Hubo un tiempo en que Barcelona vibraba con el rock. Numerosos garitos abrían sus puertas para recibir a quienes buscaban noches de desenfreno, música enérgica y algún que otro exceso. Las salas de conciertos reinaban y las calles de la ciudad hervían con una inquietud contagiosa. En muchos de esos bares, sonaban las canciones de unos jóvenes norteamericanos que decidieron volver a las raíces, aferrándose a las guitarras y empapándose de la urgencia del punk. Esa efervescente escena fue bautizada como Nuevo Rock Americano, y entre ellos estaban los de Boston.
Por eso, la noticia de su regreso para una única actuación en el Blues & Ritmes causó furor entre quienes vivimos aquellos años con el ímpetu de la juventud. La cita no solo era un acto de nostalgia, sino también de fe y militancia: una reafirmación de que el rock & roll nos ha moldeado y de que su poder catártico, como dijo Dan Zanes desde el escenario, sigue ahí para rescatarnos cuando lo necesitamos.
El arranque del concierto no fue prometedor. Era evidente que la banda, como tal, ya no existía, los desajustes se notaban, faltaban rodaje y cohesión, y el sonido tampoco acompañaba. Este humilde cronista temió lo peor. Pero pronto la situación mejoró, los hermanos Zanes y el bajista Tom Lloyd echaron mano de su veteranía y química, empezaron a disfrutar sobre el escenario, el aspecto técnico ganó enteros y el repertorio comenzó a brillar con luz propia.
Sus canciones han resistido excelentemente el paso del tiempo: elegancia en las seis cuerdas, estribillos pegadizos y melodías de artesanos del oficio. Temas como «Sound of the Town», «Hand in Hand», «Mary Don’t Change», «Don’t Run Wild», «I Still Want You» y una «Coupe De Ville» que sonó como lo que es, un pedazo de canción, de esas que te parte el alma en un mal día. También rescataron «Long Slide» y «Wear It Like A Cape» como únicas concesiones a Stand Up (1987). Pequeñas piezas de orfebrería rocanrolera que nos dejaron con brillo en los ojos y sonrisas en los rostros tras una despedida tan sencilla como efectiva; uno a uno, los músicos abandonaron el escenario mientras Warren y Dan entrelazaban riffs con sus seis cuerdas hasta poner el punto final.
Fue un concierto a la altura de su categoría, correcto y muy disfrutable. Si hay que poner alguna pega, diría que algunas versiones no me encajaron del todo («If You Don’t Know Me By Now»), otras directamente las hubiera eliminado («I’m Your Puppet»), y que «Walking the Dog» bien podría haber sido reemplazada por algo de cosecha propia. También, aunque la voz de Clàudia, esposa de Dan, es prodigiosa, creo que algunas de sus intervenciones resultaron anecdóticas.
Total, que salimos del teatro felices y satisfechos. Nosotros, y creo que ellos también. Con la certeza de que ya no somos los mismos, que muchas cosas han cambiado, que seguimos en pie. Corriendo contra el viento, como cantaba Bob Seger. Y en gran parte es gracias a que hemos tenido a bandas como The Del Fuegos acompañándonos en el camino.
Texto: Manel Celeiro
Fotos: Sergi Fornols