras la hojean les contamos que su traductor Ibon Errazkin es un reputado músico nacional. Más tarde, William me preguntará extrañado si el título del libro, de una sola palabra, realmente significa lo mismo que el original Never Understood (en alusión a su «Never Understand»). Le diré que el título en castellano significa misunderstood, lo mismo, en definitiva. Encantados, cogen aire y se ponen a la tarea.

Los ejemplares empiezan a caer sobre una gran mesa redonda y la coqueta tienda de discos se ve desbordada por una cola que obliga a ocupar media calle Duquesa. Junto al tomo desfilan carpetas de casi todos sus LPs a la espera también de las rúbricas Reid. Med se coloca junto a Jim, yo al lado de William. Nuestros yoes adolescentes fliparían.

Mientras se exalta la pleitesía Reidiana, mi cabeza se dispara al pasado. Creo que nunca compré un disco de los Mary Chain en Marcapasos. De hecho, diría que cuando llegué a Granada en 2002 su música ya me era más que familiar. Mi puerta de entrada a su universo, de la mano de Hope Sandoval, fue Stoned and Dethroned y recuerdo en casa un CD-R que alojaba Honey’s Dead —cosas de la época— al final del Crooked Rain de Pavement. Pero por encima de ellos, el LP que atronaba las paredes de mi habitación compartida fue su debut.

Como para todo neófito, escuchar por primera vez Psychocandy en los 90 fue una experiencia desconcertante. El estruendo que lo atravesaba, una vez disipado ese comprimido envenenado llamado «Just Like Honey», podía llegar a ser una tortura insoportable. La escucha de semejante mercancía invitaba a pedir la hoja de reclamaciones. ¡Esto suena a cristales rotos! ¡Es un disco defectuoso! Pero resultó que no, que aquello era el lado pop del rock-ruido. Un género que escupía adrede la retroalimentación y el acople guitarrero. Esos desagradables desperfectos, quebradero de cabeza habitual para todo ingeniero de sonido, eran vehículo de inquietantes mensajes que abarcaban la inocencia amorosa o la brutalidad de un accidente de moto. El resultado de su combinación provocaba una inexplicable adicción. Con el tiempo, el álbum se estableció con fuerza en nuestra intimidad.

Los acólitos convocados hoy en Marcapasos se acercan en orden a unos hermanos Reid cuya presencia física, estoica y educada, lejos de disuadir, invita a satisfacer todo tipo de inscripción nominativa. William me pregunta si “Ramón” se escribe con “e” al final. Le contesto que no, a lo que él, en un inaudible tono de voz me responde —como si yo no lo supiera ya— “we love the Ramones”. Justo después, otro fan pide una dedicatoria para “Surfcide”. Los hermanos parecen no entender la solicitud hasta que el hombre señala al logo de su camiseta donde una estrella evidencia un guiño a la mítica banda neoyorquina coliderada por Vega y Rev. Ambos sonríen cómplices. En la frustrada entrevista que por si acaso había preparado, tenía una pregunta sobre la influencia en su sonido de los Ramones o Suicide que ahora sonaba retórica.

Regreso de nuevo a mi adolescencia y veo que ahora es fácil extraer de entre aquellos 40 minutos de ruido el quid de Psychocandy. Piezas como «Sowing Seeds», «The Hardest Walk» o «Cut Dead» suponían un respiro melódico que, más allá de la estética ruidista de los Velvet o Stooges, los emparentaba audazmente con Phil Spector por la vía de las Ronettes (extrapolados los patrones rítmicos de Moe Tucker y Hal Blaine), inyectando a su música un latido pop que encontró inmediatamente una complicidad popular quizá no negada a coetáneos como Sonic Youth, pero sí distinta. En Granada, dicha complicidad se vuelve manifiesta en la mujer que, temblorosa, pide a los hermanos que garabateen el borrador de un texto suyo inspirado por su música; en el apasionado joven colombiano que hace cola dos veces para conseguir una firma extra; en la chica que pide una firma sobre el libro Éramos unos niños de Patti Smith, que leyó con los Jesus de fondo; en alguien que trae un poster de la primera gira de los escoceses en España; en la chica que insiste en que autografíen su carcasa de su Kindle; en el fan irredento que posee ediciones inencontrables; o en el que porta una camiseta cuyo tono constata el paso de los años. No, la complicidad con la obra de The Jesus and Mary Chain no es como ninguna otra.

En noviembre Psychocandy cumplirá 40 años. El milagroso LP inicial de The Jesus and Mary Chain posee hoy un contundente estatus que pocos hubieran vaticinado cuando los Reid aparecieron en la escena de los 80 parapetados tras sus encrespadas cabelleras. Los de East Kilbride hicieron virtud de la austeridad, levantando alrededor de sus perlas agridulces un armazón ruidista del que se fueron desprendiendo a medida que crecía su pericia instrumental. Las mutaciones posteriores les alejaron del soñado éxito, sí, pero en la misma medida de su infortunio se afianzaba un creciente romance con la eternidad. Se puede decir que inconscientemente cambiaron ser un grupo de los 80 por ser un grupo –ejem– moderno.

Desconozco cuántos de los que han acudido a Marcapasos han leído ya Incomprendidos, pero para mí que siempre los tuve por una banda peligrosa e intimidante, su lectura me tiene aún sumido en una total sensación de asombro. Mientras William me pide que traduzca sus dos nombres al castellano, los sentimientos que me atraviesan son de respeto, empatía y ternura y la culpa de ello la tiene el sensacional libro de Contra. Hoy quizá sigamos sin comprenderlos, pero jamás volveremos a escucharlos con los mismos oídos.

 

Texto: Marce “Becerring” Moreno

Imágenes: Palen

One Comment

  1. Traducción chunga del título del libro. «Never Understood» y «Misunderstood» no significan lo mismo, especialmente en el contexto que nos ocupa.

    Aparte de esto, el título del libro no es una referencia a «Never Understand», sino a «Never Understood».

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