No éramos muchos en la Sala VOL, pero quizá eso jugaba a nuestro favor. No todos los días se tiene la oportunidad de ver a un artista así en un ambiente tan cercano. Elias Rønnenfelt se plantó solo en el escenario, botella vacía de cerveza en mano, cara de danés imperturbable, una guitarra y una mesa de mezclas. Sin ningún tipo de ceremonia, comenzó a desgranar Heavy Glory, su primer disco en solitario.
Conocido por haber liderado Iceage, una de las bandas más inquietas de la escena europea, quienes arrancaron como un torbellino punk abrasivo y fueron virando, disco a disco, hacia un rock cada vez más arty, más sofisticado y ambiguo, Rønnenfelt ha dado en este álbum un paso más hacia la intimidad. Una intimidad que supo trasladar con bastante acierto al concierto, con canciones que parece que van a romperse, sin ninguna épica, que remiten más al folk americano de autores como Dylan, Leonard Cohen, Lou Reed o Lee Hazlewood (palabras mayores, vaya) que a sus días de distorsión y post-punk. Leyendo esto puede parecer que fue un concierto de americana, pero para nada, fue algo más directo: canción de autor con sentimiento y sin artificios.
En temas como “Like Lovers Do”, que a mí me recuerda mucho a “Fare Thee Well, Miss Caroussel” de Townes Van Zandt, o en “No One Else” se mostró especialmente frágil. “Doomsday Childsplay” fue seguro el momento álgido justo antes de atacar la cover de “Sound of Confusion” de los míticos Spacemen 3. Si bien es cierto que en ocasiones se echaron en falta los coros femeninos que aparecen en el disco, esa carencia en directo solo subrayó aún más el tono de la desnudez del cancionero.
En resumen, estábamos asistiendo a un concierto con altos niveles de intensidad emocional y de catarsis, en el que el artista se desnudaba (metafóricamente hablando) delante de nosotros para sonar sincero, entregado y, sobre todo, creíble. Hasta ahí todo encajaba. Sin embargo, el concierto no quedó en esto.
Sin previo aviso, tras esa primera parte mayúscula pero más ortodoxa, comenzó a lanzar bases pregrabadas y empezó a cantar encima. Se abrió entonces un segundo bloque dedicado a Lucre, su álbum colaborativo junto al esquivo Dean Blunt. Y aquello fue otra cosa.
El territorio de autor quedó atrás para dar paso a una especie de versión arty de un karaoke experimental. Canciones entrecortadas, loops, entradas y salidas sin demasiada lógica aparente, un formato que Dean Blunt domina y que su discípulo supo replicar en el directo sin que pareciera una ocurrencia.
A pesar del caos medido, o precisamente por eso, esta parte tuvo algo especial, menos controlada, más libre y menos atada a las canciones como piezas cerradas. Dream pop difuminado, guitarras brumosas, texturas de electrónica doméstica, y una visión de la música más cercana a la escena de su ciudad, Copenhague, la que hoy marcan artistas como Astrid Sonne, ML Buch o Fine, que de cualquier idea de rock tradicional (no por nada ha sacado su álbum en el sello Escho).
Para terminar, volvió a sus raíces. Cerró con “Pissing Against the Moon”, rescatada de Plowing Into the Field of Love de la banda madre Iceage. Una forma de cerrar que parecía decirnos que, aunque haya cambiado, no ha olvidado de dónde viene.
En conclusión, fue un concierto raro, en el sentido de diferente. Dividido. Muy sincero en la primera parte, más desorientado y libre en la segunda, pero a la vez más interesante. Fue una buena fotografía del momento en el que está ahora. Ni cantante indie, ni crooner formal, ni aventurero experimental. Simplemente un músico que prefiere moverse en los márgenes y que no tiene demasiadas ganas de explicarse.
Texto: Álvaro Rebollar
Fotos: Marina Tomás Roch