No creo ser el único redactor de esta casa que se empapa de novedades discográficas mientras aprovecha el tiempo, tan valioso él, para cumplir con diversas tareas ya sean profesionales o domésticas. Me consta que no lo soy, de hecho. Cosas de la edad adulta, qué les voy a contar. En tal tesitura y a base de repeticiones (cuando tienes dos hijos adolescentes, plegar la ropa –por ejemplo– te da para tres escuchas al mismo disco, mínimo), uno se mantiene más o menos al día. Pero hay ocasiones en que el disco elegido te reclama de distinto modo; como si te dijera, al poco de empezar, que hagas el favor de prestar atención, joder.
Y justo eso es lo que me ocurrió cuando le di por primera vez a este Where did You Go. Una instrumentación mínima, una voz cautivadora y unas historias que requerían, lo supe casi de inmediato, que sacara tiempo para los auriculares, tumbado en la cama, sin que nadie me tocara los cojones.
Y es ahí, en la atención y la dedicación exclusiva, dónde estas canciones entraron, crecieron, empaparon y acabaron por erigirse en la pequeña maravilla que son. Oriunda de Ontario, Barbara Lynch me sonaba de lejos pero nunca le había dado cancha; ahora, fisgando online, vi que su nuevo trabajo lo producía Michael Timmins de los Cowboy Junkies, y empecé a entender. Y es que el acercamiento al americana y sus ingredientes que lleva a cabo esta mujer en este disco, tienen no pocos puntos de contacto con esos sus paisanos. Puntos de contacto que no evitan que su timbre y su fraseo (aquí vemos al Tom Waits de Closing Time, allá al Springsteen de Nebraska y acullá al Steve Earle o la Lucinda Williams de sus mejores y más íntimos momentos) conmuevan y se muevan entre el folk, el blues y el country en clave (engañosamente) femenina y minimalista.
Un colchón mínimo de acústica y armónica, con piano y violín puntuales, para melodías que viajan del porche vespertino frente al bosque hasta la sala de fiestas de ese pueblo de mala muerte y sus vecinos quienes, como personajes no acreditados, sobrevuelan toda la lírica. Valses para descastados («Dance With Me»), melodías crepusculares («Kate»), testimonios de ultimísima hora con la persiana ya bajada (excelsa, emocionante hasta lo indecible esa «The Good Guys Might Not Win») e himnos confesionales de la talla de la final «Worry No More» son temas que hacía bastante, pero bastante, que no escuchaba. No con tamaña capacidad para sorprender, inquietar; para –qué coño– humedecer el lagrimal. Y repaso el texto y veo que las referencias apuntadas son casi todas masculinas. No me parece mal. No es un error. Estos nueve temas no sólo los pueden tener a ellos de referentes (a ellos y a varios más, por encima de compañeras del palo) sino que se sostienen por sí mismos como una colección particularmente mágica y especial.
Una colección aparentemente sencilla que revela, a poco que dejes de plegar camisetas y calzoncillos, un millón de detalles, inflexiones, emociones.
Una preciosidad, créanme.
Eloy Pérez