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Pink Floyd «Live at Pompeii», un concierto sin público, eterno

 

 

 

Aprovechando la reedición en 4K de este legendario concierto y su proyección en cines en primavera, vamos a hacer un pequeño repaso por la historia y las anécdotas de este directo.

En 1972, la banda inglesa Pink Floyd eligió el imponente Anfiteatro Romano de la famosa ciudad de Pompeya, sepultada por la lava en el año 79 d. C., para registrar uno de los directos más importantes de la historia del rock. Grabado sin público y bajo la dirección de Adrian Maben, el resultado fue Pink Floyd: Live at Pompeii, una película documental presentada en septiembre de ese mismo año que capturó la capacidad de la banda para generar atmósferas en un entorno místico.

Ahora, más de cinco décadas después, esta legendaria grabación ha sido remasterizada digitalmente en 4K a partir del metraje original, con audio mejorado y mezclado por Steven Wilson. Se publicará por primera vez en formato álbum de doble CD, doble vinilo y en 5.1/Dolby Atmos el próximo 2 de mayo. Además, la película será proyectada en cines y salas IMAX el 24 de abril (también en nuestro país).

El origen: Una idea casi descartada

Para entender qué hace tan mágica esta grabación, tenemos que viajar en el tiempo hasta 1971, cuando cuatro músicos británicos, pertrechados con sus instrumentos y con una propuesta visual sin parangón que trascendía los márgenes de la cordura, convirtieron un anfiteatro romano del siglo VIII a. C. en su estudio personal.

La idea de elegir un lugar tan emblemático no surgió de la propia banda, sino del director de cine Adrian Maben. Su intención, al ver el potencial sónico del grupo para recrear envolventes atmósferas, era alejarse del típico concierto de grandes estadios y masas enfervorecidas en favor de algo que encajara con el sonido etéreo y espacial del grupo.

El azar fue un factor decisivo en la elección de este enclave para la grabación. Maben, gran aficionado al arte y a la cultura romana, había visitado las ruinas de Pompeya pocos días antes con tan “mala suerte” que olvidó su cartera dentro del anfiteatro. Cuando volvió al día siguiente para recuperarla antes de la apertura al público, se dio cuenta de la acústica y del ambiente sobrecogedor del lugar. Fue en ese momento cuando supo que tenía el enclave perfecto para la película.

Sin embargo, las ruinas de Pompeya, y especialmente el anfiteatro, no se lo pusieron fácil al equipo de producción. La logística era complicada: para empezar, tuvieron que llevar todo el backline de la banda hasta el lugar, solo para darse cuenta, una vez allí, de que no había suministro eléctrico suficiente. Para solucionarlo, improvisaron un cableado de más de 700 metros hasta el ayuntamiento para conseguir la potencia eléctrica necesaria.

Pero la escasez de electricidad no fue el único escollo. Las altas temperaturas, que en muchas ocasiones superaban los 40 °C, provocaban un calor sofocante que afectaba tanto a músicos y técnicos como al propio equipo. Algunos amplificadores comenzaron a derretirse bajo el sol abrasador del mediodía, y algunos cables se calentaban tanto que manipularlos se volvió extremadamente peligroso. Para intentar paliar los efectos del calor, la banda y el equipo hacían pausas constantes para hidratarse con cerveza fría.

Pese a las inclemencias del sol y las dificultades técnicas, las imágenes que captó Maben tenían un poder hipnótico, como si toda la energía del Vesubio, acumulada en aquel lugar durante siglos, rezumara en cada nota que la banda extraía de sus instrumentos.

Entre los momentos más anecdóticos y curiosos de la grabación destaca la participación de un perro llamado Nobs, perteneciente a la familia Bouglione, amiga del equipo de producción. Su talento especial consistía en aullar cuando la banda tocaba aquellas notas etéreas y misteriosas, lo que hizo mucha gracia al grupo, que decidió improvisar una versión instrumental de Seamus, en la que Nobs ejerció de vocalista estrella.

Las noches en Pompeya durante la grabación también dieron lugar a episodios inquietantes. Varios miembros del equipo aseguraron ver, y sobre todo oír, ruidos perturbadores, “como lamentos”, provenientes de las ruinas. Esto dio pie a bromas sobre si la música del cuarteto británico no era del agrado de los fantasmas de la ciudad sepultada por la lava hace milenios.

El legado de un concierto inmortal

Live at Pompeii se estrenó el 2 de septiembre de 1972 en varios festivales de cine y, posteriormente, en salas muy selectas. A diferencia de los grandes conciertos de la época, en esta actuación de Pink Floyd no había masas enfervorizadas rugiendo ni multitudinarias ovaciones, sino solo cuatro músicos creando pasajes musicales etéreos, casi sobrenaturales, en un anfiteatro milenario vacío, cuya belleza sigue sobrecogiendo a quienes lo ven.

Hoy, más de 50 años después, esas imágenes de lava incandescente, de cuatro músicos paseando entre ruinas milenarias e interpretando pasajes musicales que parecen de otro mundo, siguen hipnotizando como el primer día. El próximo 2 de mayo se reeditará en 4K, lo que supone, al margen de bootlegs, la primera publicación oficial en disco. Un testimonio fidedigno de que Pink Floyd era mucho más que una simple banda de rock: una experiencia capaz de crear un espectáculo que ha trascendido el tiempo y el espacio.

Texto: Javier Granel

 

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