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Michael Kiwanuka – Jahrhunderthalle (Frankfurt)

Querido lector, permíteme una aproximación personal en el inicio de esta crónica: el amor por el soul y el R&B es algo que me une muy fuertemente a mi hermana Cristina desde nuestra etapa adolescente, por allá cuando era habitual escuchar a artistas como TLC, Boyz II Men, Coolio o Janet Jackson en la radiofórmula, y pocos años más tarde siendo testigos de la aparición de figuras tan apasionantes e influyentes como D’Angelo y Erykah Badu. La vida errante de mi hermana -actualmente afincada en la capital financiera europea- nos ha permitido disfrutar juntos de conciertos realmente especiales como el de Frank Ocean en Atlanta en 2012 o el del propio D’Angelo en esta misma ciudad en 2015, artistas que por desgracia no han pisado nunca nuestro país.

Fieles a nuestra tradición, la fecha de Kiwanuka en Frankfurt, un viernes, se presentaba demasiado tentadora como para dejarla pasar. Acudimos al histórico auditorio Jahrhunderthalle, con capacidad para casi cinco mil personas y con el cartel de entradas agotadas, un espacio en el que también disfrutamos de Anderson .Paak años atrás. Esta vez fui más consciente de la solera y el prestigio del lugar, deteniéndome en el mural que luce en el hall con el histórico de conciertos que ha albergado desde la década de los sesenta: Louis Armstrong, Duke Ellington, Ella Fitzgerald, James Brown, Bee Gees, Wilson Pickett, Aretha Franklin, Ray Charles, Frank Sinatra y un largo etcétera de nombres legendarios.

Todo presagiaba una noche musical de altura, y vaya si lo fue. Kiwanuka y sus nueve músicos irrumpieron en escena sin grandes alardes y acomodándose en un espacio cálido, sencillo y con cierto aire retro muy en sintonía con su propuesta: cortinas rojas de terciopelo, algunas lámparas encendidas entre los músicos y una gran pantalla trasera que alternaba imágenes filtradas de los músicos con otras de distintos personajes infantiles y adultos. La gran protagonista, por obvio que parezca, fue la música, una música interpretada de forma orgánica y con un pie anclado en la tradición de los setentas, que en su caso une dos puntos aparentemente tan alejados como Pink Floyd y Bill Withers. A riesgo de caer en la ofensa, se podría decir que es música negra para blancos, y así lo corrobora un público mayoritariamente caucásico y de edad avanzada, poniéndonos a todos en evidencia durante la interpretación de “Black Man In A White World”.

Fueron veintidós canciones con paradas en sus cuatro discos publicados hasta la fecha en un concierto de casi dos horas con un sonido perfecto que transcurrió en un tono delicado y evocador con algunos momentos contados para el desvarío guitarrero y el pulso funk. Lo que al oyente impaciente le puede parecer monótono y hasta plano, esconde en realidad capas de sutileza y grandes arreglos tanto vocales como instrumentales. La preciosa voz de Kiwanuka, muy reconocible ya, brilló con fuerza y firmeza desde el arranque con “The Rest of Me”, pasando por un “Home Again” en el que recordó sus humildes inicios con el único acompañamiento de su guitarra y una pequeña sección de cuerda, hasta los bises finales con “Cold Little Heart” y “Love & Hate” del disco que le dio a conocer al gran público en 2016. En definitiva, un excelente concierto que consolida al londinense como una de las grandes figuras del soul contemporáneo y que ingresa con todos los honores en la lista de músicos que conforman mi particular historia familiar.

Texto: Carlos Conesa

Fotos: Jodie Canwell

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