Por mucho que digan que en la vida nadie es insustituible, yo no estoy nada de acuerdo. Y en este caso concreto, Roxette era —en gran parte— Marie Fredriksson. Con ella se fue el alma del dúo sueco.
Con esa reflexión, y unos cuantos prejuicios más metidos en el bolso, me puse rumbo a uno de los festivales más queridos por los amantes de la música: Noches del Botánico.
Ir al Botánico no es solo ir a un concierto. Es pagar una entrada, pero tener la certeza de que cada euro merece la pena: aforo controlado, visibilidad perfecta desde casi cualquier punto, sonido cuidado, público respetuoso y una programación tan ecléctica como apetecible. No hay que pelear por ver, ni por respirar. No hay colas eternas ni baños de guerra. Hay vino, cervezas decentes y hasta algo que se parece a comida de verdad. La experiencia es amable, y eso, en un verano de aglomeraciones, se agradece.
Y eso explica por qué, cuando Roxette anunciaron su paso por Madrid, las entradas volaron. Porque, más allá del morbo por ver cómo se defiende la banda sin Marie Fredriksson, hay una certeza: en el Botánico, el plan casi nunca sale mal.
El concierto arrancó puntual, sin introducciones épicas ni visuales grandilocuentes. Roxette salió, enchufó y empezó. Y desde el primer tema —The Big L— quedó claro que el show se iba a sostener sobre el peso del repertorio, no sobre la energía de la banda.
Per Gessle, con un outfit deliberadamente juvenil y el pelo teñido, parecía esforzarse por alejarse a toda costa de su edad real. Cambió de guitarra constantemente —algunas con diseños personalizados— y se movió con corrección, pero daba la sensación de que no estaba del todo ahí. Por momentos, parecía más concentrado en el gesto que en la interpretación.
La nueva vocalista, Lena Philipsson, cumplió con oficio. No imitó a Marie ni lo intentó. Su aproximación fue distante, pero efectiva. El público —mayoritariamente adulto, nostálgico, entregado— se rindió a esa nueva voz que, en muchas ocasiones, se quedó a las puertas de brillar.
Un momento realmente emocionante llegó, cómo no, con It Must Have Been Love. Philipsson dedicó unas palabras sentidas a Fredriksson antes de arrancar el tema, y el Botánico respondió con una ovación enorme, sincera, que puso un nudo en la garganta a más de uno. Fue el instante en que el recuerdo dejó de pesar para convertirse en algo compartido.
A partir de ahí, Roxette tiró de repertorio sin riesgos: How Do You Do!, Dangerous, Joyride, Spending My Time, Listen to Your Heart, The Look… Los clásicos funcionaron como debía esperarse. El público se entregó, cantó, bailó, fotografió.
También vivimos un momento desconcertante: Christoffer Lundquist interpretó Paquito el Chocolatero a ritmo de riffs con su guitarra. Una horterada que rompió el tono del concierto y que, probablemente, fue el único gran error de la velada.
Roxette cumplió. A duras penas, sí, pero cumplió. El repertorio les sostuvo donde faltaba electricidad. No fue un mal concierto. Fue una noche correcta, en un entorno privilegiado, con una banda que ya no es la que fue, pero que supo qué canciones tocar para que nadie saliera decepcionado.
Texto: Almudena Belmonte
Fotos: Salomé Sagüillo
Hola. Respeto tu punto de vista, pero no comparto para nada.
Quien ha seguido a Roxette desde los 90’s ha visto un concierto incluso más profesional que el de aquellos años. Sin menos “coreografía” y con más soltura y
profesionalismo.
La banda que armó Per suena de maravillas y sin fisuras. Y transmite la misma energía y emoción que por aquella época.
En cuanto a Lena, es inevitable la comparación, pero su profesionalismo hizo que por momentos recordemos a Marie, y por otros nos “olvidemos” un poquito para disfrutar de tremenda cantante (que no solo debe desplegar su talento sino también enfrentar semejante desafío).
Tampoco concuerdo con lo del “único gran error”. El guitarrista hace un guiño en cada país que visita jugando con algún clásico local. Yo no soy español y en mi país hizo lo mismo y fue un momento inolvidable. Estuvo tan lejos de un “error” que el público respondió feliz participando activamente y disfrutando la sorpresa.
Esa es mi opinión, la de un espectador común y corriente, que disfrutó a pleno y vio un publico emocionado. Pero como suele suceder: no coincido con los críticos especializados. Saludos!