Después de ver a la banda de Sean O’ Hagan por primera vez sobre un escenario, entiendo aquello que siempre se dijo en los noventa de que Brian Wilson era un admirador del disco Hawaii y que hubo contacto para que Sean fuera el productor de Wilson. Escuchando hoy «Bade Amey» he recordado el tipo de melodías tan especiales que habitaban en el Pacific Ocean Blue de Dennis Wilson.
Así que todo está conectado, en cierto modo. Viendo a los High Llamas, por mi parte, me he acordado de Todd Rundgren, no tanto de Brian Wilson. En el escenario había cacharro y artesanía, y todo ello hubiera hecho las delicias de Todd, un tipo al que nunca se le cayeron los anillos ni por trabajar ni por evolucionar. Como a Sean.
Hoy, antes de entrar en la sala, pensaba en cómo serían capaces de reproducir todo lo que se oye en sus discos, esa mezcla sónica de música barroca, pero también electrónica, con elementos acústicos, pop cuasi infantil, melodías muy bien empastadas… Aunque eran cinco personas en el escenario y Sean manejaba un sintetizador y lanzaba algún efecto desde un aparato, todo era ejecutado por la banda. Ese es el gran logro de los High Llamas, hacer sonar de forma natural esas canciones tan complejas y atrevidas: «Bach Ze», «Hey Panda», «Dressing Up The Old Dakota»…
Han tocado hora y veinte, pero podían haber hecho otro set con la misma duración y con otras dieciséis canciones y hubiera sido igual de especial, tal es de bueno el cancionero que habita en su discografía. Lamentablemente, mi entusiasmo (y el de l@s que hoy medio llenaban en el razz 3) no representa el grueso de la gente que asiste a conciertos, y el propio Sean tiene que ser alentado por su hija (hoy en las voces dobles) para que siga grabando y girando, ya que la demanda no es excesiva. Una tragedia, la verdad. Por cierto, Sean nunca llegó a producir a Brian Wilson. Él, Brian, se lo perdió.
Texto: Sergio Martos
Fotos: Alberto Belmonte.
