Seguramente será el artista más longevo al que jamás podré ver. El público de Barcelona cantó para celebrar lo 96 años de un Alejandro Jodorowsky que se veía a momentos encantado, otros abrumado, a veces cansado, y otras lúcido como un relámpago, ante tanta demostración de afecto y admiración.
“Perdoneme, pero no estoy muy campeón”, previene. Pero no está solo. Todo el tiempo a su lado está su esposa, la también artista Pascale Montadon, que le ayuda a escuchar y procesar las preguntas que le trasladan los participantes, algunos desde la platea, otros desde el escenario. Claramente puede percibirse la devoción de Montadon, quien se ha fundido con Jodorowsky en una entidad emocional y espiritual llamada Pascalejandro, como aquello de GalaDali o Johnandyoko. En un universo Jododorowskiano expandido, esto no es casual, ambos artistas tuvieron contacto con el cineasta en sus años más seminales, cuando firmó El Topo, La Montaña Sagrada o su versión de Dune, la película más mítica jamás realizada.
El documental Psicomagia: un arte para sanar describe esta técnica terapéutica desarrollada por Jodorowsky, definida desde el inicio: si Freud era médico, él es artista. El arte cura, el inconsciente entiende la metáfora, un buen comienzo para conocer una carrera prolífica y coherente, que ha influido profundamente al cine, al teatro, la música y el comic de los últimos 50 años. Se suceden los testimonios y sus respectivos actos de curación, paradigmáticos si se conoce la obra de Jodorowsky. La película recurre también a imágenes de sus obras clásicas – desde El Topo, La Montaña Sagrada, Santa Sangre a más recientes como La Danza de La Ralidad, Poesía Sin Fin, y su bellísima banda sonora está compuesta por su hijo Adanowsky. Artista honesto, en la postrera tertulia, admite su fracaso ante el caso de la anciana con una profunda crisis vital.
De toda la experiencia, es la humanidad de Jodorowsky lo que trasciende al visionado. Sube al escenario público que se desnuda, otros le dan regalos – que luego él regala – algunos aprovechan para transmitir sus dudas existenciales. A veces entendiendo la pregunta – y otras no – las respuestas son siempre sincrónicamente brillantes. El tiempo no existe, la muerte no existe, joven amigo. El, está encantado por descubir que se sentirá tener 100 años. Le tomamos la palabra, Maestro.
Texto: Daniel Renna