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AIR – Noches del Botánico (Madrid)

Los últimos años de los noventa fueron un momento peculiar en el devenir de la música popular, uno de esos escasos paréntesis en los que la historia se resquebraja y el canon parece a punto de venirse abajo. Desde el post-rock al trip-hop pasando por el boom de la electrónica, y poco antes del retorno del rock que devolvería las cosas a su orden natural, aquello fue un instante de revisión, demolición y reconfiguración.

Solo de esa manera se puede entender que un dúo de introvertidos franceses de Versalles, que en circunstancias naturales serían hoy profesores universitarios que se gastarían su sueldo en rastrear discos descatalogados de progresivo o lounge en las cubetas de discos de medio mundo, se convirtiesen en un icono generacional que aún hoy siguen arrastrando a masas.

Su icónica participación en la banda sonora de Las vírgenes suicidas de Sofia Coppola resume a la perfección su condición de grupo a la contra. Su psicodelia funk e hipnótica, europeísta, filogermana y gainsbourgiana parecía el opuesto perfecto al hard-rock blanco de los discos de Kiss o Aerosmith que la madre de los Lisbon le hacía quemar a su hija en la chimenea del hogar. Y, sin embargo, nadie puede imaginar hoy aquella pesadilla suburbial sin su música.

Fue en esos años cuando Nicolas Godin y Jean-Benoît Dunckel publicaron Moon Safari, que vienen interpretando casi por completo. Saltan al escenario vestidos de blanco, enmarcados en un cubo del mismo color cual lienzo sobre el que proyectar sus fantasías espaciales (hola, David Byrne, ¿qué tal, Guille Milkyway?) y en apenas unos acordes de «La femme d’argent» ya han conquistado al público. Aquel disco conserva hoy las virtudes de tantos discos debuts, la experimentación que aún no se ha dejado malear por los vicios compositivos y esa inocencia del grupo que aún no se ha terminado de desarrollar.

Quizá por eso parte del público más pijo del Botánico empieza a inquietarse y a dejar sitio a los que consiguieron conectar desde un primer momento (“a mí me gustan mucho, pero en directo…”, grita uno de ellos antes de marcharse a la barra).

Tal vez el mismo público que retornó a las primeras filas en la segunda mitad del set, donde encadenan todos los hits, si es que hit se puede llamar a canciones como «Venus», «Cherry Blossom Girl» o «Highschool Lover». Entre medias, «Run», rescatada también de Talkie Walkie, ha elevado la temperatura antes de enfilar la recta final con «Alone in Kyoto», de la banda sonora de Lost in Translation, y una «Electronic Performers» en la que, actualizando a Kraftwerk, se autorreivindican: «Buscamos nuevos programas para tu placer / Quiero coser mi alma a tu cerebro». Al contrario de lo que pueda parecer, y a pesar de las consabidas pistas pregrabadas, AIR suenan tremendamente reales en directo, entre pianos tradicionales, sintetizadores, la batería de Louis Delorme y, sobre todo, el bajo de Godin que se convierte en la columna vertebral de su sonido: bass oriented pop frente al guitar oriented rock ante el que se rebelaron. Pocas veces se puede afirmar que un grupo consiguió conquistar a un público no acostumbrado a grandes exigencias sin ceder un ápice al populismo. AIR lo consiguieron en el Botánico, una vez más.

Texto: Héctor García Barnés

Fotos: Salomé Sagüillo

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