Cuando compras una entrada para ver a Joe Crepúsculo, sabes que la fiesta está asegurada. Y como toda buena fiesta, empieza en lo más bajo y poco a poco va subiendo hasta llegar al clímax final.
“Estoy enamorado de tu reverb” abrió el concierto con el público aún a medio gas, mientras el de Sant Joan Despí agradecía la buena acogida de su último álbum, Museo de las Desilusiones (El Volcán, 2025). Y es que, en este último disco Joe rebaja las revoluciones para mostrarnos su cara más personal y melancólica (todo lo melancólico que puede ser un disco suyo, claro).
“Pisciburguer” y “Toda esta energía” mostraron que no sólo de canciones nuevas va el tema. Sin embargo, a esta inyección de energía no le acompañó el sonido de la sala que, en más de una ocasión, y dependiendo de donde se ubicaba uno, se escuchaba sin nitidez (incluso en las letras), a lo que no acompañaban las charlas de más de uno de los presentes.
“Jessica”, “Hey” —con su icónico estribillo “Todo es una mierda”— y “Rosas en el mar” reforzaron el aire taciturno y nostálgico de esta primera parte, que cerró con “Música para adultos”. Fue entonces cuando, por primera vez, Joe empezó a moverse por el escenario, conectando más con el público.
Si hasta ese momento el llamado trovador tecno había apostado por su lado más trovador, más pausado y melódico, a partir de ahí llegó el lado más tecno. De golpe, el concierto se convirtió en una verbena de pueblo, de esas de plaza mayor, con atracciones de fondo, malas mezclas alcohólicas y todo el mundo gritando las canciones sin saber muy bien lo que está cantando… pero con la seguridad de que nadie quiere que ese momento pase.
“Karaoke español”, “El tren de la bruja”, una revisión de “Suena brillante”, “A fuego”, “Jose House” o el ya mítico cierre con “Mi fábrica de Baile” fueron bailadas, disfrutadas y sudadas. Con una recta final como esta, solo puedes pensar en lo acertada que está la frase que anima al público en “Fiesta de disfraces”: “Hijo puta el que no baile”. Porque, al fin y al cabo, en un concierto de Joe Crepúsculo, bailar no es una opción… es un deber.
Texto: Álvaro Rebollar
Fotos: Aurora Cupane