Explosión eléctrica sin concesiones
Por mucho que el término garage rock haya sido masticado hasta la saciedad, sigue habiendo bandas que entienden el género en su estado más puro. The Mystery Lights no son revisionistas, ni una banda de tributo al pasado. Lo suyo es un asalto sonoro que canaliza el salvajismo de los 60, el filo del proto-punk y una urgencia contemporánea que los sitúa más cerca de Thee Oh Sees o Ty Segall que de simples revivalistas de Nuggets. Y esto lo dejaron bien claro el pasado 2 de febrero en el Loco de Valencia, ofreciendo un directo que fue un ritual de distorsión, reverb y electricidad mal encarada, con una intensidad que pocas bandas logran sostener.
De nuevo con Wayne Gordon como productor y apoyado por su sello Wick Records, The Mystery Lights regresaron con su álbum más ambicioso hasta la fecha, Purgatory, ofreciendo una mezcla ecléctica de psicodelia real (“Cerebral Crack” y “Can’t sleep through the silence”), punk, art rock e incluso un toque de country con “I’m sorry I forgot your name”.
Oscuros y lisérgico, los mejores momentos de Purgatory aterrizaron en algún lugar entre el caos impulsado por la guitarra de 13th Floor Elevators y la locura punk de The Monks, todo hilado hasta el detalle incluyendo letras crudas y pegadizas.
Sin espacio para la diplomacia, el quinteto californiano arrancó con Mighty Fine & All Mine, una declaración de intenciones inmediata. Mike Brandon, con su voz saturada de eco y presencia frenética como frontman, lideró la ceremonia de fuzz y distorsión, más centrado en transmitir intensidad que perfección técnica, y el público valenciano le respondió de inmediato, con una entrega más propia de una banda de culto que de un grupo relativamente reciente.
El repertorio lo abarcó casi todo, con una presencia destacada de “Too Much Tension!” (2019), un álbum que refina su propuesta sin perder pegada, y con “I’m So Tired (Of Living in the City)” The Mistery Lights mantuvo el pulso, sin baladas ni complacencias, tampoco discursos motivacionales. Mike Brandon sí nos brindó en cambio unos segundos de complicidad entre temas, justo después de girarse hacia la batería y refrescarle la cabeza a Zach Butler con una botella de agua a la par que le daba una rapidísima bofetada, y nos comentaba justo después que la noche anterior en Barcelona “quizá se había alargado demasiado”. Aun así, como si nada, la batería sonó incesante de principio a fin entre riffs distorsionados, teclados hipnóticos y un ritmo que replicaba la energía de su show en Barcelona.
El punto álgido de la noche: “Demoler” y un invitado inesperado
Tras los primeros cincuenta minutos de pura descarga de adrenalina, el inicio del bis parecía encaminarse hacia un cierre estándar. Pero entonces The Mistery Lights decidió incendiarlo todo con una versión de “Demoler” de Los Saicos y ahí es donde pareció que empezaba otro concierto. En mitad del tema, apareció por sorpresa un invitado ajeno a la banda, con gafas de sol y una presencia totalmente natural sobre el escenario, tomó el micrófono y se entregó al público de manera absoluta. Nadie tenía muy claro quién era, pero la conexión que hubo entre banda y público desde el primer acorde siguió intacta, mientras se entonaba el estribillo entre saltos y la noche se convertía en algo más que un buen show de garaje rock: pura evocación del espíritu más visceral del underground a modo catarsis.
En conclusión, el cierre de The Mistery Lights en Valencia estuvo a la altura de un concierto que demuestra que el garage rock sigue vivo, sin reinventar la rueda, pero dejando claro que lo que les diferencia de otras bandas que juegan en la misma liga es que no suenan a pose, ni a revivalismo nostálgico. Su directo tuvo la agresividad y la espontaneidad necesarias para recordarnos que sin grandes artificios, cuando el hábitat natural es el escenario y no el estudio, se nota.
Texto y fotos: Ana Fernández
¡Qué gran reseña! Se siente la energía del concierto y la conexión entre la banda y el público. The Mystery Lights realmente capturan la esencia del garage rock, y ese invitado sorpresa ha sido un momento inolvidable. Es genial ver cómo, sin necesidad de grandes producciones, logran transmitir una experiencia tan visceral.