Qué bueno es saber que hay bandas que siempre están ahí. Agazapadas, discurriendo en meandros, haciéndote creer que finalmente las has perdido y apareciendo de nuevo para desmentirte. Y qué bueno, además, que esas bandas (contadas, también es cierto) sigan a su bola, como si esta realidad que nos envuelve no sólo no les permee, sino que sepan sacar de ella la inspiración suficiente para seguir en lo suyo. Para criticarla, para mofarse de ella y reivindicarse como testigos de un presente imbécil como pocas veces se ha visto en la Historia de la humanidad.
Salvando las distancias, los Mekons siempre me han recordado un poco a Camper Van Beethoven. En su eclecticismo, en su pasotismo y en su inteligente sentido del humor. Así pues, que el nuevo trabajo de Jon Langford y los suyos (para mi siempre será su banda, lo siento) siga metiendo en el mismo saco el dub y el reggae, el post punk y los himnos de taberna, el country y el pop y hasta el disco sound no es sorpresa alguna. Que lo haga con doce temas de los que ninguno –ninguno en absoluto- puede calificarse de menos que de estupendo, tampoco debería sorprender. Son tan buenos, lo han demostrado tantas veces, que con un disco como Horror (vigésimo en su cuenta particular, ahí es nada) uno puede incurrir en el error de mostrarse tibio. Eso tan clásico de sí, está bien, qué menos.
No, qué menos no. Este es un disco excelente. Que los tengan igual de buenos, o incluso mejores, que los tienen, no debería servir para hacerlo(s) de menos.
Que una balada de aromas levemente celtas como «Fallen Leaves», una arenga etílica como «You’re Not Singing Anymore» o una lo-que-sea pero maravilla como «A Horse Has Escaped» no se ven todos los días, oigan. Ni el resto, tampoco. No con esta clase, no con esta elegancia.
Por supuesto, por más que lo intenten y lo consigan, seguirán siendo otro de esos secretos a voces a la espera de ser descubiertos casi cinco décadas después. Un residuo del 77 que no tiene ni biopic, ni libro que los reivindique, ni siquiera artículo alguno en algún canal de esos “influyentes”. Seguirán siendo un placer íntimo, un reducto que no debería ser tal.
Pero para quien quiera, ahí están. En tan buena forma como siempre.
Eloy Pérez