
Un mes. Solo treinta días. Treinta cafés, treinta madrugones, treinta veces mirando de reojo el calendario. Porque cuando llega junio, quienes creemos que el rock es una forma de vida —no una playlist de fondo— empezamos a sentir el zumbido eléctrico de la cuenta atrás: vuelve el Azkena Rock Festival. Sí, por si todavía no te ha quedado claro: Queda justo un mes para que nos plantemos en Mendizabala, y si este evento lleva más de dos décadas siendo el favorito de tantos, no es por casualidad. Es por convicción. Por fidelidad.
Porque en el Azkena el rock no es ni un reclamo ni el apellido del evento: es religión. Porque en el Azkena no es sólo música: es un punto de encuentro, un refugio, una celebración, un punto de reencuentro con colegas que –regado por guitarras y bocadillos– sabe a liturgia.
Supongo que es el festival al que más veces hemos ido cada uno de nosotros. Y no sólo por el cartel, que cada año equilibra la nostalgia, la actualidad y las rarezas. Este 2025 el cartel vuelve a tener peso específico. La gran figura, una vez más, es John Fogerty, fundador de Creedence Clearwater Revival, cuyas canciones son himnos tan imperecederos como “Fortunate Son” o “Have You Ever Seen the Rain?”. Desde Gales llegan en fecha exclusiva los Manic Street Preachers, banda imprescindible para entender el rock alternativo británico de los 90, con ese lirismo combativo que igual te cita a Albert Camus que te clava un riff incendiario. Y desde el lado más lisérgico del espectro, los siempre imprevisibles The Flaming Lips, capaces de convertir un escenario en un delirio technicolor. Pero no olvidemos el guitarreo salvaje de J Mascis al frente de sus ya legendarios Dinosaur Jr.

Pero como buen festival de resistencia, el Azkena no se nutre solo de cabezas de cartel. Lucinda Williams, mito del alt-country, vuelve tras varios sustos de salud y promete emoción cruda; Margo Price, herencia de los Outlaws y Nashville en vena, subirá la apuesta con su country combativo; y Richard Hawley pondrá el toque elegante y crepuscular, con esa mezcla de crooner y obrero del riff que tan bien le sienta. Pero seguro que hay que acudirá sólo por ver a esa leyenda del rockabilly que es Lee Rocker.
Para muchos el plato fuerte será el reencuentro con los suecos The Hellacopters, que celebran sus 30 años de rock enérgico y melodía certera. Pero también habrá una buena dosis de punk con unas cuantas leyendas: Buzzcocks, The Damned y Dead Kennedys, sin florituras, sin concesiones. El garage de los Chesterfield Kings y el homenaje a Little Richard por parte de los Diamond Dogs –con el refuerzo de Chris Spedding– son también dos de los platos más esperados.

¿Te va más el country rock americano? Ahí están Reckless Kelly, Lucero, Robert Jon & The Wreck o los siempre solventes Cordovas. ¿Y qué decir de esa “clase media” del cartel? C.O.F.F.I.N., The Lemon Twigs, Lee Rocker, Turbonegro o los míticos P.I.L.. ¿Un toque de aquí? Desde Sarria a Ezezez, pasando por Quique González, Liher… Aunque para muchos la novedad será poder disfrutar de la música de la increíble La Estrella Azul, una película en la que se fundió en rock and roll con la chacarera. Obviamente, el nivel está por las nubes.
Y todo esto sin mencionar el templo secreto del Azkena: Trashville. Ese garito dentro del festival donde las leyes se difuminan y el rock más sucio y primitivo gobierna. Este año, vuelve Wau y los Arrrghs!!!, explosión garage desde Valencia, junto a The Neanderthals, Los Straitjackets, The Devils, Escape-ism (sí, el proyecto de Ian Svenonius), las divertidas Jennys de Arroyoculebro y la entrañable salvajada de Sex Organs. Además, djs como Rafa Suñén con el apodo de El Chico, los amigos del valenciano Loco Club (Alta Tensión Djs) y Nat Simons poniendo las canciones favoritas de su jukebox pondrán banda sonora al desfase hasta que el cuerpo aguante.

La Plaza de la Virgen Blanca será escenario de conciertos gratuitos al mediodía: Laurie Wright y Kitty, Daisy & Lewis, porque el Azkena no es sólo Mendizabala. La ciudad que abraza el festival con su gastronomía, su ambiente acogedor y su casco histórico que parece de postal. Con entradas asequibles para jóvenes, facilidades de acceso, y esa sensación —tan escasa en otros eventos— de que aquí se hace todo con cariño y criterio.
El Azkena no es un festival más. Es una celebración de comunidad, resistencia y pasión. Nos quedan treinta días.
¿Nos vemos en casa?
Texto: J.F. León