Encuentros

Ezpalak, ruidismo y autogestión

 

 

‘Gatza’ es el cuarto álbum de estudio de Ezpalak, lanzado a finales de noviembre de 2024 bajo su propio sello. La formación guipuzcoana potencia su sonido crudo y directo, un viaje entre guitarras fuzz, sintetizadores incisivos, destellos punk y una melancolía pop que florece entre la distorsión. Rock euskaldún en su forma más afilada: visceral, ruidoso y sin concesiones.

 Vuestros conciertos son vuestra principal seña de identidad, y el videoclip de «Berandu», que acabáis de publicar, es una muestra perfecta de la energía que desatáis en el escenario.

Son el motivo por el que hacemos música. Nos gusta salir del escenario completamente muertos, habiéndolo dado todo. Queremos que la gente se vaya pensando: «Estos chavales se lo han dejado todo ahí arriba». Tanto a nivel performativo como en sonido, buscamos que todo esté lo más alto y bonito posible. Esa es nuestra razón de ser, el main project de la banda.

¿Cómo trasladáis esa energía del directo a un álbum de estudio?

Es complicado, intentamos hacerlo de la manera más fiel posible. Al final, tampoco tiene sentido cargar un disco con cinco capas de guitarras y seis de sintetizadores si luego en directo no vas a llevar todo eso. Sería un error, un tiro en el pie. Grabamos de la forma más sencilla posible, obviamente añadiendo algunos matices, pero manteniéndolo lo más crudo y asegurándonos de que sea la banda la que esté tocando todo el tiempo.

En este nuevo trabajo habéis incorporado sutiles capas de sintetizadores, lo que da más peso al sonido, pero manteniéndolo primitivo. Un ejemplo es la canción «Bidegurutzean».

Al ser un grupo de guitarra, bajo y batería en lo instrumental, muchas veces vemos útil añadir estas capas para acompañar, sin que tengan demasiada presencia. Lo que nos falta de melodías lo compensamos de esta manera. Esta canción en concreto fue un poco difícil de encajar. La idea inicial era solo bajo y batería, y luego entraba la guitarra, pero no nos convencía. Queríamos darle una vuelta y, al final, terminamos añadiendo capas de sintetizadores. La guitarra solo hace ruido; no hay acordes, solo chirridos. La incluimos como un experimento, una forma de hacer algo diferente, de jugar con las texturas. Es algo simple, tres notas y luego una gran cantidad de ruidismo. De hecho, es la canción que vamos a usar para abrir los conciertos.

Otro tema que se mueve por esos lindes es «Lalalalala».

Sí, es otro de los temas raros. Nos inspiramos un poco en esa etapa de Ty Segall con The Muggers, con bases de sonido muy ruidosas. Tenía una melodía de voz, pero un día, yendo al estudio en mi coche, empecé a probar otras melodías y pensé: «Puede quedar guay». Le dimos un toque más spoken word, entre comillas, y luego añadimos un lalala en el estribillo que terminó quedándose tal cual.

En estos seis años habéis publicado cuatro álbumes de estudio y un álbum en directo, y eso teniendo en cuenta la pandemia y su etapa posterior. Prácticamente a un disco por año.

Al principio sí que teníamos más prisa por sacar cosas, por cómo estaba el momento. Sacamos nuestro primer disco, empezamos a dar algunos conciertos y, de repente, llegó la pandemia. Paramos de tocar y empezamos a planear otro álbum. Cuando salimos del Covid, ya teníamos otro disco, así que no tenía sentido empezar a girar con el anterior. En mi círculo pasó algo parecido, pienso en Tatxers o Vulk. La gente tenía muchas ganas de música y conciertos, ese año fue una locura. A nosotros, por ejemplo, nos empezaron a programar un montón.

Además, este trabajo lo habéis publicado con vuestro propio sello, Patana Records.

 El primer disco lo sacamos de forma autogestionada, pero sin oficina de management. Luego trabajamos con Oso Polita durante unos tres años, pero para este proyecto vimos que no tenía sentido seguir en ese roster.

Todo terminó muy bien por ambas partes, pero queríamos volver a autogestionarnos, siguiendo la línea de grupos como Viva Belgrado y su sello Fueled by Salmorejo. Decidimos intentarlo por nuestra cuenta y, de paso, darle un giro al sello, editando discos como ‘X’ de Rodeo, que salió en marzo. De momento, es un sello fantasma, pero tenemos en mente organizar fiestas en gaztetxes, traer a bandas que nos gustan y echar una mano en la escena.

A nivel lírico, ¿cuál diríais que es el concepto de Gatza?

En gran medida, la angustia. Lo que nos une es que vivimos hipotecados en ciento cincuenta cosas a la vez. Formas un grupo, el grupo va bien y estás agradecido, pero, al mismo tiempo, tienes que lidiar con la agenda laboral y la conciliación personal. Además, la banda ni de lejos da para vivir, así que tienes que compaginarlo con otro trabajo. Y en tu ciudad, con un alquiler desproporcionado, llegas a fin de mes atrapado en una vorágine.

Una situación de precariedad que une prácticamente a todas las bandas de guitarras que están apareciendo en el último lustro en el panorama independiente. Por ejemplo, diferentes grupos me mencionaban cómo esta situación puede ser diferente en Iparralde (País Vasco Francés) gracias a ayudas como la intermittent.

Hace años, cuando empezó Chill Mafia, lo hablaba con Kiliki: «Buah, nos vamos a vivir a Baigorri, empezamos a cobrar esta ayuda, hacemos nuestros tantos conciertos al año y listos». Grupos que en Egoalde no pueden vivir íntegramente de la música, allí tendrían la opción de seguir cobrando en los meses de barbecho y no depender únicamente de los conciertos que no están haciendo. A mí, en verano, entre lo que cobro en festivales, algunas salidas y la venta de discos, si tuviera estas ayudas, más o menos me podrían cuadrar las cuentas y podría buscarme trabajos a media jornada o incluso vivir de la banda. Tengo conocidos en Iparralde que pueden vivir de la música, y eso da mucha envidia.

Texto: Víctor Terrazas

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