«You think the world is disinfectant, but it’s full of germs and lies.»
Peter Perrett nunca ha sido un hombre fácil de encasillar. Durante años, su vida ha sido un choque constante entre la genialidad y la autodestrucción, entre la poesía y el caos. Pero ahí estaba, en la Sala Upload de Barcelona, con 72 años y más cicatrices que nunca, pero con la lucidez intacta. Su regreso no es nostalgia ni redención gratuita, es una prueba de que, en su caso, el pasado y el presente pueden convivir sin pisarse los talones.
El concierto abrió con la actuación de su hijo Jamie Perrett, quien, guitarra en mano, ofreció un breve set en solitario. Su pose de crooner eléctrico, a medio camino entre la sensibilidad y la arrogancia, preparó el terreno para lo que estaba por venir. Jamie es el gran catalizador del resurgir de su padre, el empuje que lo ha devuelto a los escenarios, y su omnipresencia a lo largo de la noche dejó claro que no es solo un acompañante, sino un protagonista con ambiciones propias.
Perrett irrumpió con «I Wanna Go With Dignity», un tema que es casi una declaración de principios. “Quiero irme con dignidad, tomar mi último aliento antes de perder la cabeza”, canta en uno de los versos. La frase sonaba más a promesa que a despedida. Con sus gafas oscuras y su aire de forajido romántico, Perrett parecía un personaje escapado de una película de Jim Jarmusch: alguien que ha visto demasiado, pero que todavía encuentra motivos para seguir contando historias. Su voz, arrastrada y quebrada, ya no es la de los días de The Only Ones, pero conserva intacta su capacidad de transmitir verdad.
El repertorio fue un diálogo entre su nueva vida y su historia. The Cleansing, su tercer disco en solitario, se integró con naturalidad en el setlist, como si hubiera estado allí desde siempre. «My Secret Taliban Wife» latió con ese pulso metronómico que recuerda a la Velvet, «Mixed Up Confucius» explotó con una energía casi juvenil y «Fountain of You» se presentó como el himno secreto de una historia de amor que ha resistido al tiempo. Y cuando sonó «Living in My Head», ese mantra oscuro sobre estar atrapado en los propios pensamientos, la sala se sumergió en una especie de trance.
Las canciones de The Only Ones llegaron como destellos de electricidad. «Flaming Torch» fue puro fuego, con Jamie y el segundo guitarrista Benjamin Markham entrelazando riffs con un filo que remitía a Television. «The Immortal Story» evocó su título, recordándonos que algunas canciones desafían el tiempo. Y «Another Girl, Another Planet»… bueno, era el momento más esperado, y tal vez por eso supo a poco. Perrett la abordó con respeto pero sin entusiasmo, como si el peso de los años la hubiera convertido en una reliquia más que en una explosión.
Si hubo un momento en el que el concierto alcanzó su punto de ebullición, fue con «The Beast». Ese riff arrastrado, casi amenazante, transformó la sala en un torbellino de guitarras. Y cuando la banda regresó para los bises, el final llegó con «Take Me Home», que retumbó con una energía inesperada, y «Disinfectant», ese ácido comentario sobre un mundo que se cree puro pero está infectado de hipocresía.
A su lado, Peter Jr. se mantuvo discreto al bajo, sosteniendo la estructura del show con solvencia. Jamie, en cambio, se movía con la energía de una rockstar indie, con gestos teatrales y solos de guitarra alzados en el aire, algo que en algunos momentos restó más que sumó. La teclista Lauren Moon pasó casi desapercibida entre la maraña de guitarras, y el batería John Cowsill cumplió con contundencia, sin florituras pero con precisión.
Peter Perrett pareció sentirse cómodo en todo momento, en su elemento. A diferencia de otros músicos de su generación, que a estas alturas se refugian en la nostalgia, él sigue creando y escribiendo, sigue vigente. Esta vez, Barcelona sí supo reconocer su grandeza.
Texto: Roger Estrada
Fotos: Sergi Fornols