Socarronería progresiva
Si un grande de la industria musical como Charlie Sánchez está al resguardo de tu merch, es que estás haciendo algo muy bien. Gilipojazz han colgado el cartel de «entradas agotadas» en esta noche de viernes de entre tiempo y chaparrones. Presentan su segundo elepé, Progresa adecuadamente (Metales Preciosos/Universal, 2024), con el que parecen haber encontrado ese estilo tan libre e indefinible que buscaban en su debut ¿Dónde está el jazz? (2022).
Gilipojazz no tienen nada del adjetivo malsonante con el que se han bautizado, y sí hay, en cambio, bastante jazz. Un jazz etéreo y heterodoxo, pero jazz al fin y al cabo. Ah, ¿y qué grupo reivindica hoy día a Platón, Aristóteles, Séneca, Marco Aurelio y, un poco, a Fernando Savater?
Irrumpen en escena con una intro épica e hilarante en la que se vanaglorian de su identidad instrumental y recuerdan que «a lo loco se vive mejor». Abren con la explosión controlada –o quizá no tanto– “Cohetes Vallejo”, del nuevo disco. Queda claro desde el minuto 1 que les gusta vacilar. El bajista Ángel Cáceres es un verdadero animal escénico que sabe camelarse al público, que le ríe todas las gracias, incluidos los chistes malos (que son la mayoría, pero tiene una vis cómica natural). Lo suyo es puro teatro. Mención especial merece su performance a lo Tricicle junto a sus colegas Iker García (guitarra) y Pablo Levin (batería), teclado Casio mediante. Humor absurdo infalible.
Pero no nos despistemos con las gracias –algo muy serio, por otra parte–. Los tres son unos musicazos incontestables que pueden permitirse lo que les de la gana, incluso vacilarnos. La fórmula es sencilla: se lo pasan muy bien, y el público, por ende, también. ¿Quién necesita ponerle letra a trallazos como “Franz Ferdinand”, “Jaco Malfoy”, “Payasos” o el megacombo “Iker me debe un café” e “Iker ya no me debe un café”?
Entre el público se escuchan recurrentes «Qué barbaridad» y «brutal», entre otras alabanzas. La contundencia de su segundo álbum se debe, en parte, a la influencia de Pantera, que tuvieron en bucle durante el proceso creativo. «Ahora escuchamos mucho a Serrat, así que no sabemos qué pasará en el siguiente disco», comenta el bajista.
Demenciales y acelerados, bajan revoluciones con una breve tregua acústica, a petición de Jesús, su cardiólogo –y también para demostrarnos que tienen su corazoncito–. El título “Mi madre es azafata (y viajar me sale a la mitad)” nos hace sonreír cómplices; su armonía perfectamente ejecutada, nos enternece.
Su propuesta ‘desenfadada’ –pero muy estudiada–, encaja con la definición de la música de Chilly Gonzales: «Emociones contrapuestas bajo un paraguas gigante de diversión». Además, «¿cómo se puede respetar a alguien que no quiere divertirse?», se pregunta el pianista de las pantuflas. Gilipojazz merecen nuestro total respeto.
Texto: Amaia Santana
Fotos: Salomé Sagüillo