Cincuenta minutos de concierto pueden parecer mucho o poco. Depende de cómo se mire. Anoche, Reckless Kelly demostraron que ese breve lapso puede bastar para reafirmar que muy pocos están hoy a su altura cuando hablamos de rock clásico norteamericano: ese que se alimenta de guitarras y épica, pero que nunca pierde de vista sus raíces country y folk.
Desde el primer acorde marcaron territorio. «Miserable City» y «Fired Up Ready to Go» desplegaron músculo guitarrero y corazón de rock & roll. «Nobody’s Girl» confirmó que dominan la melodía y los estribillos pegadizos con naturalidad. Tras ese trío inicial, ya tenían al público comiendo de su mano. Y no era para menos: era su primera visita a nuestros escenarios y, viendo la reacción general, la conexión fue inmediata.
Pisaron el acelerador, se vinieron arriba, y nosotros con ellos. Recorrieron sendas más campestres con acústicas y violín en «Thinkin‘ ‘Bout You All Night», las claras influencias irlandesas de «Seven Nights in Eire» y los compases bluegrass de «Wild Western Windblown Band». La interpretación de «Wicked Twisted Road» fue recibida con un respetuoso silencio que dejó paso a una emoción palpable en toda la sala. Qué gran canción.
El espíritu honky tonk de «What’s Left of My Heart» abrió la puerta a una recta final vibrante, con los hermanos Willy y Cody Braun al mando, y Geoffrey Queen brillando en cada solo. Temas como «Ragged as the Road», «Vancouver», «Crazy Eddie’s Last Hurrah» y su certera versión del «Castanets» de Alejandro Escovedo elevaron el clímax justo cuando la banda alcanzaba su punto álgido. El entusiasmo y la ovación con que el público premió su actuación fueron más que merecidos. Llegaron, tocaron y vencieron.
Y entonces la duda se apoderó de mí… ¿Podría Lucinda aguantar el chaparrón de salir después de ellos? Era inevitable recordar su última visita, que, irremediablemente, me dejó con el corazón encogido. No era justo ver a una de las grandes damas del rock en ese estado sobre las tablas. Crucé los dedos y pedí una cerveza para hacer más llevadera la espera.
Apareció renqueante, mientras sus músicos tomaban posiciones. Y qué músicos: Marc Ford (Burning Tree, Black Crowes, Ben Harper) y Doug Pettibone (Tracy Chapman, John Mayer, Ray LaMontagne) a las guitarras, el bajista David Sutton y el batería Brady Blade. Un equipo de altura.
Comenzaron los sincopados compases de «Can’t Let Go» y algo se activó por dentro. Lucinda estaba bien de voz, más cómoda en escena, adaptada a su falta de movilidad, con la serenidad de quien ha asumido su condición sin dejar de entregarse. «Rock & Roll Heart», «Stolen Moments» y la inmensa «Car Wheels on a Gravel Road» confirmaron esa grata sensación. La banda la llevaba en volandas, sosteniéndola cuando era necesario y acariciándola cuando lo precisaba.
Ford y Pettibone cruzaban sus guitarras con precisión, dando profundidad a piezas de enorme carga emocional como «Drunken Angel», «Fruits of My Labor» —con su delicado casi aire de ranchera— y otras que hicieron vibrar el alma. Lucinda compartía anécdotas, hablaba de lo que sucede en su país, evocaba su amor por los Beatles e interpretaba «While My Guitar Gently Weeps». El cierre del primer bloque llegó con el trote blues de «Honey Bee».
El público del Apolo, encantado por lo que parecía una evidente recuperación, la despidió con una ovación. Pero la noche tenía más. En el bis, «So Much Trouble in the World», de Bob Marley, nos ayudó a olvidar por un momento lo mal que se están poniendo las cosas ahí fuera. El riff cortante de «Joy» dio paso a uno de los últimos himnos del rock, «Rockin’ in the Free World», de Neil Young, con Lucinda arengando a la audiencia y la banda invocando tormentas eléctricas.
Como en un buen western crepuscular, la de Luisiana se presentó como una curtida pistolera: cansada, con el cuerpo magullado por años de travesía, pero aún capaz de mantener el temple, disparar las últimas balas y despedirse con la dignidad de quien ha hecho bien su trabajo. Si esta gira es, como muchos tememos, una despedida —algo más que probable, dada su edad y su estado físico—, ha sido, sin duda, la más digna posible.
Gracias por todo, Lucinda. Tus canciones nos han hecho mejores.
Manel Celeiro
Fotos: Marina Tomás