Un gecko es un pequeño reptil nocturno, silencioso, capaz de camuflarse entre las piedras del desierto. También es el nombre elegido por M. Ward, Howe Gelb y McKowski para su nuevo proyecto conjunto, Geckøs, presentado en sociedad en la sala Upload de Barcelona en una noche extraña e imprevisible.
Una velada que comenzó como un concierto anunciado de M. Ward y terminó como una jam compartida entre viejos amigos, con guitarras polvorientas y canciones en inglés y castellano. No fue un concierto al uso, sino más bien una especie de laboratorio escénico en el que no sabías bien qué iba a ser lo siguiente.
Ward abrió con su guitarra cristalina y un sonido casi quirúrgico. Su dominio del instrumento fue evidente desde los primeros acordes, aunque su presencia fue breve. Tras unos pocos temas iniciales acompañado por la bilbaína Amaia Miranda, entre los que incluyó “Duet for Guitars #3”, “Eyes on the Prize” y una “Fuel for Fire” en la que los coros de ella le dieron el toque exacto de delicadeza, dejó el escenario para sus compañeros.
Entró Howe Gelb, sombrero vaquero incluido, e improvisó una entrada accidentada mientras conectaba su guitarra. Tocó varios temas prácticamente irreconocibles, entre los que destacó uno en el que autosaboteó su propia canción con un riff electrificado al extremo, muy interesante. Luego pasó a sentarse al piano para tocar un tema en clave salón del oeste antes de dar paso a una versión de «Particle of Light», escrita originalmente para Carice van Houten.
Después llegó el turno de McKowski, también con sombrero calado, quien nos regaló una preciosa versión de “From the Morning” de Nick Drake y volvió a invitar a Gelb para tocar un tema desértico que recordó a los mejores momentos de Giant Sand. El público parecía algo confuso con tanto cambio, hasta el punto de que una espectadora, entre canción y canción, hizo la pregunta que muchos se hacían: “¿Y M. Ward?”. Gelb respondió: “Está en la ducha… Ahora os presentaremos a Geckøs”.
Con esa declaración informal arrancó el bloque central del concierto, con la presentación oficiosa de Geckøs, ya con Ward también en la banda. Prácticamente todas fueron canciones inéditas, excepto “Dance of the Gecko”, la única publicada hasta ahora. Así, sonaron “Black Diamond”, oscura y nocturna, o “Lo Hice”, una de las canciones que Ward cantó en un castellano sorprendente. La estética del grupo es claramente desértica, con ecos del suroeste norteamericano, pero también con una pulsión europea de fondo aportada por McKowski.
Finalizado este bloque por fin llegó el (breve) turno de M. Ward en solitario. Regresó a escena para recordar por qué sigue siendo uno de los mejores cantautores de su generación. Tocó muy pocas canciones, entre ellas favoritas como “Poison Cup” y “Chinese Translation”, pero fue suficiente para reconectar con la belleza sencilla de su cancionero. Estoy bastante seguro de que muchos de nosotros deseamos que el concierto hubiera sido así desde el principio.
Para el cierre, Ward volvió a invitar a todos los músicos y acabaron ya con un espíritu algo más festivo. Tocaron temas cercanos al tex-mex, una versión enérgica del “Are You Ready for the Country?” de Neil Young y un bis apoteósico con la celebradísima versión del “Let’s Dance” de David Bowie y, como colofón, “Helicopter” de Transfiguration of Vincent.
Desde luego no fue una actuación perfecta ni lineal. De hecho, por momentos fue dispersa, errática y con un ritmo difícil de seguir. Creo que tampoco era lo que muchos esperábamos. Sin embargo, sí tuvo algo que es esencial en la música: personalidad.
Fue una noche de música fronteriza, de americana entre amigos y de canciones de porche y desierto. Se notaba la complicidad entre los músicos, que parecía surgir más de la amistad entre ellos que de la planificación del bolo. Así que, por momentos, el concierto tiraba más hacia el ensayo de un proyecto aún en formación, y en otros, rozaba la genialidad, como si estuviésemos presenciando varios conciertos en uno. Y, aun así, todos salimos de allí habiendo asistido a una celebración de la música libre y desordenada como diálogo entre iguales y sin jerarquías.
Texto: Álvaro Rebollar
Fotos: Marina Tomás Roch