No sé qué es lo que sucedió para que Chad Taylor, el batería que más veces ha acompañado a James Brandon Lewis a lo largo de su carrera, no estuviese en Barcelona. No hubo ninguna explicación al respecto y nosotros nos enteramos cuando la banda apareció por el escenario. En su lugar llegó Gerald Cleaver. A Gerald lo habíamos visto recientemente en El Molino, acompañando a Luke Stewart. Pero como bien me comenta James, es una leyenda por sí misma, un tipo único cuya tocada siempre es bella e intuitiva; también selvática, imprevisible y percusiva. No obstante, Gerald es un viejo conocido de James, pues tocó en su Divine Travels, obra tan necesaria como el aire, aparecida ahora hace once años.
Sirva lo dicho para entender, que desde el preciso instante en el que Gerald tocó sus primeros compases, con esos adornos de platos y timbales tan puramente africanos, supimos que el concierto sería un animal completamente distinto al esperado. ¿En qué repercutió al recital de Brandon Lewis? En el hecho de que el saxofonista recibe una onda desde la parte trasera que es totalmente diferente a la habitual. James es un músico que se mueve por instinto, por olfato. Sus recitales están escritos en un veinte por ciento, el resto es libre. No existe una muestra más pura que esa, en la que el músico va trazando el guión conforme le llega la bufada, sople de donde sople la inspiración.
Lo de James con su instrumento es una cosa irreal a estas alturas de la película. Puedes pensar que hay tipos y tipas con un manejo del saxo espectacular, gente que hace algo atrayente todo el tiempo, tal es el momento excitante que estamos viviendo actualmente desde el jazz y sus satélites. Pero James tiene una forma de soplar el saxo que es absolutamente suya; es abstracta, es atmosférica, es percusiva, es amenazadora, es atrayente.
Hay quien dirá que algunas de las cosas que hace las hizo antes Ornette Coleman (a quien se homenajeó en el recital, igual que a Don Cherry y Mahalia Jackson), pero yo percibo que James Brandon Lewis es el «ahora» y no tanto el «pasado» manejando el «presente». Puede que recoja esas influencias, como todo músico que se mueve por pasión, pero James va muchísimo más allá. Y luego podemos hablar del bajista, Josh Werner, que debe haber escuchado a los Minutemen (aunque algún iluminado confundió punk arty con funk) en cantidades industriales. Josh es el perfecto anclaje para la muestra de James.
Al margen de los homenajes, sonaron varias piezas del reciente Apple Cores y algo, menos, de Eye Of I. Sea como fuera, otra experiencia catártica, absolutamente reveladora. Era la tercera vez que veía a James en menos de un año y ya estoy deseando verle en unas semanas, pues actúa junto a los Messthetics dentro del marco del festival Cruïlla. «James Brandon Lewis for president», rezaba la camiseta de un exaltado entre el público (atentamente, el aquí firmante). Sinceramente, nos iría mucho mejor con él en la presidencia.
Texto: Sergio Martos
Fotos: Alberto Belmonte.