Sudor, slide y simpatía
Hay músicos que te convencen por lo que tocan. Y otros, como Susan Santos, por cómo lo tocan. Y cómo lo viven. Porque anoche en la Sala Wolf no hubo ni pose ni artificio, ni fuegos artificiales ni disfraces: solo blues-rock del bueno, del que suena a carretera, a garito y a dedos que ya sangraron antes.
Formato trío. Como debe ser. Ni más ni menos. La banda suena sólida, cómplice, con ese equilibrio tan difícil entre precisión y desenfado. Sonaban tan bien que daban ganas de que se desmelenaran más aún. Que soltaran los frenos. Porque feeling había de sobra. Y ganas también.
Susan arrancó puntual, sin pavoneos, y durante hora y media clavó un repertorio que combinó potencia y groove, dinamismo y calor. Y solo con dos Telecasters, ojo. Cambiaba de una a otra para variar afinaciones —en una montó todo el bloque central con slide, que sonó brutal— y no necesitó más: sin pedales raros ni efectos espaciales; sin wah, sin adornos. Su guitarra pelada, con los agudos al frente y la dinámica como bandera. Combina púa y dedos como quien bate huevos con gusto: sin pensarlo y con ritmo. Cualquier fan de Richie Kotzen sabría a lo que me refiero. Y es que, su forma de interpretar en vivo, de hecho, recuerda bastante a Kotzen, con intensidad, control, pausa y emoción en los silencios.
Entre el público, pocos, pero entregados. Se notaba que no era público de paso, sino de los que llevan años siguiéndola; de los que guardan sus discos en la guantera del coche. Y ella lo agradeció: bajó a tocar entre la gente, sonrió mucho, presentó cada canción con naturalidad. Incluso se trajo al tipo del merchandising —sí, el que vende discos y camisetas, pero que también conduce la furgoneta— al escenario para hacer coros y tocar el washboard, o “tabla de lavar”, con dedales. Una escena tan entrañable como efectiva. El tipo lo dio todo y aportó simpatía, aún más, si cabe. Unos minutos después, volvía a la mesa, sudado y feliz.
Hubo mucha electricidad. Y un único “pero”, producto del capricho de quien escribe estas líneas. Pues por echar en falta, faltó un momento íntimo, algo más contenido, tipo «Let Your Light Shine» interpretada a solas, con guitarra y voz. O cualquier otra balada de entre su repertorio, de las que acarician en lugar de sacudir. Pero Susan y su banda no vinieron a acariciar en este Sonora Tour; vinieron a sacudir, a rockear con energía, con actitud, una sonrisa franca y cero máscaras. No buscan la lágrima, sino la entrega y el movimiento de pies. Al terminar el bolo, lejos de desaparecer por la puerta de atrás, aún se quedarían charlando con los asistentes, haciéndose fotos y regalando sonrisas. La banda se volvía a Madrid, pero ella se quedaba en Barcelona para dar una masterclass de guitarra al día siguiente en el Guitar Legends Hall.
Santos empezó a tocar siendo adolescente tardía, pero lo suyo no es una carrera a trompicones: estudió, curró, giró y publicó discos hasta ganarse el respeto de titanes como Bonamassa, Billy Gibbons o el propio Kotzen. No es ninguna nueva promesa: es una realidad sólida, curtida, reconocible. Y todavía, da la impresión, en expansión.
Si algo quedó claro anoche es que sus conciertos son eso: bombas de blues-rock con metralla rítmica y alma. Que aún podrían volar más alto si se soltaran del todo. Pero tal como están, ya te dejan tiritando. K-BOOM.
Texto y fotos: Borja Figuerola