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El Petit de Cal Eril – IDEAL (Barcelona)

Para la presentación de su nuevo álbum ERIL ERIL ERIL (Bankrobber), El Petit de Cal Eril programó cuatro noches seguidas en un espacio singular, IDEAL, el centro de artes digitales del Poblenou de Barcelona. Las entradas se agotaron rápidamente, por la expectación ante lo inusual del recinto elegido, porque se venía anunciando que la puesta en escena iba a deparar muchas sorpresas y porque ésta requería de un aforo reducido para disfrutar más cómodamente de la experiencia.

Acudimos a la segunda función, de la que solamente había trascendido que banda y público se encontraban en el interior de un iglú gigante de plástico que les envolvía y aislaba de la sala principal del IDEAL. La sensación general era de entrar en un espacio-tiempo suspendido, como si los hubiéramos sido invitados a un templo flotante donde las leyes físicas y emocionales se regían por otras coordenadas: las de Joan Pons y su particular universo sónico. Temas del álbum nuevo —uno de los mejores hechos aquí en lo que llevamos de año, si me preguntan— como Aigua fosca, Jo ja no sóc qui era, La por i l’oblit o El misteri de la mort fueron desgranando, uno a uno, los múltiples rostros de un trabajo que bascula entre la introspección casi espectral y el groove minimalista, manteado por un tejido de atmósferas que se van filtrando lentamente, como si el aire mismo empezara a sonar.

Sobre el escenario, Joan Pons ejercía de médium tranquilo y cercano con la audiencia, arropado por una formación orgánica y precisa, con esa mágica sección rítmica que forman Ildefons Alonso (batería) y Jordi Matas (bajo) y que sostuvo con elegancia una arquitectura musical que, sin parecerlo, es complejísima. Ambos se movieron entre lo contenido y lo pulsional con una expresividad contenida, haciendo del silencio un instrumento más. Junto a ellos, Dani Comas a la guitarra completaba el entramado con trazos precisos, a veces casi invisibles, que dibujaban líneas melódicas como si fueran luces tenues en una habitación en penumbra. Hubo inatantes de recogimiento absoluto, como en Claus dins de casa o Totes les lleis dels homes, que desde el álbum proponen una reflexión más abstracta pero que en directo ganan cuerpo gracias al tratamiento sonoro del cuarteto. O la delicadísima El plor, que apareció como una gota de melancolía en medio del viaje.

En un momento previo a Jo ja no sóc qui era, se palpaba en el aire esa pregunta compartida entre artista y público: ¿quiénes somos… y hacia dónde vamos? La respuesta emergió en esa dulce contraposición: “Jo ja no sóc qui era / sóc com una pedra al fons del riu / que l’aigua va arrossegant / però no sap ben bé on va.” Un verso que desnuda el tránsito emocional y la entropía cósmica que atraviesa el disco. Allí, en ese instante, la música se sintió menos coloquial y más universal, menos interpretada y más experimentada. Y es que Joan Pons lleva años insinuando que su música no es solo música. En entrevistas recientes ha afirmado que busca lo “inconsciente” y lo “atemporal”, y que sus canciones no tienen lógica porque son más bien pasadizos por los que entra algo que ni él sabe qué es. La idea de que formamos parte de un universo mayor —inestable, cíclico, extraño— está en el fondo de muchas de sus letras, y en este nuevo disco cobra una presencia casi mística.

Pero no todo fue contemplativo. El repertorio fue ganando pulso en la segunda mitad del concierto —especialmente cuando el iglú se abrió para llenar nuestros pulmones y para hacernos disfrutar de las proyecciones 360º que inundaban las paredes del recinto— con canciones como Tot el que has estat o Com puc saber el que penses, procedentes de discos anteriores (N.S.C.Q.E., Energia fosca), que despertaron sonrisas de reconocimiento entre el público. Y luego vino Ara o mai, marcada a mano en el setlist como si se tratara de una alerta emocional. Fue uno de los grandes momentos de la noche: una especie de mantra rítmico que conectaba la delicadeza lírica de El Petit con una pulsión casi bailable, como si el cuerpo también necesitara su lugar en este viaje hacia dentro.

El tramo final encadenó piezas de distintas etapas: Sento, Som transparents, Partícules de Déu, Lleida Frega Fraga, hasta desembocar en Si no fos tan fàcil, cierre también del nuevo disco, que sirvió como cierre, pero también como eco del espíritu del concierto: una búsqueda constante de lo esencial. No se trataba de demostrar nada, ni de lucirse. Se trataba de estar ahí, en silencio, compartiendo una emoción que no siempre tiene nombre. Con ERIL ERIL ERIL, Joan Pons no sólo ha ampliado su catálogo: ha destilado su propuesta. Lo que parecía una rareza lírica de la escena catalana se ha convertido en una referencia emocional y estética. Su música no necesita decodificarse, se siente. Y cuando se presenta en un entorno como el IDEAL, con una apuesta escénica tan pensada, tan sutil, tan sincera, lo que sucede es mucho más que un concierto….

Texto: Roger Estrada
Fotos: Néstor Noci

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