Lo primero que hay que decir de Paul Thorn – aunque quizá no haría falta si ya lo conocen – es que es muy bueno. Este es el decimocuarto de sus trabajos en estudio y aún no ha llegado el momento en el que nos haya defraudado. Consciente de su madurez y de su proceso vital, Thorn además ha ido evolucionando con su música. Si una vez fue un rockero americano, luego pasó a ser un bluesman, luego un songwriter y ahora es probablemente la mezcla de todo ello. Lo mejor de todo es que esa consciencia de sí mismo le ha llevado a hacer un disco, como él dice, de hombre de 60 años. Huyendo de depresiones y temas tristes, y optando por algo mucho más positivo y optimista. Y es que la vida, a veces, es muy simple y nos la complicamos nosotros mismos. “Estoy en el invierno de mi vida / Amo a mi perro, me gusta mi esposa / Lavo los platos, barro el piso / Guardo una pistola calibre 12 detrás de la puerta” dice en «Chicken Wing, y esa es la actitud. La de amar los momentos cotidianos. Eso por si no les ha quedado claro, en el tema de arranque, «Tough Times Don’t Last» que “los tiempos difíciles no duran, la gente dura sí”. Porque Thorn no se esconde. La vida es complicada, pero la actitud hace mucho y la esperanza, como dice el refrán es lo último que ha de perderse. Todo sumido en un rock americano de alto octanaje con reminiscencias de sus momentos más blues.
Con la presencia invitada de Luther Dickinson, el disco es una delicia, de principio a fin porque a finde cuentas “la vida es un vapor, vivámosla mientras podamos”. Y si no, siempre podrán aspirar a poder explicar una historia con el verso “John Prine y yo estábamos comiendo helado en el Doubletree Inn Suite 1019”. Tan cierto como que estamos por aquí dos días y discos como este lo hacen todo mucho más fácil.
Eduardo Izquierdo