Hay momentos que te reconcilian con la raza humana. Y son más necesarios que nunca, sobre todo ahora cuando prima la insensibilidad indecente más absoluta y vemos que la idiocia es un valor al alza entre los que menos deben de alardear de ese defecto. Pero, por suerte, ninguno de los seres que dejamos entrever jamás estaría presente entre el colectivo de personas que tenemos a la liturgia conciertera como un pilar fundamental en nuestras vidas.
Por el 25 aniversario de la Sala Azkena (uno de los pilares fundamentales de la vida musical de Bilbao, sin duda) se celebró un concierto que fue algo más. Una catarsis rockera al más alto nivel, perpetrada por Black Pistol Fire, dos enajenados canadienses de Toronto que residen en Austin, Texas. Dos personajes que cuando suben al escenario parece que son más. Porque lo que ofrecen es brutal, exagerado.
Kevin McKeown a la voz y la guitarra (más que tocándola, intentando domarla) y Eric Owen a la batería. Dúo, sin bajo… bueno, esto a medias, porque hubo muchos momentos en que Eric se encargaba de los parches con la mano izquierda, mientras que la derecha la utilizaba para hace emular el bajo por medio de un sintetizador y un pad. ¿Y funcionaba bien el asunto? Lo suficiente para que no se le echara de menos cuando no estaba y pareciera que sí estaba cuando le daba al artefacto.
Pero lo más importante es que son dos sujetos poseídos total y absolutamente por la electricidad. Dos dándolo todo y llevando a la audiencia a una especie de éxtasis, con Kevin brincando espasmódicamente en el escenario y bajando a hacerse uno (peligrosamente porque se movía igual que arriba) con la audiencia. Una ceremonia intensa, sudorosa, eléctrica y absolutamente placentera. Su mezcla de blues con toques de rock, country electrificado y garaje nos recordó mucho por momentos a otros dúos atómicos, como The Black Keys o The White Stripes. Vamos, todo bien.
Temas como “Hipsters Shake”, “Suffocation Blues”, “Lost Cause” (muy The Black Keys), la blusera “Speak of the Devil” o “Bully” fueron de lo mejor y más enloquecido de un concierto que, por ahora, está en el Top de lo presenciado este 2025. Y también hubo versiones, la esperada “Heart-Shaped Box” de Nirvana y un fragmento de la maravillosa y eterna “Sympathy for the Devil” de los Stones. Y le dio un giro a la canción como para dejarnos con la boca abierta. Al final, tras hora y veinte minutos pasados llegó el momento del final y de llamar a una ambulancia, porque entre tanto brinco espasmódico, uno de los tobillos de Kevin hizo catacrocker y necesitó ayuda. Es lo que tiene que te posea la electricidad, que deja secuelas físicas y en el alma.
Texto: Michel Ramone
Fotos: Dena Flows