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Van Morrison – Noches del Botánico (Madrid)

Hay quien mata una vez un perro y le llaman toda su vida mataperros, y hay quien un día se enfada en el escenario, sale por patas y le persigue toda su vida un sambenito injusto. No lo es por completo la fama de gruñón del León de Belfast, pero sí lo es esa leyenda que corre en Madrid desde aquel concierto de 1988 en San Isidro, que lo retrata como un funcionario de la música, más pendiente de que el reloj marque el mínimo estipulado para salir corriendo que de ofrecer conciertos memorables. No fue verdad en sus más recientes visitas a Madrid, debidamente escalonadas cada cuatro años (2017, 2021) ni lo fue en estas dos últimas estancias en el Botánico de la Complutense, un lugar que parece pensado para albergar su música. Verde como irlanda, crepuscular como su música.

Tal vez fuese por el entorno, tal vez fuese porque está a punto de publicar Remembering Now (un disco que Mojo ha descrito como “el mejor desde Hymns of Silence”, pero ¿cuántas veces hemos oído lo mismo?), pero Van parecía estar pletórico ya desde «Only a Dream», soplando el saxo con la vitalidad de un veinteañero. Los primeros compases del concierto arrancan entre Nueva Orléans y Chicago hasta concluir en una versión de «Jumping with Symphony Sid» en la que la banda funciona a pleno rendimiento, conquistando incluso al público más reticente.

El espíritu del respetable es más de disfrutón ibizenco que de archivista ceñudo, lo cual siempre contribuye a transigir con piezas oscuras siempre y cuando den para mover la artrosiada rodilla. Y vaya si lo consigue una banda que bajo su formalidad está bien dirigida por el guitarrista Dave Keary y amaestrada por el León, que en un momento dado marca el ritmo a la batería, en otro se desespera porque la percusión no le sigue y termina bromeando con las coristas, que no le siguen la broma de “get up… like what?”. Sí, no se atrevieron a responderle que like a sex machine.

Hay una teoría que divide al Van Morrison formulaico del trascendental, el que traza una frontera entre Astral Weeks y el artista de covers, una división que el propio cantante ha intentado tirar por tierra en diferentes ocasiones. Durante todo el concierto se esfuerza por demostrarlo, convirtiendo lo que en disco a menudo son meros ejercicios de estilo en lienzos para la exposición de unas facultades vocales que no se han visto alteradas durante el último medio siglo. Aunque cuando suena «If I Ever Needed Someone», ocurre lo mismo que cuando se sienta al piano a cantar «Someone Like You» o, poco después, resucita «In the Afternoon»: esa clase de magia celta que solo él ha sabido invocar aparece.

Llegado el ecuador de la tarde —que no noche, Van llega y sale del escenario cuando el sol aún no se ha puesto— empieza a gritar a la banda sus peticiones. Es una jornada muy Sam Cooke así que es turno de ¡“Laughin’ and Clownin’”!, donde un espontáneo duelo de saxo y armónica concluye con el broche de «The Night Time Is the Right Time» y los aplausos sentidos de Morrison hacia unos músicos que se miran entre ellos, sorprendidos. Para el momento en el que encadena «Little Village» con «In the Garden», conducida por la guitarra acústica, está rozando el cielo con sus dedos. Pequeños milagros ocurren en los conciertos de Van Morrison, y al igual que ocurre con Dylan, estos parecen ser más frecuentes en los últimos años, quizá porque ante la amenaza del fin ambos han decidido despedirse por la puerta grande, en plena forma. Van the Man está finísimo, en todos los sentidos.

Por eso da igual que después de la coreada «Jackie Wilson Said (I’m in Heaven When You Smile)», el concierto concluya de forma rutinaria, primero con una «Moondance» esperada pero algo fofa y una alargada «Gloria» que uno percibe que no cumple más que la función de dejar contento al público casual y darle tiempo a Van a abandonar el reciento antes de que la marabunta le pise los talones. Da igual, para entonces, los milagros ya se habían obrado en el jardín del botánico.

Texto: Héctor García Barnés

Fotos: Salomé Sagüillo

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