Gracias al video de “Olustee” que un conocido colgó en redes sociales, me dio por mirar si la banda estaba de gira en estos momentos y casualidades de la vida, casi una década después volvían al continente europeo.
Como era de esperar, por desgracia, España no estaba dentro de sus planes. Me lié la manta a la cabeza, o mejor dicho, me eché la mochila a la espalda y elegí Berlín como destino para matar el gusanillo de ver a la banda en directo y visto lo visto, espero poder repetir la experiencia en un futuro no muy lejano. Visitar la capital alemana y perderse por cualquiera de sus barrios, alejados del centro turístico para pasear entre edificios y paredes repletas de arte callejero, es una experiencia que nadie debería perderse.
El Franzz Club se encuentra dentro de una antigua fábrica de cervezas del siglo XIX. Una vez dentro de la sala, tras la barra de madera, unas pizarras escritas con tiza muestran un listado de cervezas y licores. Uno puede perfectamente imaginarse como era ese sitio en la época en la que la fábrica trabajaba a pleno rendimiento, con el local lleno de trabajadores bebiendo tras una dura jornada laboral.
Al fondo del salón el pequeño escenario y una bola de espejos colgada del techo están listos para entrar en acción. El largo solo de armónica de “Olustee” sirve de pistoletazo de salida para que JJ Grey y su banda se pongan manos a la obra. No se guardan nada en el tintero y muestran su poderío y virtuosismo desde el principio. Nada más y nada menos que diez músicos han cruzado el Atlántico para girar por Europa y pasárselo en grande tal y como muestran sus rostros sobre el escenario.
La sección de viento son el envoltorio perfecto para acompañar las canciones. “Somebody Else” y “Starry Night” suenan frescas al más puro estilo Sam Cooke. El sonido de la guitarra en “Top Of The World” recuerda al balanceo de las palmeras provocado por la suave brisa del verano tal y como explica el músico americano. Le encanta hablar entre canciones y contar como surgieron todas esas historias.
El piano y la armónica coquetean entre sí para arrancar una de sus composiciones más conocidas: “Lochloosa”. Un lugar mágico y que recuerda con nostalgia, no se cansa de cantarla y lo hace con las mismas ganas que el primer día, tal y como nos contó. Las dos coristas toman las riendas en un duelo vocal de alto voltaje. A petición de un fan que se encontró en un restaurante interpretan “Orange Blossoms”.
Pelos de punta en “This River” escrita durante un periodo oscuro y solitario de su vida en el que el alcohol se convirtió en un peligroso compañero de viaje. El silencio sepulcral y los recuerdos emocionaron al propio músico teniendo que hacer una pausa para coger aire y tragar saliva y poder así terminar el tema.
Pocas veces había notado tanto respeto por parte del público durante un concierto. Claro que había gente con teléfonos móviles captando el momento, pero lo hacían de manera que no molestaban a nadie, nada de cacareo durante el concierto como por desgracia estamos acostumbrados por aquí. La gente venía a ver y a escuchar, no a contar batallitas a los colegas entre cerveza y cerveza.
La música y el espíritu de New Orleans se respira en temas como “Rooster” y “Ol´Glory” perfectamente podrían formar parte de la banda sonora de la serie “Treme”. La versión de “Seminole Wind” del cantante country John Anderson llevada a su terreno, le da un sonido más actual. La parte funky y bailable llega con “Slow Hot Sweaty” y “On Fire”. Ambos temas hicieron moverse a los berlineses.
Giro musical con “The Sun Is Shining Down” y “Brighter Days”. El músico de Jacksonville parece un predicador evangelista guiando a sus fieles al más puro estilo James Brown. El concierto fue un viaje musical por los Estados Unidos que nos llevó desde el blues del Mississippi hasta las calles de New Orleans, del funk más caliente al soul o al gospel cantado desde las entrañas.
Una variada experiencia musical sin cambiar de sala ni de banda.
Texto y fotos: Daniel García Femenía